Nadal durante la rueda de prensa que anunció su retirada temporal.JAIME REINAAFP
Ya lo decían los latinos: Spiritu quidem promptus est, caro autem infirma. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. El espíritu de Rafa Nadal es indomable, pero su carne, su cuerpo, antaño rocoso, indestructible, hoy está debilitado por la
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CARLOS TORO
Actualizado Martes,
22
agosto
2023
-
22:29Tamberi, ganador de altura.BEATE OMA DAHLEAFPMientras Mutaz Essa Barshim, «emir de Qatar»,...
Lester Lescay es uno de los genuinos representantes de algunas de las más notorias características del actual atletismo español. Joven (23 años), talentoso (8,35 en salto de longitud en 2024, sexta marca mundial del año) y no nacido aquí. Lo hizo en Cuba, en Santiago.
Recién nacionalizado, forma con Jordan Díaz -naturalizado en 2022, plusmarquista nacional y campeón olímpico de triple salto, también cubano, de La Habana, 24 años recién cumplidos el 23 de febrero-, la pareja más notoria por origen y similitud de especialidades atléticas, del espejo deportivo español. El deporte como visible reflejo del paisaje sociológico y ciudadano del país.
Lesionados, ninguno de los dos compitió en el recién finalizado Campeonato de España en Pista Corta (short track), la pista cubierta de siempre, celebrado en el pabellón madrileño Gallur. Pero sus figuras estuvieron latentes, mientras otras, numerosas, pintaban presencialmente el agradecido y agraciado lienzo étnico y generacional de nuestro atletismo. Multirracial en lo físico (pieles en distintos tonos oscuros, tostados, de Latinoamérica y África). Joven en lo cronológico (menos de 25 años).
Desplazados por razones políticas o económico-vitales, hay muchos, hombres y mujeres, de diferentes edades, nacidos o criados aquí, compitiendo en distintas modalidades, incrementando de continuo un fenómeno que empezó hace tiempo. Una característica global, pero más acusada, por razones culturales y geográficas, en España, que ha conducido momentáneamente a que, en pruebas olímpicas, siete récords de España masculinos y seis femeninos los ostenten atletas no nacidos entre nosotros.
Attaoui se proclama vencedor de la final masculina de 1.500 metros.EFE
Es el caso de los actuales plusmarquistas españoles de 800 metros, ambos, de 23 años. El monarca al aire libre, Mohamed Attaoui, quinto en los Juegos Olímpicos de París, nació en Marruecos. El recordman en sala, Elvin Josué Canales, en Honduras. Attaoui ganó en Gallur los 1.500. Canales fue tercero en los 800. Los dos exhibieron su clase en pruebas de gran nivel general.
Entre las mujeres, Tessy Ebosele, de 22 años, lesionada en la final de salto de longitud cuando iba segunda a cuatro centímetros del oro, subcampeona mundial sub-20 de triple salto, y bronce en longitud en el Europeo sub-23, nació en Marruecos, pero de familia procedente de Nigeria. Con año y medio de edad, llegó a España con su madre en una patera y obtuvo la nacionalidad española en 2021.
María Vicente (23 años, Hospitalet de Llobregat), llamada a ser una de las mejores atletas de pruebas combinadas del mundo, con un deslumbrante historial juvenil, vendría a establecer un puente unisex entre las cunas extranjeras y las nacionales. De madre conquense y padre cubano, convaleciente de una rotura en el tendón de Aquiles sufrida en marzo de 2024, tampoco compitió en Gallur. Pero, en la ilusionada impaciencia de volverla a ver en las pistas, su imagen sobrevoló toda la competición.
Ebosele, durante la final de salto de longitud en Gallur.EFE
Noveles atletas de pura cepa española destacaron en Gallur y se proyectan con fuerza hacia el atletismo a cielo abierto. Jaime Guerra (25 años) saltó 8, 14 en longitud. Adrià Alfonso (22) estableció, con 20.65, un nuevo récord de España de 200 metros. Los 200 no se programan en los grandes campeonatos en pista corta, pero el registro de Alfonso es una interesante referencia para la larga de los estadios.
Sin parangón en el pasado, una reciente y nutrida generación femenina de cuatrocentistas siembra esperanzas de éxitos en los relevos 4x 400. El nacional de Gallur fue el aperitivo del inminente Europeo de Apeldoorn (Países Bajos), del 6 al 9 de marzo, y de todo lo que venga después. Lideradas por la veterana Paula Sevilla (27 años), lucen Blanca Hervás (22), Carmen Avilés (22), Daniela Fra (24), Eva Santidrián (25) y la benjamina Berta Segura (21).
Se anuncia una época brillante en los 110 vallas con los consagrados Quique Llopis (24 años, cuarto en los Juegos de París, único europeo en la final) y Asier Martínez (misma edad, campeón de Europa y tercero en el Mundial en 2022, sexto en los Juegos de Tokio). Se les ha incorporado el recién llegado Abel Jordán, 21 años, campeón de España de 100 metros y, en Gallur, de 60. Quedó segundo, tras Llopis, en los 60 vallas, a los que no accedió Asier al tropezar con uno de los obstáculos.
