LaLiga Santander
Getafe 0 Barcelona 0
El equipo azulgrana, que hace tres partidos que no marca, enhebra su segundo 0-0 consecutivo tras un deficiente partido en Getafe. Deja su ventaja sobre el Real Madrid en 11 puntos a falta de nueve jornadas
El Barcelona se encuentra en estado catatónico. En vez de correr a por la Liga, se ha quedado paralizado antes de alcanzar la meta. Ni juega ni estimula. Y mientras Raphinha, dramático otra vez en el desborde, exhibe sus malas pulgas golpeando el banquillo, Xavi Hernández pone el foco en el césped y el sol. Las coartadas siempre tienen su momento en el fútbol. Y no parece éste el adecuado.
Conviene detenerse en dos episodios acontecidos en el ocaso del empate en Getafe. Ronald Araujo se fue a por la pelota. Agachó la cabeza, miró al suelo por si el balón se le escapaba, y se puso a correr hacia la portería contraria con la determinación de quien pretende atravesar puertas sin haberlas abierto antes. El levantamiento de Araujo en el minuto 84 fue bello por inconsciente. Una pizca de orgullo en este Barcelona de repente ausente. Su rebelión concluyó antes de llegar al área. Y ya sin pulmones, cuando le tocó retroceder, a punto estuvo de permitir que Borja Mayoral marcara para los azulones. No fue así, y el equipo de Xavi enhebró otro 0-0 tras el obtenido ante el Girona. Son ya tres partidos seguidos en los que no marca contando el 0-4 de Copa frente al Real Madrid. Y si bien el título de Liga no debería correr peligro, aún con 11 puntos de ventajas con nueve jornadas en juego, haría bien el Barça protegiendo su imagen.
El diagnóstico más crudo de la plantilla lo ofreció Xavi a través de su alineación. Porque en este equipo minimizado por las bajas de cuatro titulares (Christensen, De Jong, Pedri y Dembélé) y que se desangra tanto en la creación como en la definición, ni siquiera tienen hueco en el once Ferran Torres y Ansu Fati. De hecho, el técnico azulgrana prefirió en Getafe hacer un hueco a Jordi Alba en el lateral izquierdo y disfrazar a Alejandro Balde de extremo, donde éste desvela carencias en estático y pierde toda capacidad de sorpresa. «No es tiempo para pruebas; tenemos que asegurar», había asumido Xavi en la víspera del duelo. Y quizá no sea más que eso, que el entrenador considere que Ferran y Ansu, señalados por el departamento de ventas del club, se hayan alejado definitivamente de toda certidumbre para entregarse a la sospecha ajena.
El Barcelona, en cualquier caso, en nada mejoró respecto a su empate a nada frente al Girona. Sin juego posible entre líneas, con una circulación de balón lenta y desesperante, y sin más soluciones que los desplazamientos en largo de un central, Araujo, hacia la orilla de un extremo que no lo es, Balde, el tiempo se consumió entre pelotazos sin sentido, quejas varias, cánticos aludiendo al caso Negreira y el habitual reparto de caramelos de Damián Suárez, enfrentado a quien hiciera falta.
A Kessié nadie le puede reclamar que controle, gire y produzca. Sí a Gavi. Pero éste vivió condicionado por la tarjeta amarilla que le mostró el árbitro Pulido Santana en el primer minuto de juego, circunstancia insólita que responde al clima de agitación que acecha al joven centrocampista. Gavi agarró a Enes Ünal en plena disputa por el balón en el mismo amanecer. La falta de delicadeza en la falta, algo ya habitual en el chico, pero sobre todo la propaganda hicieron el resto.
Los palos de Raphinha y Balde
Quique Sánchez Flores, mientras, tenía bien claro qué hacer para desesperar a los azulgrana: amagar con un inicio arrebatador -ahí quedó un remate picado de Munir a centro de Mayoral-, para después amontonarse atrás con sus tres centrales como maestros de ceremonias. Ante semejante enredo, todo quedaba pendiente de un desequilibrio episódico. Lo logró Ter Stegen con un zapatazo lejano desde sus dominios. Lewandowski logró engañar a Duarte agachándose a tiempo, lo que dejó a Raphinha en un mano a mano contra David Soria. El brasileño, al que se le abrieron los cielos, disparó sin embargo al poste. Balde hubiera podido remediarlo en el rebote, pero no pudo ocultar su escasa pericia en la definición. Sin oposición alguna, remató al mismo palo que había escupido antes el balón.
Entre tanto, Xavi continuaba dando vueltas por el laberinto. Sergi Roberto, a quien esta vez le había tocado ejercer de lateral derecho, regresó a su cíclico tormento de las lesiones musculares. Pensó primero el técnico del Barcelona que Eric García debía irse a la orilla, lugar inexplorado en toda la tarde por el Getafe. Pero tan groseros eran los problemas en la construcción desde la retaguardia azulgrana que Koundé, cada vez más sombrío, acabó en la banda para que Eric tratara de dividir como central.
Reclamó Xavi a Ansu y Ferran que cambiaran el partido a 20 minutos del final. Ni uno ni otro hicieron más que sus compañeros. Tampoco Pablo Torre, invisible toda la temporada y reclamo de urgencia. Y mientras Lewandowski cabeceaba a las manos de David Soria -el polaco sólo ha marcado en uno de sus últimos seis partidos de Liga-, el Barcelona aún pudo dar gracias a que Borja Mayoral, tal y como hiciera en el Camp Nou, errara en el momento definitivo.
Tres chavales se habían encaramado a un árbol para ver el duelo por la gorra. Ante lo ocurrido, no fue una mala opción.