En el Estadio Juan Carlos Higuero, antes conocido como El Montecillo, no abunda el material deportivo de última generación. De hecho, desde hace un tiempo, los futbolistas de la Arandina CF optaron por renunciar a algunos ejercicios de fuerza porque ni siquiera contaban con mancuernas suficientes. Sus camisetas y prendas térmicas también sufrían el desgaste del uso prolongado. Nada serio, en el fondo, para una plantilla que finalmente ha podido cobrar los dos meses y medio que se le adeudaba. El dinero de la Copa del Rey, tras los triunfos en las dos primeras rondas, reactivó la precaria economía del club burgalés, orgullo de un pueblo de 35.000 habitantes. Hoy basta un paseo por sus calles para percibir la relevancia del momento. El colista delGrupo 1 de la Segunda RFEF se mide esta noche al Real Madrid, vigente campeón, ante 10.000 aficionados. Sin embargo, las paredes de su vestuario no estarán tachonadas de frases grandilocuentes. Y antes de saltar al verde, su capitán tampoco recurrirá a ninguna enardecida arenga. «Sólo les voy a decir que es un partido para disfrutar. Que piensen en los momentos jodidos, en tanto frío, en tantos entrenamientos».
Carlos Alonso López, alias Zazu, luce el brazalete sobre un sinnúmero de tatuajes. A los 35 años, lo ha visto casi todo en el fútbol, incluidos seis meses sin ver un euro durante su etapa en el Palencia. Por eso, el pasado 1 de noviembre asumió su liderazgo para reclamar lo que consideraba justo. «Cuando algunos no tienen ni para comer debes hacer algo. Por eso nos pusimos de acuerdo. En este club se vive muy al día, con sueldos entre 1.000 y 1500 euros, y teníamos compañeros que se habían quedado sin nada». El equipo renunció a jugar el primer minuto ante el Real Murcia. Tras los 89 siguientes se impuso 1-0. Cinco semanas más tarde, la Arandina sorprendería al Cádiz (2-1) sobre un césped plagado de charcos. El gol de la victoria llevó la rúbrica de Jorge González Moral, a quien todos en Aranda conocen por Pesca.
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La rutina diaria no ha variado esta semana para Jorge, la más especial en sus 12 temporadas como futbolista. El despertador volvió a sonar a las 4:30 de la madrugada. Acompañado de su padre, montó una pequeña lonja en el almacén para los pescaderos que reparten por los pueblos vecinos y descargó la mercancía en sus locales, los más concurridos de Aranda. Una vez rematada la labor, acudió al entrenamiento, a las órdenes de Álex Izquierdo. Y tras la ducha, de vuelta al comercio para recoger las cajas o entregar pedidos a domicilio para personas mayores con problemas de movilidad.
«Mis padres me preguntan cómo puedo dormir tan poco y rendir tanto. Quizá sea porque tengo muchas ganas de vivir el fútbol y seguir compatibilizando mis dos trabajos. Cuando se me quite ese deseo será el momento de dejarlo, pero aún me queda mucho carrete». Engañar al sueño supone, desde hace casi una década, un desafío similar para Zazu. «Trabajo algunos fines de semana y también en turnos de noche. Los días que salgo a las seis de la mañana, me echo un rato y a las nueve me levanto para el entrenamiento». Sacrificios similares a los de su padre, con muchas horas de fatigas en un aserradero o en las cunetas de las carreteras. Hoy, ambos trabajan en la fábrica de Michelin. Al menos, Zazu ha podido alejarse de las máquinas y la cadena de montaje hasta ascender a encargado de calidad.
“Por cuatro euros, mejor en casa”
«Si no disfrutas, no sirve de nada, porque por cuatro cochinos euros, mejor quédate en casa», argumenta Pesca. A los 20 años, durante su último año en el filial del Valladolid, los médicos le detectaron una epilepsia. Precisamente en su mejor momento, cuando ultimaba su debut en Primera a las órdenes de Miroslav Djukic. «El primer ataque me dio a la vuelta de un viaje a Mallorca y fue un susto tremendo para toda la expedición. Supuso un momento muy duro, porque tuve que empezar de cero».
Otro día, camino del hospital para unas pruebas, sufrió una crisis que le dejó desplomado sobre el asfalto. «Era algo que tenía que aprender a llevar, sobre todo desde que me prescribieron un tratamiento bastante fuerte. La medicación me mermaba en los entrenamientos y me hacía ganar peso. Fue un lastre para seguir con el fútbol. Por eso a todos mis compañeros les digo ahora que aprovechen el momento, ya que nunca sabes cuándo se van a torcer las cosas», admite.
