No fue el debut soñado en Primera División para Christian Rivero, pero ya podrá decir que jugó minutos con la camiseta del Valencia. A sus 26 años y tras cinco años en la primera plantilla, el canterano no había tenido ocasión de ponerse nunca bajo palos en Mestalla. El destino se lo ofreció a poco más de dos meses de que finalice su contrato y su futuro vuelva a estar en el aire. Por eso entendió Thierry Correia que debía cederle el brazalete para provocar una imagen sin precedentes: debut en Primera como capitán.
Fue en el minuto 31 del duelo ante el Alavés cuando supo que pisaría el césped. Jaume Domenech, guardameta y capitán del Valencia, ponía en juego un balón con la pierna izquierda y se echaba la mano al muslo. Había resistido al pisotón de Kike García en el primer minuto, pero se tenía que ir del campo entre lágrimas.
En ese momento, con Mamardashvili en la grada sancionado, le tocaba a Rivero volver a la portería y convertirse, pese a sus 26 años, en el jugador valencianista de más edad sobre el campo. El rendimiento del ‘baby’ Valencia de Baraja ha sido su grandeza y, en ocasiones, su condena.
Rivero recuperó sensaciones que no vivía desde el 27 de enero de 2021. Ese fue su último partido con el Valencia. Esa temporada, después de tres en el club, suya había sido la Copa del Rey y jugó ante el Terrassa, el Yeclano, el Alcorcón y el Sevilla, que le marcó tres goles y puso fin a su oportunidad. Aún así, no salió cedido hasta enero de 2022, cuando irrumpió el georgiano en la titularidad y decidieron enviarlo a Alcorcón.
En Segunda División jugó sólo tres partidos. El último el 24 de abril de 2022 ante el Real Oviedo (1-2). En total son siete partidos en los últimos cuatro años, un bagaje que puede antojarse pobre para el guardameta aún joven que nada pudo hacer en el gol del Alavés pero tuvo dos intervenciones ante Giuliano Simeone agradecidas por la grada de Mestalla.
Con la continuidad de Mamardashvili en manos de las ofertas que le lleguen a Peter Lim y los problemas físicos que lastran a Jaume pese a su reciente renovación, el futuro valencianista de Rivero se escribirá antes del 30 de junio.
Cuando Julen Agirrezabala y Nico Williams nacieron, la gabarra llevaba 18 y 16 años sin pasear a un campeón por la ría de Bilbao. Nadie de su generación ha visto al Athletic alzar la Copa del Rey, cinco veces han llorado que se les escapó y ambos se conjuraron y fueron clave para levantarla 40 años después. Les costó 120 minutos probar de todas las formas posibles cómo batir a un combativo Mallorca que los llevó hasta una tanda de penaltis en la que no fallaron. La gabarra, por fin, volverá al agua el próximo jueves.
Fue Iker Muniain quien recorrió los escalones hasta el palco de La Cartuja para recoger de manos del Rey Felipe el título. A final de la larga fila de autoridades estaba Iribar, con lágrimas en los ojos. Como el mítico guardameta, el capitán navarro sabe lo que ha costado volver a ser campeones. "Una barbaridad, muchas derrotas, muchas lágrimas, muchos momentos amargos. Hoy saboreamos el lado bueno del fútbol. 40 años han pasado para coger la Copa y no soltarla jamás", aventuró.
Buscó Iker a otro veterano, De Marcos, para volver a levantar una Copa que llegó pronto a las manos de Ernesto Valverde. No rehuyó el protagonismo como tampoco se libró del manteo.Técnico siempre comedido, agarró el trofeo, caminó en solitario hacia la grada rojiblanca de La Cartuja y, sin dejar de sonreír dejó la Copa en el punto de penalti desde donde se acababan de proclamar campeones. No tiene comparación con ninguno, Sólo hay que ver cómo estaba el campo lo que significa para esta afición. Al final fue en los penaltis, porque también hemos sufrido", admitió el técnico, que miraba de reojo los lanzamientos pero se alegró de la parada de Agirrezabala. "Ha jugado partidos muy comprometidos antes de esta final, como contra el Atlético o el Barça", destacó Valverde.
No será la que se vio en el césped su única celebración, que tendrá que planear. "Me había negado a pensar cómo celebrarlo y ahora tendré que hacerlo. Cuando estaba en Grecia, después de una final aparecíamos en un bar perdido para comer un gyros (un sandwich con pan de pita) y beber cerveza. Algo así haremos", confesó el entrenador mientras la fiesta seguía en el césped.
