Una vuelta detrás de Esteban Ocon, y otra, y otra, y otra y al final Carlos Sainz acabó desesperado, abroncando a su equipo, cometiendo errores. Fue el mayor damnificado por el pelotón que organizó el francés detrás de Max Verstappen y Fernando Alonso y, al mismo tiempo, el piloto que más posiciones perdió respecto a la parrilla. De su cuarto puesto de salida al octavo puesto en meta. Y eso que su lugar era claramente el podio.
Desde el principio estaba claro que el español era más rápido que Ocon, pero entre los muros de Montecarlo no pudo superarle. Quiso hacerlo en la chicane y acabó chocando contra él. Quiso hacerlo en su primer paso por boxes y Ferrari erró el momento, demasiado temprano. Y quiso hacerlo finalmente bajo la lluvia y sufrió el trompo que le retrasó.
“Podíamos haberlo hecho mejor. La primera parada me sorprendió porque había cuidado mucho el neumático y podía haber aguantado, me metieron demasiado pronto. Luego volví a salir detrás de Ocon y me frustré. Fui víctima de la frustración, por eso fallé. Igualmente es mejor que me pase este año porque el coche no está donde queremos que esté”, aseguró Sainz.
Su resultado le llevó a perder un puesto en el Mundial -ahora es sexto por detrás de George Russell– y confirmó el mal año para Ferrari, entre sus problemas con la degradación, las estrategias erradas y los fallos de los pilotos. De hecho, pese a las decepciones, Sainz es el mejor piloto de la escudería, por delante de Charles Leclerc, que en su casa sólo pudo ser sexto.
«Con mi hermano Djordje, cuando éramos niños, cogíamos la pega de los pabellones donde entrenaba nuestro padre y nos la llevábamos a casa. No cogíamos un bote, eh, la quitábamos de las zapatillas de algún jugador cuando no se daba cuenta. Y ya en casa empezábamos a hacer pases y pases y pases y así hasta que mi madre nos llamaba a cenar o directamente nos enviaba a la cama. Si podíamos lo hacíamos en el jardín, pero también teníamos la habitación adaptada para que no hubiera cosas que se pudieran romper», recuerda Petar Cikusa que hará lo mismo que hacía en la infancia en el Mundial de balonmano, donde España se estrena este jueves ante Chile (18.00 horas, TDP).
Si hace 20 años fueron los hermanos Entrerríos y hace una década fueron los Dujshebaev, ahora llegan los Cikusa, mellizos en este caso, debutantes después de amontonar todos los títulos posibles en categorías inferiores -Europeo juvenil en 2022, Mundial juvenil en 2023 y Europeo junior en 2024-, con muchos premios individuales incluidos.
¿Jugaban a otra cosa que no fuera el balonmano?
De pequeños también jugábamos a fútbol, pero era por estar con los amigos, nunca nos interesó mucho. Nuestro juego de niños era el balonmano, era lo que más nos divertía, lo que realmente disfrutábamos. Si nos regalaban algún juguete no le hacíamos ni caso.
Hijos del balonmano humilde
Zoran Cikusa, el padre de los talentos, fue un jugador modesto serbio, uno de los primeros trotamundos del balonmano. En los años 80 llegó a jugar la Copa de Europa con el RK Zagreb, pero después pasó por el Gijón o por el Vitória de Guimarães de Portugal hasta convertirse en entrenador y recibir, en 2000, la oferta que le cambiaría la vida. El Bordils, un club histórico de Girona, entonces en Primera Nacional, la tercera división española, le ofreció dirigir su primer equipo y, al mismo tiempo, trabajar en uno de sus patrocinadores, Girona Fruits, una empresa que comercializa manzanas y peras. Cikusa aceptó -durante una época incluso cargó camiones- y junto a su madre, Tatjana, croata, se instaló en el pueblo para ya no moverse más.
Allí nació su hija mayor, Zorana, jugadora de voleibol en el Torrelavega de Superliga 2, y allí nacieron Petar y Djordje, en diciembre de 2005. Cuenta Zoran que de pequeños, en aquellos entrenamientos en casa, rompieron hasta tres televisores. Y cuenta que hizo más de 300.000 kilómetros entre Bordils y Barcelona para que pudieran entrenar y construir su carrera.
"Vengo a jugar 10 minutillos"
«Nunca he visto jugar a mi padre. Él nunca nos ha enseñado partidos suyos y no hay vídeos en Youtube. Le tenemos mucho respeto, siempre nos ha dado consejos, pero nunca nos ha insistido con el balonmano», asegura Cikusa, de 19 años, que a finales de 2022 debutó con el primer equipo del Barcelona -ya marcó dos goles- y poco después lo hizo con la selección. Esta temporada, mientras su hermano Djordje busca protagonismo con una cesión al Montpellier, él ya comparte muchos minutos en Champions en la primera línea azulgrana con estrellas como Melvyn Richardson o Dika Mem, con quien aparece en su foto de perfil de Whatsapp.
