Real Madrid – Sevilla (21.00 h.)
El argentino, que hoy visita el Bernabéu para enfrentarse al enrachado Real Madrid, anima al equipo hispalense con su descaro y talante opuesto al de Lopetegui.
El Sevilla regresaba de Alemania en un chárter. El 1 a 1 frente al Borussia Dortmund había sido el retorno de Jorge Sampaoli (Casilda, Santa Fe, Argentina; 1960) a la Champions League defendiendo el escudo sevillista. Jorge fue al baño y al intentar volver a su asiento, se encontró a una tripulante de cabina que ocupaba el pasillo con el carrito de bebidas y alimentos. Sampaoli se impacientaba. El vuelo estaba lleno. Harto de la espera, Sampaoli se apoyó en el hombro de la mujer, se subió a uno de los reposabrazos, y sorteó el obstáculo caminando como un funámbulo por el borde de los asientos. «A problemas, soluciones», dijo sonriendo a la azafata. «Mira que llevo vuelos, pues jamás había visto algo como esto», contestó ella.
El Sevilla ha fichado temperamento. Los resultados no relucen aún, pero el juego ya anda descocado, intenso y festivo. La verbena se montó en un día, ya sólo queda que se enciendan los farolillos.
«Creo en esas tardes que viví jugando a la pelota. Creo que educar es combatir y el silencio no es mi idioma», canta Patricio Fontanet, líder de la banda argentina Callejeros. Siendo aún entrenador del Sevilla, en las navidades del 2016, Jorge Sampaoli fue a visitarlo a la cárcel de Ezeiza. «El valor que tiene él se muestra en que la fortaleza que tiene arriba del escenario la tiene ahora en esta realidad injusta que le toca vivir. No quiere que nadie le regale nada. No quiere ser distinto a los otros internos», dijo al abandonar la prisión. Dentro dejaba a su amigo. De sus letras tiene el cuerpo tatuado. «La música no mata», lleva escrito a tinta en el brazo. Siempre sostuvo la inocencia de los músicos en la tragedia que cambió el rock de su país.
El Pato Fontanet salió del penal dos años después. Había sido condenado a siete años por el incendio ocurrido el 30 de diciembre de 2004 en la sala República Cromañón. Durante un concierto de su grupo, un espectador lanzó una bengala, que prendió una tela de plástico inflamable que colgaba del techo. Murieron 194 personas y salieron heridas más de mil. 21 personas fueron halladas culpables y 18 de ellas pasaron por la cárcel, entre ellos, todos los miembros de la banda. Fontanet, tras haber cumplido dos tercios de su condena, obtuvo la libertad condicional. Eran las vísperas del Mundial de Rusia de 2018. Su íntimo, Jorge, el Zurdo Sampaoli, ya era el director técnico de la selección argentina. Las cosas no salieron bien aquel verano. Su país fue eliminado en octavos de final por Francia en un partido frenético. El rock seguía sonando. El carácter seguía guiando. El fútbol se mostraba en toda su fiereza.
“El candidato idóneo”
Es imposible entender al Sampaoli entrenador sin el Sampaoli alborotador. Su fútbol es un estado de ánimo. En sus entrenos hay más acordes que conos, más distorsión que balones. «Era el candidato idóneo para poder conseguir los objetivos, aún sabiendo que es una plantilla que no está hecha para él. Nos pidió horas para analizarla y como lo conocemos, no ha sido difícil», dijo Monchi en su presentación. Con el argentino no se fichó la pausa, sino una necesaria tormenta. Se buscaba sacar al Sevilla de su ensimismamiento, de su discurso encorsetado, de su incapacidad para la rabia.
Julen Lopetegui era otra historia, Julen canta rancheras en la intimidad. El técnico vasco había apretado de más a un bloque preso de unos automatismos que ya iban en contra del propio divertimento. «Empieza un nuevo ciclo, nuevas ilusiones, un montón de expectativas. Pero todas están relacionadas con el juego. Esto es un juego y que hay intentar jugar mejor. El juego es global. A partir del juego, pasan un montón de cosas», soltó Sampaoli en el vestuario en el día de su presentación a la plantilla. Una gimnasia lúdica. Un deporte donde el músculo está regido por el corazón y el corazón está regido por la grada.
El de Casilda es un entrenador desconcertante. Comenzó a jugar al fútbol en las inferiores de Alumni. Compaginó el deporte con un tedioso trabajo como cajero en el Banco Provincial en su localidad. Siempre fue un tipo metódico, que se cuidaba, riguroso con las rutinas. Con ambición futbolística. Una fractura de tibia, cuando apenas tenía 19 años, acabó con su carrera. Incapaz de alejarse del fútbol, se refugió en los banquillos.
Después de dirigir varios años Alumni de Casilda, a principio de los dos mil se fue a Perú donde se fogueó. Luego saltó a Chile, donde pronto se convirtió en un ídolo. Cuatro títulos consecutivos con Universidad de Chile. Tanto éxito local le llevó directo a su selección, a La Roja. Bajo su mando llegaron a octavos de final en la Copa del Mundo de 2014 y se coronó campeón de la Copa América en 2015.
De ahí el salto a Europa, con el Sevilla, donde brilló y se opacó en un suspiro. El prematuro adiós tras la llamada de la albiceleste y luego, un intenso peregrinar por Brasil y Francia, hasta este inesperado retorno a Andalucía.
“No escucho y sigo”
Pese al abrupto final, el sabor que dejó el míster en Sevilla era dulce. Profundamente divertido. «No escucho y sigo» se convirtió en un mantra para su afición. Otra frase de la banda Callejeros que lleva sobre la piel. Gustavo, uno de esos amigos de toda la vida del técnico, contó a Perfil una anécdota que le define: «Corría fines de los 80, yo conocía a Jorge Valdano. Sampaoli me pidió que le organizará un café con él, quien en aquel tiempo triunfaba en el Real Madrid. La cuestión es que terminamos haciendo un asado en un campo de Las Parejas. Si le preguntas a Valdano, no se olvida más de ese asado porque tuvo a Sampaoli las cuatro horas sentado al lado suyo, hablando de fútbol, preguntándole y pidiendo consejos».
Además del rock, o a través del rock, Sampaoli sigue la vida política de su país con atención. Pasó del peronismo al kirchnerismo. Nunca rehúye preguntas relacionadas con la actualidad y siempre se ha mostrado comprometido con la educación o la desigualdad. Durante su anterior estancia en España, reconoció simpatizar con Pablo Iglesias, por entonces líder de Podemos. Sampaoli es un entrenador expansivo. El fútbol es sólo el esqueleto del huracán. El Sevilla ha fichado a un rockero. El banquillo es su escenario. Ahora son los futbolistas los que deben tocar sus canciones