Rahm se puso la chaqueta el día que Ballesteros hubiera cumplido 66 años. Los recuerdos del cántabro, el más joven en ganar en Augusta, sobrevolaron la victoria del de Barrika.
Bastantes españoles, nos consta, no identificaban a Jon Rahm como compatriota. Tenía un nombre muy “raro” para ser de aquí. Era lógico. Lo de Jon, aunque vasco, no le suena a todo el mundo fuera de la zona. Además, recuerda más bien a John. En cuanto a Rahm, pues, evidentemente, no tiene mucho que ver con nuestra grafía. Viene de ancestros suizos. O sea, es un apellido más bien alemán que, con toda seguridad muchos de nosotros tendremos siempre dificultad en escribir para colocar la hache en el lugar adecuado.
El padre de Jon se llama Edorta (¡humm!) y es de Bilbao. La madre, en cambio, Ángeles, y es de Madrid. Y se apellida Rodríguez. Por ese Rodríguez entroncaría del todo Jon, para la mayoría del personal, en la españolidad. Después de su triunfo en el Masters de Augusta, y de su repercusión mediática (ha sido portada en todos los periódicos, incluidos los deportivos), probablemente ya casi nadie en este país desconoce que este chicarrón barbado es de los nuestros. Nuestro y bien nuestro. Y, de paso, se habrán enterado también en el extranjero. En especial en Estados Unidos, donde eso de Jon y Rahm no cuadra con la idea que se tiene de lo “español” y lo “hispano“. De lo “latino”.
La coincidencia de su triunfo con la fecha en la que Severiano Ballesteros habría cumplido 66 años otorga a Jon una especie de sobrenatural legitimidad de heredero de las mayores glorias del golf español. Es cierto que José María Olazábal Manterola, otro vasco, y Sergio García Fernández, un castellonense de apellidos inequívocos, sucedieron a Seve.
Pero el de Pedreña, una especie de sonriente, encantador, atractivo “beatle” que mereció la portada de Sports Illustrated, rompió moldes “here, there and everywhere” con su clase, su estilo y su carisma. En 1980 fue líder desde la primera jornada y, aunque mandó la bola al agua dos veces, todavía acabó con cuatro golpes de ventaja. Se convirtió entonces en el primer europeo en hollar un territorio “prohibido. Y, a los 23 años, en el ganador más joven en embutirse en la chaqueta verde. Tendría que ser nada menos que Tiger Woods quien le arrebatase ese honor cronológico. Severiano volvió a ganar en 1983 en una edición muy parecida a la de este año, lluviosa y desapacible, que acabó el lunes.
En un “sport” considerado elitista, mucho más en un país que había vivido durante mucho tiempo del fútbol, el ciclismo y el boxeo, deportes de secano, de “pobres” y “plebeyos”, Ballesteros está considerado un pionero. Lo es, desde luego, según la forma de valorar ese tipo de afirmaciones, a partir de los triunfos resonantes. Pero Seve no procedía del desierto. Venía, para empezar, de una familia del ramo. Su tío, Ramón Sota, era un golfista de prestigio, campeón de España y ganador de varios torneos internacionales. El padre de Seve cuidaba los “links” del campo de Pedreña, donde el futuro genio debutó como “caddie” con nueve años de edad.
Severiano, nacido en 1957, no venía, repetimos, del desierto. Aparte del ejemplo de su tío, ya manejaban con éxito los palos José María Cañizares (1947), Manolo Piñero (1952) y Pepín Rivero (1952). Se unió Seve a ellos. Y con él unos jóvenes Miguel Ángel Martín (1962), Miguel Ángel Jiménez (1964) y Chema Olazábal (1966). Todos llegaron a ser contemporáneos y merecieron en el Planeta Golf el título de la Armada Española. Se hizo algo más “famoso” Piñero en Estados Unidos porque era el compañero de juego de Bing Crosby cuando el célebre cantante y actor, tras un partido victorioso de 18 hoyos, el 14 de octubre de 1977 en el club madrileño de La Moraleja, falleció repentinamente.
Fueron haciendo unos y otros de puente generacional. Aparte de Ballesteros, Olazábal, García y, ahora, Rahm, quien estuvo más cerca de la deseada chaqueta fue Miguel Ángel Jiménez, décimo en 2001, noveno en 2002 y octavo en 2008.
La todavía muy joven figura de Rahm (28 años) entronca más que la de cualquier otro español con la de Ballesteros en la cima del golf mundial. En los verdes campos del Edén.