Un jurado del condado de Clackamas (Oregón) condenó este jueves a Ben McLemore, ex jugador de la NBA y del Río Breogán en España, por violar a una mujer de 21 años en 2021.
McLemore, de 32 años, fue condenado por violación en primer grado, “penetración sexual ilegal” en primer grado y abuso sexual en segundo grado.
McLemore era jugador de los Portland Trail Blazers en el momento de la violación, ocurrida en una fiesta a la que acudió junto a otros jugadores de la NBA, y recibirá la sentencia el próximo 9 de julio, informó el condado de Clakamas en un comunicado
Elegido en el draft de 2013 en el puesto 7 por los Sacramento Kings, McLemore disputó nueve temporadas en la NBA y pasó por otros equipos como los Memphis Grizzlies, los Houston Rockets, Los Angeles Lakers y los Portland Trail Blazers.
Posteriormente probó suerte fuera de Estados Unidos en el baloncesto chino y griego antes de fichar por el Río Breogán. En la actualidad, McLemore competía en la liga turca.
En marzo, McLemore fue denunciado por la Policía Local de Lugo por conducir ebrio, negarse a realizar la prueba de alcoholemia y enfrentarse a los agentes.
Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.
El martes, a la vez que el Real Madrid apagaba el ímpetu del Unicaja en el Martín Carpena y celebraba su pase a la final de la Liga Endesa por quinta vez consecutiva (exceptuando la edición de la burbuja, ha estado presente en 12 de las últimas 13, ganando siete de ellas), se cumplían ocho años exactos de uno de sus descalabros más sonados de los últimos tiempos, uno de los grandes borrones del 'lasismo', el título perdido en La Fonteta, el histórico triunfo del Valencia Basket de... Pedro Martínez. El mismo rival y el mismo entrenador, de vuelta tras sus años en Manresa, que a partir de hoy (21.15 h., primer partido en el Palacio) desafía a los blancos.
Como si el tiempo hubiera retrocedido, se desatan los paralelismos para un desenlace entre los dos mejores equipos de la temporada regular (primero contra segundo), dos de los principales protagonistas de récords y rachas, pero también dos sin rúbrica: no saben todavía lo que es levantar un título. Al Madrid el Unicaja le dejó sin Supercopa y Copa y el Olympiacos sin Final Four. El Valencia cayó en cuartos coperos ante el local Gran Canaria y el Hapoel Tel Aviv (campeón después) le apeó en semifinales de la Eurocup.
Entonces, junio del 2017, el Valencia se plantaba en la segunda final de su historia con un colectivo que hoy es recordado por la química que desató, de Dubjlevic a San Emeterio. Entonces, a unos metros de La Fonteta estaba a punto de inaugurarse L'Alqueria, 15.000 metros cuadrados dedicados al baloncesto de formación. Hoy, a otros pocos metros de La Fonteta, está a punto de inaugurarse el Roig Arena, un pabellón sin igual en España, lugar de tantos próximos eventos, entre ellos la Copa del Rey 2026. Entonces, el Valencia regresaba a la Euroliga. La próxima temporada, el Valencia disputará la Euroliga.
Hace ocho años el Madrid era de Pablo Laso (con Chus Mateo como asistente), Luka Doncic despuntaba con 18 y Facundo Campazzo iba a regresar después del verano tras su cesión en Murcia. Había ganado la Copa en el Buesa Arena, precisamente en la final al Valencia y buscaba el doblete. Pero después se había quebrado tras la Final Four en el Sinan Erdem de Estambul. Los taronjas le ganaron tres partidos seguidos en cinco días en el desenlace, tras perder el primero en el Palacio.
Ese es el aviso, tan lejos y tan cerca. Pedro Martínez volvió al Turia y el Valencia pulverizó el récord de la ACB de valoración (114,4), de rebotes (41,4), de asistencias (22,1) y de triples (13,5) en liga regular. También firmó la mayor anotación desde el curso 1988-89 (96,7). Un equipo que es frenético: acumula 14 partidos de 100 o más puntos en esta Liga Endesa. Nadie conseguía tantos desde la 1989-90 (Barça, 14 también). Y fue el primero en llegar a los 500 triples anotados en la misma temporada.