Blanca Hervás.Europa Press Sports
He ahí un humano mosaico territorial. Un valenciano, un navarro y un gallego. Rica dispersión para una más rica unión. Jordán, además, estudia en California. Personaliza el moderno internacionalismo de una vieja nación que se abre al mundo y, al mismo tiempo, hacia él se expande.
Heredera de una tradición de pioneros que ella renueva actualizándola, Carolina Marín es la figura deportiva española del año. Una de ellas. La que menos ha ganado y la que más ha sufrido. No es necesario triunfar para ser grande, para ser de los más grandes. No, al menos, siempre y por completo. Sólo los mejores de entre los mejores pueden sobreponerse a la derrota hasta el punto de negarla, e incluso de transmutarla en victoria no sólo moral.
Carolina Marín es una pionera contemporánea. Una contradicción sólo aparente. A diferencia de sus predecesores en la categoría, y como el patinador Javi Fernández, otro de esos deportistas insólitos en un ecosistema casi yermo, nació en una España ya plenamente moderna, avanzada, receptiva, abierta a unas posibilidades de las que carecieron sus antecesores, que, por otra parte, no habían estado del todo aislados. Bahamontes, Santana, Nieto, Ballesteros, los Fernández Ochoa (Paquito y Blanca) y compañía seguían una estela no exenta en absoluto, en muchos casos, de innegable valía. Antes de Bahamontes existían el ciclismo y los ciclistas. Antes de Nieto, las motos y los motoristas. Antes de Ballesteros, el golf y los golfistas. Antes de los Fernández Ochoa, el esquí y los esquiadores... Lo que estos hombres y algunas mujeres, todavía pocas, hicieron fue elevar, por primera vez, su deporte, y el español de todos nosotros, al máximo nivel mundial. Fueron más pioneros en el triunfo que en la irrupción. Supusieron una revelación más que una primicia.
Pero Carolina Marín partía poco menos que de cero. O de menos cero. Practicaba el bádminton, una modalidad ajena a nuestros gustos, tradiciones, perspectivas y apetencias. Cuando ganó en 2014 el primero de sus tres Mundiales, había 6.800 licencias en España. Ahí al lado, ahí arriba, Francia ya contaba con 60.000 nada menos que tres lustros antes. En Asia eran incontables. Sólo en China existían 100 millones. Sin embargo, Carolina, española y andaluza, se convirtió también en campeona olímpica. Un hecho insólito, impensable, anómalo. Era, para entendernos, como si un japonés saliese a hombros de La Maestranza, o como si, desplazándonos hasta Murcia, un chino ganara en La Unión el Primer Premio del Cante de las Minas.
Carolina es, además de una estrella, un misterio casi teológico. Una gozosa excentricidad que ha ampliado los horizontes del deporte español. El público, gratamente sorprendido, se ha prendado de ella, atraído por la sorpresa inaugural, en lugar de rechazar la novedad incomprensible. La originalidad ha contribuido a orientar hacia su persona las preferencias paternales, fraternales de la gente. Esa originalidad autoriza de modo suplementario su elección como estrella del deporte español en 2024, con la misma legitimidad que, en año olímpico, los españoles medallistas en París.
Las lágrimas de todos
Cuando el 4 de agosto, en los Juegos parisinos, disputaba las semifinales ante la china Hi Bing Jiao, una de las mejores jugadoras del mundo, su rodilla derecha, la misma que en 2019 le cerró el camino a los Juegos de Tokio '2020 para revalidar el oro de Río2016, se rebeló bruscamente. Se quebró con un crujido de rama seca, de raíz astillada, que sólo escuchó Carolina, pero cuyo eco se extendió, gimiente, por el país. Carolina iba derecha, por la vía rápida, a la final. Viajaba sin escalas destinada a una medalla que se le ofrecía sin disimulo. Había ganado el primer set por 21-14. Y mandaba en el segundo por 10-5.
Su rodilla fue la rodilla de España. Su grito, el grito de España. Sus lágrimas, las lágrimas de España. Y España le otorgó la máxima distinción que concede a un deportista no sólo español: el Premio Princesa de Asturias, que no es un galardón ligado exclusivamente a la actualidad. El concedido a Carolina es el del reconocimiento a toda una carrera, el de gratitud a todo un ejemplo, el de desagravio a unas rodillas rotas tres veces: en 2019 (la derecha), en 2021 (la izquierda), en 2024 (de nuevo la derecha). De las cenizas de las dos primeras resurgió como un Ave Fénix de Huelva. Tras los daños de la tercera, a los 31 años, Carol es de nuevo una primeriza.
Se ha pasado Carolina la vida reinventándose, reconstruyéndose. Es una novia y una viuda de sí misma. Vestida de blanco y de luto, quiere volver a empuñar la raqueta en 2025 para tratar de ser plenamente competitiva en 2026, en el Campeonato de Europa, que se disputará en España y donde se retiraría. Quizás en Huelva, que se ha postulado para acoger el evento. Largo nos lo fía. Alto nos lo confía. Entretanto, 2024 nos la ha regalado doliente y optimista, suya y nuestra, envuelta en aromas de afecto popular y simbólicas galas principescas.