En la meta de la medieval Carcassonne, Tadej Pogacar entró sonriente y feliz tras conocer que Tim Wellens -no sólo su gregario, también uno de sus más cercanos en el UAE Emirates- había conseguido una extraordinaria victoria en solitario tras atacar antes del descenso (aunque Quinn Simmons, uno de sus compañeros de fuga, le acusara de haberse ayudado del rebufo de una moto para abrir hueco). El belga no fue el único, sin embargo, que entró con los brazos arriba. La anécdota de la jornada la protagonizó todo un veterano, para escarnio francés. Julian Alaphilippe, día para olvidar, festejó con rabia lo que no era.
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“Por desgracia, mi radio no funcionaba después de la caída. Intenté hacer el mejor sprint y, como un idiota, levanté las manos mientras había otros delante (Campenaerts había sido segundo). Podría haber terminado mejor, pero también podría haberme ido a casa, así que no pasa nada”, confesó Loulou, ídolo de masas en el Tour.
La cosa había empezado realmente torcida para el del Tudor, que al poco de salir desde Muret se vio implicado en una caída en la que se le dislocó el hombro derecho. Sentado con las piernas cruzadas en mitad de la carretera, aturdido, fue atendido por el equipo médico y al poco regresó al pelotón. Según admitió después, él mismo había colocado su articulación: “Recordé lo que me habían hecho en el hospital y logré recomponerlo”.
Alaphilippe, tras su caída.AFP
“Hizo un clic fuerte y todo volvió a la normalidad. Después, fue una contrarreloj para remontar”. Julian siguió batallando como de costumbre y logró meterse en la numerosísima fuga que hizo camino. Después se quedó cortado y, finalmente, ya en los últimos kilómetros, enlazaron con el grupo en el que iban los españoles Carlos Rodríguez e Iván Romeo. Alaphilippe pensó que nadie más había por delante y, sin radio, nadie le avisó. Esprintó con su infinita clase y superó a un ojiplático Van Aert y a su compatriota Axel Laurence. Y alzó los brazos con rabia. Pensaba que había conseguido su séptima victoria de etapa en el Tour, menudo broche a sus 33 años. Pero no.
No es el primer ciclista al que le ocurre algo parecido. Ni siquiera a él mismo, que ya en 2020 levantó los brazos en la Lieja-Bastoña-Lieja, sin darse cuenta de que Primoz Roglic le había superado en la línea de meta.