Cinco meses y medio, 162 días, 19 jornadas, todo ese tiempo ha pasado el Valencia en puestos de descenso, con Mestalla ejerciendo de salvavidas pero cómo al equipo le costaba reaccionar. Sufría el mismo castigo que Sísifo, condenado a empujar la piedra por la ladera de la montaña, a pelear por sacar la cabeza de la cola de la clasificación y, cuando parecía que llegaba con ella a la cima, que podía pasar una jornada sin estar en peligro, algo ocurría y le obliga a empezar de nuevo. Ante el Valladolid, también se enfrentó a lastres como la falta de acierto o el error tan grosero como inesperado de Mamardashvili, pero reaccionó, se sacudió Sadiq la losa de sus fallos y logró el milagro de asomar la cabeza para tomar aire fuera del infierno. [Narración y estadísticas: 2-1]
El momento del Valencia, sin permiso para descuidarse ni un momento, se evidenció claramente en este partido y lo personificaron el atacante nigeriano y el guardameta con errores groseros. El primero perdonó clarísimas ocasiones de gol que bien podían proporcionado un descanso a Mestalla, que por primera vez en mucho tiempo percibió que podía ver fútbol sin tener un nudo en el estómago de manera permanente. Le había regalado esa tranquilidad el gol de Diego López en apenas seis minutos y la ocasiones que fueron cayendo, una tras otra, en el área de Hein. Alguna tenía que entrar, que sí, que el Valencia estaba dominando a un Valladolid que ni siquiera intimidaba y que había tenido que reponerse de la conmoción que obligó a su central David Torres a abandonar el campo. El aturdimiento lo había demostrado todo el conjunto pucelano, que respiraba al ver que el corto marcador les daba vida. Y así fue.
En el minuto 40, Mamardashvili, el mismo jugador de manos milagrosas en el que se impulsó el Valencia la pasada temporada, le regaló el empate con un fallo incompresible en la salida de balón. Sin tensión, sin saber a quién tenía que entregarle la pelota, la mandó a los pies de Latasa, que no perdonó y se llevó el empate al vestuario. No está el georgiano entero, aparecieron algunos pitos en Mestalla que se tornaron en aplausos para sostenerle el ánimo.
Imposible no responsabilizar al guardameta, pero tampoco se pueden olvidar que hubiera sido un lunar si en ataque el Valencia hubiera sido más letal. Hasta cinco ocasiones claras tuvo de ampliar el marcador. La tuvo Rioja en el minuto 10 con un disparo perfilado que se le escapó rozando la escuadra. Más clara fue cinco minutos después la de Sadiq, que no enganchó de cabeza un centro telegrafiado por Gayà.
Volvió a fallar el nigeriano, titular indiscutible por la lesión de Hugo Duro, al no aprovechar otro centro raso que le sirvió el capitán al punto de penalti tras una jugada de pizarra al saque de una falta a la media hora de partido. Dos minutos después, cabeceó alto otra pelota llovida de Almeida, muy gris. El Valencia generaba mucho peligro sin que su delantero fuera capaz de sacar provecho ante un Valladolid que parecía capaz de acompañar.
Se animó Rioja, poco exigido en sus labores de carrilero y más centrado en intimidar como extremo, a conectar con Diego López pisando área para dejársela de cara a Enzo Barrechena en la frontal. Pero el tiro del argentino, sin demasiada fe en su golpeo, se perdió a la izquierda de la portería pucelana. Es lo único que le falta a este centrocampista que cuajó un partido soberbio y que ha dado estabilidad al juego del equipo.
Ya con el empate, fue de nuevo la conexión Rioja-Gayà la que provocó que el sevillano enganchara un testarazo al fondo de la red, aunque en un ajustadísimo fuera de juego. No se afinaba.
El Valencia volvió tras el descanso con la herida abierta de un castigo que no merecía, y le costó algo sobreponerse. Lógico porque el rival intentaba no enterrar todas sus opciones de salvación y eso pasaba por no dejar pensar. Lo pudo hacer el medio argentino para enviar una pelota a Sadiq que la espalda de Cenk. Esta vez no falló. Con su control orientado y su poderoso cuerpeo venció al turco en el duelo para batir a Hein. Se había redimido, como también lo hizo Mamardashvili salvando un cabezazo de Latasa en el minuto 59.
Desde ahí mostró el equipo de Corberán una versión desconocida: supo manejar en el encuentro, con Enzo a la batuta, contener el ímpetu que, aunque fuera por agallas, mostraron los pucelanos y hasta pudieron marcar el tercero en un córner que Tárrega cabeceó a la cruceta. Mestalla, al borde de Fallas, encendió la traca que le permite soñar con la permanencia.