"Es algo parecido (al Unicaja). Te hacen jugar a muchas posesiones. Hay que tener buena selección de tiro y bajar a defender. Hacer un juego generoso. Te pueden romper, te pueden penetrar, te pueden tocar pintura... Hay que tener paciencia, como en esta serie", valoraba Campazzo sobre el Valencia. Precisamente el argentino llega en el mejor momento de su temporada, promediando 13,3 puntos, 4,5 asistencias y 18,5 de valoración en los partidos del playoff tras "dos meses raros", en los que no pareció él. Facu será protagonista, como Tavares y Hezonja. Enfrente, el eléctrico Jean Montero, toda una sensación, que promedia 19,4 puntos, cuatro rebotes, tres asistencias y 20,2 créditos de valoración en los playoffs. También en buena onda Pradilla, Badio...
Ante eso y ante la amenaza del año en blanco, algo que no le ocurre desde el curso 2010-2011 (26 trofeos en 13 temporadas desde entonces) impone el Madrid sus argumentos, que el Unicaja obligó a maximizar, lección aprendida. Antes de caer en el tercero contra los malagueños en semifinales, los blancos encadenaron 26 triunfos de carrerilla (tercera mejor racha histórica de la ACB), precisamente desde su derrota en La Fonteta.
En la misma Fonteta que ocho años atrás había comprobado el éxtasis de la primera ACB del Valencia Basket y una de las mayores afrentas sufridas por el Madrid en los últimos tiempos, en la Fonteta que anoche se despidió para siempre del baloncesto después de 37 temporadas taronjas (a unos metros aguarda a su estreno el impresionante Roig Arena), el equipo de Chus Mateo alzó su Liga número 38, la segunda consecutiva, la tercera en cuatro años, para reivindicar a un colectivo sobre el que pendía la amenaza del año en blanco. [70-81: Narración y estadísticas]
Lo logró con un contundente 3-0 en la final, sin resquicio ni opción para el Valencia de Pedro Martínez y su juego frenético, completamente apagado en la final por un Madrid sólido como una roca, otro recital defensivo que dejó en 70 puntos a los que no es raro que pasen de 100. Un Madrid que no tuvo un héroe y sí muchos esta vez, mérito de un Chus Mateo que terminó logrando lo que no tuvo a principio de curso, una rotación amplia y de garantías. Y así, protagonistas de la final fueron Andrés Feliz o Bruno Fernando. Y no tanto pero también Hezonja (16 puntos y nueve rebotes), Campazzo, Llull, Tavares o un Musa que pudo jugar su último partido de blanco.
Al Valencia le sobró ímpetu y le faltó concentración y pausa defensiva. También acierto. Mucho (2 de 15 en triples en la segunda parte). Le ocurrió en el arranque y después. Lo emocional se agolpaba en la Fonteta, también el calentón del error arbitral en su contra en los minutos decisivos del segundo round. Y el Madrid, experto en estos terrenos y ambientes, fue todo lo contrario. Bajó la temperatura al juego, impuso la intimidación de Tavares y empezó a herir ofensivamente con demasiada facilidad. Su despliegue no iba a resultar brillante, pero sí muy efectivo.
Bien temprano se hizo con eso que llaman el tempo del choque. Dos triples de Llull estiraron la ventaja en el amanecer y el segundo dos más uno de Bruno Fernando, especialmente acertado e incisivo el angoleño -también en defensa con sus tapones-, pusieron la máxima por entonces (19-29). Ocurrió justo después de una antideportiva de Llull a la que siguió una técnica en la tangana para Garuba. Una primera alarma roja que el Valencia logró apagar antes del descanso, espoleados por Puerto y López Aróstegui. Un triple final, sobre la misma bocina, del alero vasco llevó incluso con ventaja a los locales a los vestuarios (40-39).
Bruno Fernando, ante el Valencia Basket.ACB Photo
El Madrid había echado de menos el protagonismo de Campazzo y Tavares, apenas un punto entre la pareja que no deja de ser el pilar de su baloncesto. Y de más sus pérdidas y sobre todo los rebotes ofensivos del Valencia.
Pero todo eso se iba a solucionar de un plumazo a la vuelta, cuando el Facu arrancó como mejor rinde, ritmo de vértigo para un tremendo 0-15 que dejó helada a la Fonteta y también a Pedro Martínez, quien tardó de más en parar el parcial con un tiempo muerto. Se estrenó Campazzo y también Tavares, ya en la batalla. En apenas tres minutos, al Valencia se le había plantado una montaña delante.
Llull celebra una de sus canastas, en la Fonteta.ACB Photo
Iba a resultar el momento clave del duelo, pues ya todo fue un querer y no poder taronja (nueve puntos en el tercer cuarto), un remar contra corriente contra un Madrid que no lograba romper del todo la noche, pero tampoco dejaba resquicios para la remontada local. Y que abrochó el título con un parcial de 2-12 en los últimos minutos en una Fonteta ya en silencio.