Mundial de atletismo
En un Mundial complicado, eliminado de los 1.500 metros, suma la quinta medalla de España en Budapest
Hay atletas que creen que es mejor sentir que pensar. Las sensaciones, hasta donde les lleve el corazón, celebrar o morir. Mo Katir es uno de ellos. En la pista, brilla si todos vuelan, si sólo se discute quién es el más rápido, cuando no hay tácticas, fuera estrategias. Este domingo, los 5.000 metros del Mundial de Budapest se decidieron así. Un relámpago. A falta de una vuelta, Katir se puso delante y despegó, un sprint de 400 metros, ya está. En la contrarrecta se separó del grupo y planteó su desafío: quien quisiera el oro, que fuera a por él. Sólo lo pudo hacer el todocampeón Jakob Ingebrigtsen, que le rebasó sobre la misma línea de meta (13:11.30). Al final, plata para Katir (13:11.44), el mayor éxito de su vida después del bronce del año pasado en los 1.500 metros del Mundial de Eugene.
Para España, el mejor final para el mejor Mundial de la historia, junto a los cuatro oro de los marchadores Álvaro Martín y María Pérez, el tercer o cuarto puesto en el medallero, lo nunca vivido -el mejor hasta ahora era un sexto-. Para él, la reivindicación de que no es “un atleta más”, de que es “especial”, como repite, un corredor que necesita cariño si falla.
Porque en los últimos días Katir lo pasó realmente mal. Después de renunciar a competir bajo techo en invierno y de una preparación impoluta, cuatro meses en la altitud del Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, se proclamaba “más en forma que nunca”, pero cayó en las semifinales de los 1.500 metros y se lo llevaron los demonios. Su renuncia a hablar con la televisión y con la prensa fue lo de menos. Dudó. Dudó de sí mismo. Dudo de su método, de sus entrenamientos, de su camino. Y tuvo que ser su entorno, su novia, su familia, su entrenador, su manager quienes le devolvieran la confianza con horas de charla en la intimidad del hotel Thermal Margarita Island de Budapest o por teléfono.
A las semifinales de los 5.000 metros llegó con ganas de comerse el mundo y, en la final, estuvo encendido. Durante toda la prueba se mostró enérgico, moviéndose arriba y abajo en el pelotón, inquieto hasta su última vuelta de vértigo. “En las semifinales tenía rabia, pero en la final quería correr tranquilo, sin agarrotarme. Por la eliminación en los 1.500 metros estuvo jodido, pero mi gente me hizo ver que tenía que creer en mí, en mis entrenamientos, en mis carreras. Esta medalla es la medalla de la mente, del poder que tiene”, apuntó en zona mixta tras disculparse con los periodistas por negarse a hablar en los días anteriores: “Si me cuesta hablar con mis padres, ¿Cómo no me va a costar hablar con desconocidos?”.
El feo de Ingebrigtsen
En la celebración de su plata, eufórico, liberado, fue a saludar a Ingebrigtsen, con el que mantiene una relación especial, con el que coincide muchas semanas en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, y éste ni se giró, muestra de su carácter huraño. “Le tengo mucho respeto, es el mejor de la historia quitando a [Hicham] El Guerrouj. Para mí es un ejemplo a seguir, ojalá pueda llegar a ser un gran líder como él”, declaraba Katir sobre el noruego, aunque luego, preguntado por su mala reacción, el español contestaba: “A mí mis padres me enseñaron que hay que tener los pies en el Suelo. Con las espinillas ensangrentadas por las patadas recibidas en el grupo, Katir se conformó con festejar mínimamente con el keniano Jacob Krop, que se colgó el bronce (13:12.28), y saludar a las gradas, donde estaban varios amigos.
En su día grande, el español triunfó en la distancia que más se adapta a sus características y en la que menos le gusta, como ha admitido. Enamorado de los 1.500 metros, ya había dudas sobre qué correría en los Juegos de París 2024 y ahora éstas se multiplican. “El año que viene ya veré, pero doblaré”, confesó. Antes le toca descansar.
En cuanto vuelva a España, este mismo lunes, Katir festejará en su pueblo, Mula, en Murcia, e poco después irá a visitar a su familia -especialmente a su abuela- a Alcazarquivir, la ciudad de Marruecos desde donde emigró su padre para trabajar en la construcción. Ya es subcampeón del mundo. No queda duda, no es “un atleta más”, es “especial”.