De la calle del Olvido al Camp Nou: nada agrieta la burbuja del Barcelona

De la calle del Olvido al Camp Nou: nada agrieta la burbuja del Barcelona

Europa League

Actualizado

El estadio azulgrana queda a siete kilómetros del anodino local desde donde operaba la sociedad del ex vicepresidente de los árbitros españoles

Aficionados en el Camp Nou.GORKA LOINAZARABA PRESS

Lo peligroso siempre estuvo en lo anodino. En lo invisible.

No es la calle del Oblit, sí, del Olvido, un lugar por donde uno pasee porque sí. Caminan cuesta arriba o cuesta abajo quienes buscan hacer alguna compra en el Mercado del barrio del Guinardó de Barcelona, o quienes acceden a la residencia de ancianos encajada en la parte trasera del edificio. Pero la puerta donde está domiciliada la sociedad Dasnil 95 SL, en el número 25, pasa del todo desapercibida. Cristal opaco en el local. No hay placa, distintivo o señal alguna, más allá de las fauces de un buzón y de un par de letreros amenazantes que advierten de la presencia de videovigilancia. Un par de pisos en los bajos, persianas con polvo y a media asta, y nadie que responda a cualquiera de los dos timbres del portal. En la acera de enfrente está el convento de los Frailes Mínimos. Y algo más abajo el restaurante chino Río Dragón donde hizo fortuna el mago Gang, que bien te cocina, te cuenta un chiste o te engaña con las cartas. La prestidigitación siempre tuvo su público.

Un antiguo cartero que prestaba servicio en el distrito de Horta-Guinardó a principios de la década de los 2000 aún hoy recuerda lo curioso que le parecía entregar cartas y paquetes en aquella calle a nombre de José María Enríquez Negreira. Por su condición de ex árbitro de Primera. Por ser uno de los capitostes del Comité Técnico de Árbitros, el número dos de Sánchez Arminio en la cúpula. Cuánto le costaba introducir los paquetes en aquel estrecho buzón los sábados a primera hora de la mañana, con el local cerrado.

En los 40 minutos de trayecto en metro que separan la calle del Olvido del Camp Nou, tomando la línea azul desde la parada de metro de Camp de l’Arpa hasta Collblanc, nadie debería entretenerse con ese caso Negreira que ha sacudido el fútbol español y ha metido al Barcelona en un lío que incluso escapa a sus históricas guerras cainitas de directivas -las primeras facturas con el ex vicepresidente de los árbitros datan de 2001, aún con Joan Gaspart en la presidencia-. Quizá no importara demasiado que la prensa deportiva catalana no llevara el asunto en portada -que sí la generalista-. Sin rastro de papel para leer en el suburbano, nada escapa a los móviles.

Sin referencias

No iba a ser el Camp Nou un lugar donde encontrar referencias al embrollo. Bastante había con preocuparse del Manchester United de Rashford y la amenaza que rondó durante un buen tramo de ver peligrar la supervivencia en la Europa League tras sufrir el destierro en la Champions. Los estadios, cada vez más cerca de los parques de atracciones que de los antiguos templos, ya no son lugares para las pancartas o las reivindicaciones. Se impone la felicidad y el jolgorio, pocas veces la crispación. Entre los 90.225 espectadores que abarrotaron el campo, unos 30.000 lo hicieron mediante un formulario después de que un socio del Barcelona renunciara a utilizar su abono.

El presidente Joan Laporta no pudo escuchar desde el palco cómo Jarvis Cocker y los Pulp imploraban desde la megafonía por algo de respeto a la gente común. Laporta no asomó en su asiento hasta un minuto antes de comenzar el partido. Dicharachero, sonriente y convertido en un saco de abrazos, se preparó también para soportar un fenomenal intercambio de golpes entre el Barcelona y el Manchester United, que seguirán con lo suyo en una semana en Old Trafford tras el combatido empate a dos. Quien se lo tomó con calma para llegar al palco fue Ronaldinho, cuyos amaneceres siempre fueron tardíos. Por aquellas filas también se sentaron Sir Alex Ferguson, leyenda del United; Roger Torrent, ex presidente del Parlament de Catalunya y ahora conseller de Empresa; Joan Soteras, que acaba de ser reelegido por segunda vez como presidente de la Federación catalana de fútbol; Enric Reyna, que fue el presidente azulgrana accidental que ejerció de bisagra entre Gaspart y Laporta; o Luis Fernando Pascual, jefe superior de Policía de Cataluña.

Tal fue la agitación que desprendía el partido que a los aficionados no les costó demasiado involucrarse a fondo tras cantar a capella una de las estrofas del himno del Barça. Lamentaron los hinchas la lesión en el cuádriceps de Pedri -le dejará fuera del partido de vuelta junto al también lesionado Dembélé y al sancionado Gavi, con Busquets también al límite-. Se emocionaron junto a Marcos Alonso, que pudo rendir con su testarazo a gol un sentido homenaje a su padre, El Pichón, fallecido la pasada semana. Y entraron en combustión al ver reaccionar al Barcelona a las embestidas de Rashford, responsable de un gol y precursor de otro. Raphinha atrapó el empate a dos casi sin querer y se llevó un cabreo de aúpa al ver que después su entrenador lo mandaba al banquillo.

Los aficionados silbaron. Abuchearon al árbitro, el italiano Maurizio Mariani, por no señalar una mano de Fred en el área. Y anochecieron aplaudiendo ante el espectáculo visto.

«En ningún caso me gustaría ganar con trampas. Si eso pasara, me iría a casa», se revolvió Xavi Hernández con el estadio ya vacío.

Nada agrieta la burbuja. La calle del Olvido queda lejos. A siete kilómetros.

kpd