LaLiga Santander
Atlético 3 Mallorca 1
Con goles de De Paul, Morata y el belga remontan el tanto del Mallorca en el minuto 20. El francés, determinante, ideó el primero y el último gol
No dejó el Atlético de ser fiel a su leyenda ni el día de su 120 cumpleaños. Alguna penuria tenía que pasar, aunque solo fuera para que emergiera un partido más la figura de Griezmann, un futbolista descomunal con el que, de rojiblanco o de blanco y azul, hubieran soñado aquellos ingenieros de minas vasco que en 1903 fundaron un club de fútbol en Madrid. Tampoco podían imaginar que un indomable belga, Carrasco tan talentoso como caótico, se convertiría en su escudero perfecto para consumar un cumpleaños feliz. [Narración y estadística]
Se vistió el Mallorca de invitado follonero dispuesto a aguarla. Como el niño que mete el dedo en la tarta, sopla las velas antes de tiempo o da el golpe definitivo a la piñata, sin importar el sofoco que eso iba a crear en un Metropolitano engalanado en rojiblanco y azul para festejar los 120 años de un club que. Y eso que pareció que al festejo quería contribuir Aguirre, como homenaje a su pasado, dejando a sus dos armas en el banquillo. La estampa de Muriqi y Kang-In entre los suplentes generó desconcierto, pero ése era el plan.
En 20 minutos diluyó a un Atlético en el solo Carrasco aparecía para estrellarse una y otra vez con Maffeo. Sin que el trabajo de Grbic, sustituto de Oblak por sus problemas cervicales, fuera excesivo, un saque de esquina que tocó Copete lo acabó convirtiendo en gol Nastasic cabeceando solo al segundo palo. Sin que el Metropolitano cesara de bramar, de ese revés lo rescató, como siempre, Griezmann, esta vez vestido de blanco y azul. Probó a Rakjovic con varios disparos, vio a Lemar soltar un misil desde la frontal y hasta cómo Nahuel Molina caía en el área en una disputa con Copete en la que Pulido Santana vio penalti hasta que el VAR le recomendó pensárselo. El primer penalti del Atlético en 33 jornadas consecutivas de Liga apenas duró unos segundos antes de esfumarse. No fue el regalo esperado de cumpleaños.
Con un Mallorca encerrado y repeliendo ataques con rotundidad, Simeone cambió de orillas a Carrasco y Lemar, a ver si podían hostigar. Fluían mejor los rojiblancos y casi con el pie en el vestuario hilvanaron la jugada del empate. Maffeo quiso salvar un balón en banda que le robó Hermoso para que Griezmann encontrara otro disparo a las manos del meta balear. Esta vez el rechazo le volvió a francés y habilitó a De Paul para lograr el empate.
La inyección de energía duró más allá del paso por el vestuario y sirvió para voltear el partido con un centro tan lejano como perfecto de Nahuel Molina para el testarazo de Morata. El Atlético ya se había desatado. Tanto que incluso un cabezazo de Giménez tras una asistencia milimetrada de Griezmann obligó a estirarse a Rakjovic para evitar el tercer tanto.
Aguirre miró al banquillo y no se guardó ni un minuto más a sus talismanes. Tampoco podía por la brecha de Abdón en la cabeza que provocó el cambio. Se estiraron los baleares y buscaron hacer valer su pericia a balón parado con el guante de Kang-In y el yunque de Muriqi. Retrucó Simeone buscando más control con Saúl y Barrios, buscando la calma para buscar las grietas de la muralla mallorquina. Pero el duelo se igualó tanto como se alejó de las áreas. Solo un taconazo de Morata se rozó el poste recordó al Metropolitano que su equipo también quería darse un festín.
Kang-In, respondón por naturaleza, les recordó con tres regates en el área y un disparo que salvó a quemarropa Witsel que no iba a ser fácil. Fue entonces cuando apareció un futbolista diferencial para el Atlético, vestido de rojiblanco o de blaquiazul, tanto le da. Lo que en otro jugador hubiera sido un despeje de un ataque del Mallorca, Griezmann lo convirtió en una asistencia que cogió la espalda de Copete para que apareciera Carrasco. A la carrera, el belga es imparable. Encaró a Rakjovic, lo miró varias veces, lo engañó con el cuerpo y, con la sangre fría que por momentos exaspera a su grada, batió al serbio para, ahora sí, confirmar que la fiesta iba a ser perfecta.