Una valla cedió
Celebró el Athletic con su afición tan de cerca que una valla del fondo cedió ante la eufórica cercanía de los jugadores sin que se lamentaran daños y al unísono con su plantilla de campeones abrazada en el área entonaron el Txoria Txoi antes de que Asier Villalibre sacara su mítica trompeta y Unai Simón y Yuri se pasaran un ratito cortando la red donde acabaron los cuatro penaltis pateados por el Athletic.
No llegó a patear Nico Williams, que fue el peligro, el mejor jugador del partido, el talento al que se agarraron los rojiblancos. «No puedo esperar más a subir a la gabarra. Llevamos mucho tiempo persiguiendo esto, desde el parque hasta este estadio. El año pasado fallé dos ocasiones en las semifinales y ahora esto es un sueño. Por mi familia, mi hermano, De Marcos, estoy feliz de haberlo logrado en el club de mi vida».
Ese sueño lo cumplirá el próximo jueves y tendrá un protagonismo especial: "Siempre he sido el hermano de, pero ahora me estoy haciendo mi nombre".
Lo mismo sentía Julen Agirrezabala, otro veinteañero a quien le han contado la historia de cuando fueron los mejores. En este partido fue creciendo hasta atajar las ocasiones del Mallorca, que no fueron muchas pero algunas muy claras, y el penalti de Morlanes que hundió a los de Aguirre con una suerte que muchas veces les salió de cara. Esta vez Dominik Greif no pudo ser el héroe ni llevarse una Copa de regalo de cumpleaños que borrara tres años de calvario de lesiones.
Lo tuvo cerca el Mallorca. Aguirre reconoció más a su equipo que Valverde durante muchos minutos. La Cartuja era rojiblanca y rujía en euskera, pero sus futbolistas estuvieron atenazados por la responsabilidad en toda la primera parte. Les costaba hacer correr a los Williams, que lo peleaban con más corazón que cabeza. Iñaki contra Copete y Lato mientras Nico lograba quebrar a Gio González y Valjent pero no encontraba la portería de Greif.
De la ansiedad se pasó al temblor con el gol de Dani Rodríguez. «Como si jugaras en la plaza» le había dicho al gallego su mujer y por eso no dudó en rematar una pelota escupida por Prados que le ofreció Gio González para que se convirtiera en héroe. Ni Muriqi ni Larin ni Abdón. Aquel chico criado en el Deportivo que en el que llegó del Albacete en el verano de 2018 para jugar en Segunda acercaba al Mallorca a la segunda Copa. Eso pensaba en el palco bufanda al cuello, Rafa Nadal y su entrenador Carlos Moyà. Unas filas más abajo sufría Iríbar viendo a su Athletic tambalearse y a Nico, en un mano a mano escorado contra Greif, estrellar el empate en el exterior de la red antes de que le anularan un tanto por fuera de juego.
En el vestuario, Valverde les leyó todo lo que había apuntado en su libreta y hubo un despertar. Si Larin pudo hacer el segundo, nada evitó que su rival se quedara el balón y que el pequeño de los Williams se echara el escudo a la espalda. Se escapó por la banda izquierda, perdió la pelota ante Gio, peleó la recuperación con Samu Costa y asistió a Oihan Sancet para que batiera la meta mallorquinista. Este regalo le convierte en el tercer jugador más goles ofrece a sus compañeros de toda Europa.
Todo empezaba de nuevo aunque, esta vez con un Athletic que se sacudió la tensión para mandar con descaro, jugar y crear ocasiones, pero sin poder evitar la prórroga que puso nerviosos a todos. Pudo cerrar el partido otra vez Nico, pero los 40 años de sequía acabaron de penalti, un castigo que el Mallorca recuerda que ya sufrió en 1998 en su primera final en Mestalla. Al partido le puso fin el largo abrazo de Valverde y Aguirre.
Hay dos indicadores que reflejan cuándo un futbolista transita la senda que conduce a convertirse en mito. El primero es salir aplaudido de los estadios rivales; el segundo, ver los aledaños de esos campos repletos de camisetas con su dorsal y su nombre, reconocible incluso para quien ni siquiera cumple la condición de aficionado. Ambas se cumplen en el caso de Lamine Yamal (Esplugas de Llobregat, 2007), que lo ha logrado con una velocidad pasmosa y con una singularidad: arrastrado por España antes que por su club.
