No hay manera de huir. El Valencia está condenado a no encontrar la salida a una temporada en la que paga carísimos sus errores, lo que comete en su portería y también en la contraria. El empate ante el Mallorca no sirve para abrir hueco con los puestos de descenso y la enérgica busca de la remontada al gol de Samu Costa en el minuto 22 solo sirvió para que Hugo Duro igualara en el arranque de la segunda parte. Después, todo fueron ocasiones lamentadas. [Narración y estadísticas: 1-1]
El Valencia desesperó a Mestalla. Otra vez. El peregrinaje al estadio de la Avenida de Suecia se ha convertido en un acto de devoción, porque la alegría se la han arrebatado. El fútbol cuesta que aparezca en un equipo que, con la calidad repartida a cuenta gotas, juega a trompicones, a fuerza de arrebatos alocados cuando el runrún de desaprobación de la grada espolea a los futbolistas que, casi siempre, acaban tomando malas decisiones.
Después de la honesta imagen en el Metropolitano y la victoria copera en Gijón, el equipo no logró intimidar al Mallorca hasta bien entrada la primera parte y con el marcador ya en contra. Fue Gayà el primero que buscó puerta en el arranque pero, acto seguido, tuvo que despejar a córner un centro envenenado de Muriqi para que nadie lo rematara. En la jugada de ese saque de esquina, Pepelu volvió a despejar en la frontal del área pequeña.
El plan de Arrasate le estaba haciendo daño al Valencia, lento en el control del partido y con pérdidas que alimentaban el ansia de los baleares, que tuvieron en un disparo de Jan Virgili que atajó Agirrezabala una clarísima ocasión de ponerse por delante en el marcador. En esa no lo logró, aunque en la siguiente no fallaron: falta lateral al segundo palo que cabecea Raíllo para dejar el remate franco a Samu Costa. Otra vez el Mallorca obligaba a remar contracorriente a un equipo que tiembla.
Al Valencia le costó sacudirse el jarro de agua fría. Corberán había imaginado otro duelo, con más control, con Beltrán y Hugo Duro, por primera vez juntos en el once, intimidando y Rioja y Gayà, en modo carrilero, buscando el desequilibrio. Pero nada de eso se vio porque faltaba velocidad, confianza y atrevimiento. Fue gobernando el duelo sin que eso se tradujera en ocasiones, como si la pelota quemara en las botas y nadie viera cómo fusilar la portería de Leo Román. Esas dudas se acrecentaron cuando la parroquia empezó a mostrar su desesperación ante cada decisión, errónea, que tomaban los valencianistas que, aun así, se instalaron en campo contrario, con algún destello de Beltrán, el coraje de Ugrinic y el arma, infructuosa, del balón parado. Hasta al VAR quiso recurrir el Valencia para reclamar unas manos de Maíllo que no vieron dignas de castigo.
El primer tiempo lo acabaron calentando en la banda Danjuma y Ramazani, pero Corberán los aguantó. Algo iba a cambiar. Fue la carrera de Thierry por la orilla derecha, ganando a Mojica y sirviendo un centro a Hugo Duro que entró como una locomotora en pugna con Maffeo al segundo palo. El Valencia empataba y Mestalla encendía la caldera. La remontada estuvo en la cabeza de Gayà, que estrelló en el palo la pelota llovida que se puso Rioja desde la banda derecha. Con el Mallorca encerrado en su área, Leo Román lo salvó cuando, a contrapié, salvó un testarazo a bocajarro de Lucas Beltrán.
No fueron bastante esos momentos de locura, porque Arrasate enfrío el partido con sus cambios. El navarro envió a su equipo a dar un paso adelante, mientras que a Corberán no le respondieron los hombres con los que pretendía volver a acelerarlo. El Mallorca creció, aunque fuera a base de pelotazos a la carrera. Uno lo bajó Samu Costa y se la entregó a Muriqi para el segundo gol, pero un talón lo dejó en fuera de juego. Otra vez el bosnio se quedó sin marcar porque Agirrezabala se la jugó para corregir un error de Tárrega.
Desde ese momento, su misión fue proteger el punto, que solo se vio amenazado cuando, otra vez Lucas Beltrán, cabeceó alto un centro de Danjuma, que buscó un desequilibrio que no consiguió. Menos aún hizo Ramazani. Y es que el Mallorca no iba a dejar jugar más a un equipo que sigue sin doblegar un destino que le aboca al sufrimiento.