Después de ser reserva en los Juegos Olímpicos de París, que sea el líder de España junto a Alex Dujshebaev es sólo cuestión de tiempo. «De momento vengo aquí a jugar 10 minutillos e intentar ayudar en ese tiempo. No debo tener prisa», asegura ya instruido por el seleccionador, Jordi Ribera. Pese a la marcha de muchos veteranos desde los Juegos Olímpicos de Tokio, el entrenador nunca ha querido acelerar el proceso con los Cikusa, que deben ir poco a poco aunque tienen descaro de sobras.
En una entrevista con Mundo Deportivo, Gonzalo Pérez de Vargas decía que es «muy sinvergüenza».
(Risas) Se pasa. Siempre le decimos que es nuestro papi. De hecho hacía de tutor legal en nuestros primeros viajes fuera de España con el Barça porque mi hermano y yo éramos menores de edad. Pero a veces se pasa. A ver, la verdad que tengo mi carácter y no voy a cambiar. Por mucho que me digan, soy como soy.
Caminan chavales muy concentrados y muy cargados de raquetas por el recinto de Roland Garros y podría ser fans de Carlos Alcaraz o Jannik Sinner, de hecho, es posible que lo sean, pero no están aquí para pedir selfies o autógrafos: están aquí para ganar. Con los españoles eliminados de entrada y el japonés Rei Sakamoto y la eslovaca Renata Jamrichova como favoritos, ya ha empezado el torneo junior, para menores de 18 años. Y al campeón se le abrirá el horizonte. Contratos con sponsors, atención mediática, en definitiva, una carrera profesional asegurada. O... no.
En el pasado ganaron Andrés Gimeno, John Newcombe, John McEnroe, Ivan Lendl, Mats Wilander o, más recientemente, Guillermo Coria, Richard Gasquet, Stan Wawrinka, Andrey Rublev o Holger Rune, pero también tenistas desconocidos para el público. El último campeón español, por ejemplo, fue Carlos Cuadrado, en 2001. Muchos de esos chavales que caminan muy concentrados y muy cargados de raquetas no lo saben, pero Cuadrado los observa desde las gradas de las pistas pequeñas del recinto francés y piensa en las promesas que finalmente no se cumplen.
¿Qué pasó?
Cuando gané, creía que iba a ser tenista profesional, seguro, no tenía ninguna duda. Con esa inercia de ganar Roland Garros, a los 18 años me puse el 240 del mundo, tenía una confianza brutal, pero me lesioné de la rodilla y, después de la cadera. Cada vez que volvía a la pista me sentía bien, rápido, potente, pero después de la cuarta operación ya no me recuperé. Sentía mucho dolor, me costaba entrenar. Tenía 25 años y tuve que dejarlo. Estaba enfadado, triste, decepcionado y me fui a Australia para intentar hacer las paces conmigo mismo, para estar solo, para reflexionar.
Lo que hizo después, en Australia y otros lugares, muchos otros lugares, merece ser narrado, pero antes apunten unos números de su carrera. Como profesional jugó ocho partidos, cuatro victorias y cuatro derrotas, y sumó 83.000 dólares en premios. Ganó a David Ferrer o al argentino Juan Mónaco, pudo haber sido otro especialista en tierra batida, pero no lo fue. "Me alejé del tenis y de todos los de mi generación. Me dolía verles jugar. Soy de la generación de Ferrer, Verdasco, Robledo... El único que no siguió el camino fui yo. Todos teníamos talento, trabajábamos duro, teníamos distintas habilidades y el que me quedé fui yo", explica a EL MUNDO en París.
A Australia y al mar
Pese a querer alejarse del tenis, para seguir subsistiendo se puso a entrenar, primero a Daniela Hantuchova, Svetlana Kuznetsova y Anastasia Pavlyuchenkova, y luego a los jóvenes de la Federación Australiana de Tenis (Tennis Australia), pero en 2017 se dio cuenta de que necesitaba espacio y se marchó a navegar. ¿Un rato a navegar? ¿Un día a navegar? ¿Un mes a navegar? No, cinco años navegando. Toda una vuelta al mundo.
¿Qué le empujó a echarse al mar?