Desde hace más de una década, Aranda ha pretendido dar los pasos adecuados camino del profesionalismo. Hoy, con un presupuesto que ronda los 700.000 euros, el panorama aún se presenta sombrío. Antes de la lucrativa inyección de la Copa, la presidenta Virginia Martínez y su pareja Francisco Galán, que ejerce como secretario y vicepresidente, habían admitido sin rubor la falta de liquidez. Cualquiera que haya trabajado en la categoría sabe que sin 1.000 personas cada domingo en el Juan Carlos Higuero, nadie puede asegurar una viabilidad a medio plazo.
El destino, sin embargo, también puede resultar propicio. Y basta un día, un partido, para que todo cambie. Hajimari Ceesay Hydara, por ejemplo, jamás olvidará el 17 de octubre de 2021 en el Centro Internacional de la Amistad de Palencia, cuando anotó el 1-1 ante la Arandina. Aquel mismo domingo, el club burgalés decidió acometer su fichaje. El pasado 7 de diciembre, el chico respondió a la confianza anotando el 1-0 ante el Cádiz. «Si ese no sabía ni cómo celebrarlo, imagina si marco al Madrid. Buf, no lo quiero pensar mucho», admite el lateral zurdo.
Haji, hijo de senegalés y gambiana, se crio en el pueblo gerundense de Sant Martí de Llémena, donde su padre había llegado a finales de los 80 en busca de una vida mejor. Tras unos coqueteos con el Llagostera, decidió probar fortuna en una doble aventura conquense: Las Pedroñeras y Tarancón. Tenía 21 años y su sueldo no alcanzaba los 1.000 euros, así que los mismos propietarios le ofrecieron un puesto en una fábrica de ajos, los más apreciados de España. «Era mejor que quedarme parado. Además, ya había trabajado con mi padre en una granja porcina. Seleccionar ajos no era tan duro». Mucho más crueles, desde luego, resuenan los insultos racistas cada fin de semana. «Claro que me han llamado negro de forma muy despectiva. Quizá es porque no les llega la sangre a la cabeza, pero no por ello monto un show».
Como el mayor de seis hermanos debe dar ejemplo dentro y fuera del verde, así que dedica las tardes a estudiar. «Siempre me gustó arreglar cosas rotas, así que nada mejor que sacarme un título de Electricidad y Electrónica», concede. Su sonrisa, algo tímida, se desvanece por completo al recordar el episodio de los impagos. «Cuando llevas tanto tiempo sin cobrar, si no tienes otros recursos está jodido vivir. Al menos, los que venimos de fuera tenemos la suerte de que nos pagan la manutención», detalla sobre las comidas de la plantilla en una residencia con la que la Arandina ha firmado un convenio.
Esa es también la descarnada realidad de la Segunda RFEF, con la hierba salpicada de nieve, hielo y barro. Zazu, por ejemplo, guarda en la retina algunos partidos en La Virgen del Camino (León) o Cebreros (Ávila). «Eran días que tenías marcados en el calendario. Con un clima tan adverso y un rival tan duro, todo se hacía muy cuesta arriba». A diferencia de la Segunda RFEF andaluza, dividida en dos grupos, los desplazamientos por Castilla y León pueden demorarse más de cinco horas. Y no sólo en autobús, donde se fraguan amistades para toda la vida, sino en los propios vehículos particulares de los futbolistas. «Aquí tenemos pocos campos de césped artificial, así que al menos me queda la suerte de jugar con tacos de aluminio», confiesa.
La temporada pasada representó todo un hito en la historia de la Arandina, campeón en Tercera RFEF sin una sola derrota en 30 partidos. Hoy, tras 16 jornadas, el equipo ocupa el farolillo rojo de su grupo, a siete puntos de la salvación. La última victoria, en Torrelavega, se remonta al 8 de octubre. Por tanto, la labor del capitán durante las últimas semanas nada ha tenido que ver con el Real Madrid.
«Transmito a los jóvenes los valores del trabajo diario. Los mismos que me dio la gente que me quería. En otros vestuarios he visto bajar los brazos a la gente que no juega. Se está perdiendo la autoexigencia. Parece que la culpa siempre la tiene el compañero de al lado o el entrenador. Y no es así». Hoy, tal y como reconoce Haji, la Arandina saltará a la hierba «con la ilusión de un niño pequeño, porque igual jugamos otro partido así en nuestra vida». Y a fin de mes llegarán los 1.500 euros. Algo así como la mitad de lo que Toni Kroos gana este año en una sola hora.