Hoy, cuando pise el estadio de Ginebra para enfrentarse a Suiza, recordará lo que ocurrió hace sólo un año. El 8 de septiembre de 2023, ante Georgia en Tiflis, Luis de la Fuente mandaba al campo al adolescente de 16 años y 57 días que había convocado para sorpresa de muchos cuando su hábitat natural era la Sub-17 que preparaba el Mundial de Indonesia. Sin embargo, la RFEF sabía que era un diamante que se podía escapar. Pese a haber jugado con España desde los 14 años, Marruecos, país de su familia paterna, ya le había tentado. Por eso Francis Pérez, entonces coordinador de las categorías inferiores, y Tito Blanco viajaron a Barcelona a convencer a la familia. De él ya se hablaban maravillas entre los técnicos de La Masía porque incluso aguantaba las comparaciones con el crecimiento que le vieron a Leo Messi.
Sin embargo, en el primer equipo no apareció hasta unas semanas antes de la llamada de España. En la temporada 22/23, con el Barça camino de ser campeón de Liga, Xavi Hernández sólo le llamó para cuatro partidos ante Atlético, Rayo, Betis y Osasuna y lo hizo debutar ante el conjunto andaluz para jugar siete minutos. Lamine tenía 15 años, 9 meses y 16 días y rompió su primer récord al convertirse en el jugador del Barça más joven de la Liga. Pero desapareció de nuevo hasta el Trofeo Gamper de la pretemporada siguiente, la 23/24 destinada a impulsar su historia. Brilló ante el Tottenham apareciendo en las jugadas de tres de los cuatro goles (4-2) que le endosaron a los ingleses y haciendo olvidar a Dembélé. Xavi ya no prescindió de él en Liga y, antes de la llamada de España, jugó cuatro partidos en los que siguió fulminaba registros: el futbolista más joven del siglo XXI en ser titular en Liga y en dar una asistencia.
En medio de la vorágine del 'caso Rubiales' y, pese a estar en el foco, el seleccionador no se movió de su objetivo. «Es un futbolista con un potencial excepcional. En los partidos que ha participado se le ha visto que tiene ese toque de estar tocado con esa varita de Dios. No hay máximos ni mínimos de edad. Yo mido la capacidad, la categoría y el nivel. Está preparado para competir al máximo en la selección», justificó De la Fuente, que no tardó en ver cómo el niño le dejaba en buen lugar.
En el estadio Boris Paichadze, en el minuto 44, justo antes del descanso, el seleccionador miró al banquillo por la lesión de Dani Olmo y mandó al campo al debutante más joven de la historia de la selección, que además, redondearía una victoria 1-7 para convertirse también con 16 años y 57 días en el goleador más precoz.
Una "pieza clave"
Su elección de vestir la Roja ya no tenía vuelta atrás. «Lo he tenido claro siempre, que quería jugar con España, ganar una Eurocopa, un Mundial y todo lo que se pueda», confesaba Lamine justo cuando comenzó a fraguarse el fenómeno que ha pulverizado todo tipo de datos -más joven en debutar y marcar en la Euro, en estar nominado al Balón de Oro o en jugar un Clásico- y que le ha convertido en el jugador de España de mayor incidencia en el ataque, con tres goles, siete asistencias y un penalti provocado. Es «una pieza clave», admiten en el vestuario.
Suiza le temen. «Me alegro de no ser yo quien se enfrente a él», bromeaba el seleccionador suizo Murat Yakin, antiguo central. «Hace cosas increíbles con la pelota. Hay que tener mucho cuidado con sus jugadores de banda, no dejar que el balón le llegue y pararlo», advirtió.
La Eurocopa ha sido un escaparate mayúsculo, con el gol ante Francia y otras cuatro asistencias, donde ha mostrado una «madurez» que destaca continuamente De la Fuente. Es líder sobre el césped, pero su impacto va mucho más allá.
El jugador es imagen de Adidas desde febrero, comparte modelo de botas con Messi y su cotización entre las marcas se multiplica. Durante la Eurocopa, su naturalidad y su complicidad con Nico incrementaron la audiencia entre la Generación Z, que ahora espera su visita a El Hormiguero en próximo jueves. Esta popularidad no parece ser una carga que afecte a su fútbol, ni siquiera en momentos complicados como la agresión a su padre. La maneja con naturalidad y eso también genera impacto. Sus redes sociales tuvieron en junio un incremento del 52%, según Result Sport, y alcanzaron los 25 millones de seguidores. España ha creado un mito.