Creo que el vacío que me dejó el tenis. Nunca supe cuáles eran mis límites. ¿A dónde habría sido capaz de llegar sin lesiones? Así que necesitaba ponerme a prueba. Quería retarme a mí mismo y, después, con el paso de los meses me calmé. No encontré un desafío, encontré paz. Hice las paces con todo, con mi carrera deportiva, con mi vida
"Me persiguieron unos piratas"
Antes de la pandemia, Cuadrado compaginaba los viajes con su trabajo como coordinador de los torneos del Rafa Nadal Tour en Australia, pero cuando se suspendió todo el tenis tuvo que ingeniárselas para seguir financiando su aventura. En Tailandia trabajó de capitán de barcos, en Sudáfrica practicaba pesca submarina y vivía del intercambio, en el Caribe estuvo en un astillero e incluso en la Polinesia francesa el tenis volvió a buscarle: al descubrir su carrera le contrataron como director técnico. "Pasé la pandemia en la isla de Santa Elena, en medio del Atlántico, me persiguieron unos piratas y casi consiguen abordar el barco, sufrí tormentas en alta mar... Tengo muchas anécdotas, estoy escribiendo un libro", desvela quien dos años atrás ya decidió volver a asentarse en tierra firme.
Ahora, como parte de Tennis Australia, trabaja como representante de tenistas como Thanasi Kokkinakis o Alexei Popyrin y ayuda a los jóvenes 'aussies' del torneo junior que él mismo ganó. "Tengo 40 años, he madurado. Tengo aquel Roland Garros como un recuerdo bonito, vengo aquí y me siento bien", proclama mientras observa a los chavales desde las gradas de las pistas pequeñas del recinto francés y piensa en las promesas que finalmente no se cumplen.
Quedaba menos de una hora para que cerraran las inscripciones del Mutua Madrid Open del pasado mayo cuando Sara Sorribes recibió una llamada de su habitual compañera de dobles, la checa Marie Bouzkova. Sufría problemas físicos, no podía jugar. Sorribes, que ya entonces aspiraba a compaginar individuales y dobles en los Juegos Olímpicos de París vería cómo se le complicaba el camino. Tenía que jugar, necesitaba dominar la especialidad, disputar cada torneo. Pero no tenía pareja.
Y así empezó a buscar un reemplazo por las instalaciones de la Caja Mágica, en el gimnasio de los tenistas, en el comedor, por todos los lados. Hasta que se encontró a Ion Bucsa, olímpico por Moldavia en biatlón en Nagano 1998 y Salt Lake City 2002, y padre de Cristina Bucsa. "¿Cristina puede jugar el dobles?", le preguntó Sorribes, la respuesta fue afirmativa, se apuntaron "a ultimísima hora" y ganaron el torneo. A partir de ahí, ya se sabía: iban a ser la pareja española en los Juegos, tenían posibilidades de medalla.
Y este domingo lo confirmaron. Después de ganar a la pareja checa formada por Karolina Muchova y Linda Noskova por 6-2 y 6-2 se colgaron el bronce, la sexta medalla de España en estos Juegos Olímpicos. Si en las semifinales habían sido dominadas por Mirra Andreeva y Diana Shnaider, la dupla rusa, en la lucha por el bronce mandaron ellas. Con el juego desde el fondo de Sorribes y la velocidad de Bucsa en la red, completaron un partido en el que no hubo competencia. Desde el primer juego, break para las españolas, el dominio fue absoluto. El encuentro, de hecho, sólo duró una hora y 12 minutos, un suspiro. Al acabar escalaron a las gradas para abrazar a su familia y unirse a Anabel Medina, la capitana del equipo femenino, eufórica. Felicidad suya y felicidad para dos tenistas que han pasado dificultades.
La lesión de Sorribes, la Psicología de Bucsa
Sorribes, de 27 años, nacida en Vall d'Uixò, en Castellón, se rompió hace dos años el escafoides y estuvo seis meses sin jugar. Currante del tenis -y amante de la escritura-, llegó a caer más allá del Top 100 del ranking WTA, pero el sufrimiento le cambió la mentalidad. A partir de entonces, más profesional, cosechó sus mejores resultados, como unos octavos de final en Roland Garros, ascendió en la lista -este año fue decimoséptima- y enfiló el camino para estos Juegos Olímpicos, donde ha vivido un sueño. Fan de David Ferrer desde pequeña, estos días han compartido entrenamientos y comidas con él, capitán del equipo masculino español. Esa convivencia y el bronce han sido sus recompensas a tanto trabajo.
La misma recompensa que ha recibido Bucsa. Nacida hace 26 años en Chisinau, en Moldavia, cuando era un bebé sus padres se mudaron a Torrelavega, desde pequeña tuvo a su padre como entrenador raqueta en mano y en los torneos pequeños fue creciendo, fue creciendo hasta alcanzar, también este año el Top 20 del ranking WTA -fue decimonovena-. Estudiante de Psicología a distancia, una de las pocas deportistas que no tiene redes sociales, todavía está construyendo su camino, para lo que le ayudará el bronce.