El tenista alemán Alexander Zverev ha sido el último en cargar contra la organización de la Villa Olímpica en los Juegos Olímpicos de París 2024. Así lo ha hecho en una rueda de prensa previa a su encuentro de octavos de final del Masters 1000 de Montreal, en la que ha afirmado que durante su estancia “sufrimos un poco con la comida y con las condiciones para dormir”.
Además, ha señalado que “tampoco había aire acondicionado en las habitaciones”, por lo que considera que “en ese sentido, Tokyo fue mucho mejor, al igual que en el resto de la organización”. También ha indicado que se alojó en la Villa Olímpica “al igual que todo el equipo alemán, porque nuestra federación nos obligó a hacerlo”.
Estas críticas se suman a las lanzadas por el nadador italiano Thomas Ceccon, ganador de los 100 metros espalda, quien fue grabado durmiendo en un parque de la Villa debido al calor que hacía en las habitaciones. “No hay aire acondicionado, hace mucho calor, la comida es mala. Muchos deportistas se desplazan por eso. No es una coartada, es la pura crónica de lo que quizá no todo el mundo sabe o ve”, aseguró.
Otros deportistas, como el británico Adam Peaty, medallista de plata en los 100 metros braza, aseguró que “el catering no es lo suficientemente bueno ni está a la altura del rendimiento que los deportistas deben dar en los Juegos Olímpicos”. De hecho, llegó a revelar que encontró gusanos en el pescado que se servía en la Villa. Un pensamiento secundado por deportistas como Simone Biles o Hezly Rivera, que expresaron que la comida “no era realmente comida francesa” y consideraban que “no era la mejor”.
Deporte en TV
JAVIER SÁNCHEZ
@javisanchez
Actualizado Martes,
3
octubre
2023
-
01:27Los aficionados al deporte puede ver ahora qué ocurre en lugares...
A finales de 2012, me anunciaron desde el Comité que en 2013 iba a ser árbitro internacional. En una concentración del mes de noviembre coincidí con Victoriano Sánchez Arminio y le dije: «Presi, si soy internacional, ¿puedo elegir a mis asistentes?». «Claro, tú tienes la última palabra, pero ya sabes...», me contestó de forma enigmática. Lo que me quería decir es que en realidad la última palabra la tenía Enríquez Negreira.
Era 22 de diciembre de 2012 y estaba en una cafetería llamada Top Capi de Lleida. De repente, me llamó el vicepresidente del CTA: «Quiero que bajes a Barcelona». Enríquez Negreira me citó en el bar La Torrada, que se encontraba en el centro de Barcelona, concretamente en la calle San Antoni María Claret n.º 209. El local lo regentaba su pareja, Ana Paula Rufas, y echó el cierre hace unos años. Actualmente, en su lugar se ubica un restaurante asiático de tapas. En este negocio organizaba dos tipos de encuentros, principalmente. En primer lugar, se reunía el día antes de los partidos con los colegiados que iban a pitar al FC Barcelona y al Espanyol para darles consignas y directrices. Dichos colegiados nunca eran catalanes, obviamente.
En segundo lugar, en La Torrada también se organizaban encuentros con los árbitros del Comité catalán de Primera, Segunda y Segunda División B dos o tres veces al año, en los que estuve presente en muchas ocasiones. En estas citas analizaba tus calificaciones de la temporada, que guardaba en un cuaderno de contabilidad que llevaba siempre con él. Además, revisaba tu evolución y te hacía todo tipo de comentarios. Te decía, por ejemplo, «chavalito, tienes que apretar» y te sentías condicionado, porque no sabías si te quería descender de categoría para la próxima temporada. Te dejaba siempre con la incertidumbre. Los árbitros de Primera División nos veíamos obligados a ir al bar de Enríquez Negreira porque era el del jefe y te tenías que dejar caer de vez en cuando para que todo fuera bien. Además, servía para pulsar cómo estaba tu situación personal en el seno del CTA con él. Sucedía igual que con el coaching de su hijo Javier Enríquez, los colegiados se veían condicionados a contratar sus servicios y pasar por caja, porque era el hijo del que mandaba.
El 'Txistu de Barcelona'
La Torrada era un bar de barrio muy cutre y pequeño, que llamábamos de forma irónica el «Txistu de Barcelona». Nada más entrar había una barra a mano izquierda y al fondo un patio interior con mesas y sillas de camping. Durante la semana había menú, pero cuando íbamos nosotros nos ponían carne y jamón serrano en lonchas de supermercado, recién sacadas del sobre. Era lamentable y vergonzoso. Eso sí, la cuenta no la perdonaban y nos cobraban unos 50 euros a cada uno. Mucho dinero para la calidad de la comida y del propio local. La pareja del vicepresidente del CTA estaba siempre detrás de la barra y tenía algún empleado más. Cuando acudíamos al local, manteníamos muchas conversaciones con Enríquez Negreira relacionadas con el fútbol y el arbitraje en un ambiente muy distendido. Junto a él también solían ir al bar importantes directivos de la Federación catalana y otros amigos árbitros de su círculo de confianza. Era su «cuartel general» en Barcelona y estuvo abierto como mínimo desde el 2009 hasta 2018, aproximadamente.
Cuando fui citado en el bar La Torrada, no sabía exactamente qué me podía encontrar allí. Cuando llegué, en el interior del local estaba la pareja de Enríquez Negreira y él permanecía fuera junto a Xavier Moreno Delgado, uno de sus hombres más cercanos del Comité arbitral. Estaban fumando y bebiendo una botella de cava mientras me esperaban sentados en una mesa metálica de la terraza. Llevaba ya cuatro años en Primera División, pero tuve miedo al ver solo la postura de Enríquez Negreira. Nunca se me pasó por la cabeza lo que iba a vivir y escuchar en ese momento. Fue una hostia que no fue física, pero sí más dolorosa. Se me estropeó la visión idílica que hasta ese momento mantenía del arbitraje y del CTA como una institución relativamente transparente y sana.
Tenía a Moreno Delgado enfrente y Enríquez Negreira me hizo un gesto autoritario con su mano para que me sentara a su lado. Luego me dijo una frase, o más bien una amenaza, que se me quedó grabada para siempre: «¿Tú sabes lo que es la familia?». En ese instante pensé «estoy sentado al lado de Al Capone». «Te voy a pegar una hostia...», continuó diciéndome el vicepresidente de los árbitros a la vez que me miraba fijamente a los ojos. No me lo podía creer.