Emparentado desde hace tiempo con lo mejor que dio este deporte, consecuencia lógica de la velocidad con la que se relaciona con el éxito, Carlos Alcaraz tiene desde ayer un nuevo nexo con la historia, la que viene escribiendo desde antes de ganar aquí, en Nueva York, hace un año, su primer título del Grand Slam, convirtiéndose en el número 1 más joven, en un relato sin interrupción.
Hasta el encuentro de octavos ante Matteo Arnaldi, el meritorio italiano que se estrenaba en el cuadro final del Abierto de Estados Unidos, habiéndose quedado en el último escalón de la fase previa en 2022, Andre Agassi, ex número 1 del mundo, ganador de ocho grandes, dos de ellos en estas pistas, era el único tenista capaz de presentarse tres veces consecutivas en los cuartos del US Open sin haber cumplido los 21.
El carismático jugador de Las Vegas, el hombre que hizo de su tortuosa biografía profesional, escrita por J.R.Moehringer, una narración apasionante que trascendió el interés deportivo, lo consiguió en 1988, 1989 y 1990.
Ingenuo y propositivo
Alcaraz, para quien estas analogías pueden considerarse casi anecdóticas, aunque es cierto que dictan un discurrir firme, irrumpió en 2021, tras dar el golpe en tercera ronda ante Stefanos Tsitsipas, cuando el griego aún era un jugador muy de posibles y no el tenista sumido en el desencanto, sólo capaz de ganarse un cierto protagonismo por su relación sentimental con una mujer que también insinuó una carrera triunfal, año en el que hubo de retirarse en cuartos frente a Felix Auger–Aliassime, víctima de un físico que aún no le daba lo que ahora sí le ofrece.
En 2022, ya saben. La intemerata.
Arnaldi, ingenuo y propositivo, quiso aprovechar sus minutos de gloria y jugar a lo mismo que su rival. Le entró directo, sin complejos, con el impulso de su buen servicio, que, no obstante, cedería en el sexto juego para ver cómo se le inclinaba el camino sin remedio, que le abocó a la derrota por 6-3, 6-3 y 6-4, en una hora y 57 minutos.
Lo disfruta John McEnroe, de vuelta en su cabina de comentarista tras superar el covid, inquieto, como siempre, de un lado a otro, hasta que la cámara que ofrece a los espectadores el retrato en directo de sus ídolos le muestra sentado mientras abre los brazos y sonríe agradeciendo la aclamación.
Sin inconvenientes
No importa que el partido se dispute bajo techo debido a la lluvia ni que Alcaraz lleve ambos muslos vendados ni que vuelva a jugar en el turno de día sin el glamour exclusivo de la sesión nocturna ni que Arnaldi, ya dos sets abajo, insinúe una reacción con la rotura en tercer juego del tercer set. El español, que ya ha suscitado la exclamación masiva en la Arthur Ashe con golpes como ese remate de revés de espaldas que acomoda mimoso a un metro de la cinta o esa otra volea por el mismo lado, ahora con la muñeca tersa, o las sucesivas combinaciones de dejada y globo repatentadas, responde de inmediato para devolver el partido a su destino.
“Me encanta hacer golpes que no están acostumbrados a ver, darles un show y que ellos disfruten”, aclara en rueda de prensa, después de explicar que la protección en sus piernas sólo tiene carácter precautorio, que no hay “nada serio”.
Lo paladea Jimmy Butler, el escolta de Miami, que tampoco ha querido perderse el show del defensor del título. Lo contempla con gesto de asombro Ben Stiller, buen sabedor de las formas de un artista.
Respetando el orden y la contención, atrás quedaron las reiteradas manifestación de entusiasmo que suponían una merma energética, Alcaraz no defrauda a quienes ven en él al gran renovador del tenis moderno, que viene de ganar Wimbledon y quiere volver a hacerlo en el Abierto de Estados Unidos.
Sinner o Zverev
Cierto que el cuadro no le ha arrojado aún adversarios peligrosos. No lo fue Dominik Koepfer, 75º, obligado a declinar las armas cuando estaba un set abajo y ya con desventaja en el segundo. Tampoco Lloyd Harris, venido del vacío tras una operación de muñeca. Ni el bueno de Daniel Evans, 26º, el único cabeza de serie con quien ha jugado hasta ahora. El británico, en un ejercicio de esmero y dignidad, fue más lejos de lo que ha ido ningún otro y le arrebató un set. Lo intentó Arnaldi, 22 años, con valor para derribar a Cameron Norrie, decimosexto cabeza de serie, y de imponerse a Casper Ruud en el Masters de Madrid.
Pero esto eran palabras mucho mayores. Se le vio al final, en el vano intento de ganarse un rato más en la cancha. Cedió su servicio en blanco y enfiló la bocana como sus predecesores. Alcaraz espera este miércoles a JannikSinner o Alexander Zverev, personal cualificado en busca de una misión de aúpa.