El mejor baile es un desmarque. Lo sabe Ancelotti, lo sabe Rodrygo y lo sabe hasta el propio Vinicius, que hizo causa de una polémica de escaso calado. Hablar de racismo es hablar demasiado y es peligroso, porque las palabras se inflaman hasta el pun
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Sentir las miradas encima sin mirar a nadie. Un difícil ejercicio de concentración que ya era apreciable cuando Jon Rahm apareció en el putting green, la última zona de calentamiento. Fueron minutos, al contrario que sus rivales. Un último contacto con la hierba bajo un sol oblicuo, menos húmedo que los anteriores. Refugiado del ruido en sus auriculares, no embocó ninguna. No importaba, ahí no.
Salió disparado, entre gritos de "¡Rahm!, ¡España! o ¡Europe!" A ninguno respondió, a ninguno escuchó. Estaba en modo concentración, en modo recorrido, perfecto hasta la mitad del campo, que cerró con cuatro golpes de ventaja. En el hoyo 11 llegó el problema; en el 14, el hundimiento del que no pudo reponerse. Fue quinto.
"No sé cómo explicarlo", se repetía una y otra vez Rahm, abatido. "Cuando lo tienes tan cerca, es muy doloroso perder de este modo", insistía, sin querer hablar de futuro, de una nueva experiencia olímpica en Los Ángeles 2032: "Ahora no me habéis de futuro. Me va a costar reponerme de esto". Admitió que los errores afectaron a su concentración, pero, en su opinión, "el problema no estuvo en el hoyo 11 o 12, sino en el tercer golpe del 14".
+4 en los nueve últimos
La concentración ha sido un elemento clave en el crecimiento de Rahm, desde los tiempos en los que la Federación lo sancionaba por explotar en el green, golpear los palos y las bolsas. Incluso fue obligado a trabajar con golfistas discapacitados, una especie de servicio social que siempre ha reconocido como clave en su vida. Eso cambió a Rahm y alumbró al campeón que se observó en París durante una primera parte del recorrido perfecta, fuera en el tee como en el green.
En los 10 primeros hoyos tan sólo se fue fuera de la calle en dos ocasiones, algo que solventó sin superar nunca el par. Birdie a birdie, con cuatro en cinco hoyos consecutivos, firmaba un -5 en los primeros nueve hoyos. En los siguientes nueve, un +4. Partió con -14 y acabó en -15. Había dicho que era necesario estar seis golpes por debajo del par. Acertó en el diagnóstico, no en el tratamiento. Sólo arañó uno al campo.
La mayor dificultad del último tramo no explica la diferencia, porque la crisis llegó antes, con dos bogeys en los hoyos 11 y 12, donde las jornadas anteriores había realizado par y birdie. Marcado por esos errores, en el hoyo 14, un par 5 y, por tanto una oportunidad para el birdie, incluso para el eagle, que había logrado en la primera jornada, acabó por realizar un doble bogey.
Scheffler, Fleetwood y Matsuyama, en el podio.EFE
Ese tramo fatal no sólo le hizo perder el liderato con el que había arrancado la jornada, igualado en el hoyo 12 por el británico Tommy Fleetwood, también las posiciones de podio. Cuando salió del doble bogey era quinto, empatado con el francés Víctor Pérez, una de las sorpresas del torneo olímpico de golf, que realizó un recorrido de -8 el último día.
Después de uno de sus errores, Rahm agitó el palo, gesto de desesperación que jamás había hecho hasta entonces en todo el recorrido. Necesitaba volver a su estado del principio frente a un desenlace en desventaja. Un putt larguísimo le permitió hacerlo en el hoyo 15 y empatar con -17 con el japonés Hideki Matsuyama en la tercera plaza. El oro estaba a dos golpes, demasiado en dos hoyos. El bronce, en disputa. Un nuevo bogey en el 17 le dejó a merced de un birdie en el hoyo más difícil. Volvió a hacer girar su palo, desencajado. Mal asunto. El resultado fue un nuevo bogey. Miró al césped. Desencajado, tampoco quería mirar a nadie.
El número uno del ránking
Los 18 hoyos del Golf National, tomado por una peregrinación cuyas intenciones nada tenían que ver con la que tomó el cercano Palacio de Versalles, siguieron al español, convertido ya en un icono, hasta el final. Unas 80.000 personas, más de las que acudieron a la Ryder Cup en este mismo campo o de las que caben en el estadio de Saint Denis. El polémico fichaje por el circuito saudí LIV lo ha apartado de determinados focos, pero su carisma sigue intacto.
Rahm no pudo devolver tanto cariño en forma de oro y vio cómo lo ganaba el estadounidense Scottie Scheffler, el hombre al que Rahm, de ganador a ganador, le puso la chaqueta verde este año en Augusta. El estadounidense, el mejor del ránking este año, fue de menos a más en el torneo olímpico para acabar con el récord del campo en la última jornada (-9) y una tarjeta global de -19. La plata fue para Fleetwood (-18) y el bronce para Matsuyama (-17). Dos golpes malditos separaron, pues, a Rahm del podio, aunque los golpes malditos en París fueron muchos más.
"No he vuelto a coger una raqueta". Las palabras de Rafa Nadal dejaron en silencio por unos instantes el auditorio Alfredo Goyeneche, en el Comité Olímpico Español (COE). "He vuelto a jugar al fútbol, algo que no había podido en los últimos 15 años", prosiguió, sereno, rodeado de deportistas, "en nuestra casa", durante el homenaje que le rindió el organismo, por iniciativa de Alejandro Blanco, después de una retirada de madrugada, impropia de la trascendencia del mejor deportista español de la historia, durante la eliminatoria de Copa Davis que se disputó en Málaga.
"Me he retirado y me siento en paz", insistió Nadal, al que dedicaron palabras de elogio y recordaron anécdotas compartidas deportistas como los campeones olímpicos David Cal e Isabel Fernández o la ex waterpolista Jennifer Pareja. Con la mayoría compartió alojamiento en la Villa Olímpica durante sus participaciones en los Juegos, "porque si quieres vivirlos has de estar en la Villa, ya pasaba el resto del tiempo en hoteles de lujo". También Nadal pedía fotografías, según confesó: "Se las pedí a Michael Phelps y LeBron James".
Nadal respondió a todas las preguntas, pese a confesar su timidez y lo reacio que es a los actos. A la petición de que definiera el éxito, dijo: "Conseguir tu máximo, luego puedes ganar o perder".
Blanco pidió a Nadal que siguiera vinculado al olimpismo español, aunque no especificó de qué forma. Tampoco Nadal, que asintió, "aunque todavía es pronto". "Tengo qué pensar qué quiero ser -finalizó-. Lo único claro es que no sé vivir sin objetivos".
El Niño Jesús de la selección no es ya Jesusito Navas, convertido ahora en su San José. Ese papel corresponde ahora a Lamine Yamal, un niño de verdad. Navas es el eslabón con el paraíso perdido, eslabón también en la jugada con que Iniesta llevó a España a los cielos, en Sudáfrica, aunque el futbolista del Sevilla no estuviera en el título fundacional de la gran generación, en 2008. Nadie resiste desde entonces al nivel que exige una Eurocopa, ni siquiera el custodio de Navas cuando empezó a visitar la selección, como sub'21. Era Sergio Ramos, que dice adiós al Pizjuán, mientras Iniesta gana e
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