Con 38 años es pieza básica del Bahrain y destaca por su fiabilidad: ha terminado las 15 grandes vueltas en las que ha participado: siete Tour, cuatro Giro y cuatro Vueltas
El japonés Arashiro, en la segunda etapa del Giro de Italia de 2023.GETTY
Carga bidones de agua. Anula fugas. Cierra huecos para evitar cortes. Estira el cuello en los abanicos. Presta su rueda en inoportunos pinchazos. Mikel Landa y Jack Hay, los líderes del Bahrain, adoran al japonés al Yukiya Arashiro (Ishigaki, 1984), ejemplo de fiabilidad. A sus 38 años aparece, junto a Pozzovivo, Luis León Sánchez y Mark Cavendish, en los primeros puestos de la nómina de los participantes más veteranos de este Giro de Italia. Con la jubilación fijada a corto plazo, el nipón sigue cautivando a sus compañeros y rivales por su trabajo inagotable.
Los técnicos del Bahrain le presentan como ejemplo a seguir. Pocos pueden exhibir una hoja de servicios tan nítida en las grandes rondas. Antes de tomar la salida en este Giro, ya había participado en 15 ediciones (siete Tours, cuatro Giros y cuatro Vueltas) y todas las había terminado. Sus directores atesoran gran confianza en él. Gorazd Stangelj no dudó en convencerle para que reemplazara a Gino Mader, que causó baja por el Covid en las vísperas del Giro. En esta edición ya ha tenido tiempo para celebrar la victoria de su compañero Jonathan Milan en la segunda etapa. Pero lo suyo es manejarse en la zona trasera del pelotón. Ayer terminó en el puesto 163º y en la general es 137º plaza. Los laureles son para sus jefes.
Arashiro es un ídolo en su país. No dudó en abandonar su hogar para abrirse camino en Europa. También es un buen reclamo publicitario para equipos y organizadores de carreras. Siempre acapara protagonismo en el tradicional Critérium de Saitama, impulsado por el Tour de Francia, que suele clausurar la temporada. «Estoy contento porque el ciclismo de mi país va creciendo poco a poco y porque cada vez hay más ciclistas que salen fuera», ha dicho el corredor del Bahrain, actual campeón de ruta de Japón y tercero en la modalidad de contrarreloj.
Juki no es un pionero en su país, antes que él ya irrumpieron en las mejores carreras Kisso Kawamura, Daisuke Imanaka o Fumiyuki Beppu, pero sí es el que mejores resultados ha conseguido y más extensa trayectoria ha firmado. Ahora afronta su 16ª temporada como profesional, y eso que comenzó tarde en el ciclismo, porque hasta los 18 años se dedicó al balonmano. Su rampa de lanzamiento fue la tercera plaza conseguida en el Tour de Limousin de 2008, que le abrió las puertas para fichar, en 2009, por el Bouygues, escuadra francesa en la que militó durante siete años. Al principio apuntaba condiciones como velocista, pero luego fue consolidándose como gregario y pieza de apoyo de los líderes de equipo. En 2016 se incorporó al Lampre y en 2017 se unió al Bahrain, compartiendo concentraciones, entre otros, con los españoles Landa, Pello Bilbao y Rafa Valls o el esloveno Matej Mohoric.
El samurai aprendió pronto inglés y francés y ahora tiene residencia en Andorra, donde en invierno comparte salidas con muchos de sus compañeros y rivales. Es un corredor con extensa trayectoria, además de correr en 15 grandes vueltas, ha acudido a 12 Mundiales, su mejor puesto fue la novena plaza de la edición de 2010, en Melbourne y Geelong. Ha participado en tres Juegos Olímpicos: Tokio’2020, Río de Janeiro’2016 y Londres’2012 y su su intención es ir el próximo año a París, entonces tendría 39 años, nada es imposible para el gregario más fiable.
Después de ganar el Giro hace mes y medio, de las infatigables 19 etapas del presente Tour (17 defendiendo el maillot amarillo), de ascender sólo ayer el Col de Vars y la elevadísima Cime de la Bonette a 2.802 metros (lo más alto de una gran vuelta), Tadej Pogacar subió a 25,3 kilómetros por hora los 16.100 metros de Isola 2000 (7,1% de desnivel medio). A pesar de que no le hacía falta por su ventaja en la general. A pesar de que Matteo Jorgenson y los restos de la escapada del día estaban tres minutos por delante. A pesar de todo, lo hizo cuatro minutos más rápido que Miguel Indurain y Tony Rominger hace 29 años.
Lo logró engullendo rivales, como poseído, dejando demasiado atrás y demasiado pronto a Jonas Vingegaard, en 38 minutos y 13 segundos. En 1993, la única meta anterior en Isola, la subida fue un kilómetro menos, y el suizo y el español lo hicieron en 41:49, cuatro kilómetros por hora más lento. Y eso que Pogacar exploró sus límites -«me quedé un poco vacío en los dos kilómetros finales y cuando apeté para pasar a Jorgenson me dejó las piernas muertas», reconoció cuando le preguntaron por qué miraba tanto atrás al final- en esta ascensión que tan bien conoce. No sólo porque resida en Montecarlo, también porque, consciente de que todo se iba a jugar aquí, pasó el mes entero entre Giro y Tour recorriendo estos puertos una y otra vez. «Fue una concentración muy dura, sin jornadas sencillas ya que teníamos que subir todos los días. Mis compañeros y yo ya habíamos hablado de las ganas que teníamos de correr esta etapa, y la hemos hecho como habíamos dicho, marcando un buen ritmo hasta el momento en que he atacado. Ha sido perfecto», dijo el líder, que al fin se abrazó (primero con mascarilla, luego ya sin ella) con su novia, la ciclista Urska Zigart, en meta.
Pero fue precisamente ahí donde se produjo la imagen del día. El larguísimo y emocionante abrazo de Vingegaard con su esposa embarazada. Las lágrimas incontenibles tras el esfuerzo, brotando del siempre gélido danés, quizá recordando en esos instantes en los que ya era consciente de que no iba a enlazar su tercer Tour seguido, el calvario que atravesó tras su accidente en la Itzulia en abril para siquiera poder intentarlo. «Volví a ver a Trine y fue un momento duro. De una forma u otra, había muchas emociones que necesitaban salir», confesó quien ya está a más de cinco minutos en la general, una distancia enorme, similar a la 2021, cuando también quedó segundo tras el esloveno.
Pogacar, feliz por su victoria.Stephane MaheAP
«Supongo que estos dos últimos años seguidos sin vencer han encendido cierto fuego dentro de mí y quiero aprovechar al máximo este Tour», pronunció un Pogacar que, aunque perdió el maillot de la montaña en favor de Carapaz, sacó bandera blanca al fin y prometió tregua para la montañosa jornada del sábado. Con su tercera victoria de etapa de amarillo, logra una hazaña no vista en el Tour desde 1984, cuando Laurent Fignon se impuso de líder en La Plagne, Crans-Montana y Villefranche-sur- Saona.
Jonas, por su parte, reconoció que en su cabeza estaba atacar en «la Bonette, a unos 10 kilómetros de la cima», pero que sus piernas «no estaban ahí» y corrió «por el segundo lugar» con Evenepoel. Eso sí, el líder del Visma no quiso poner excusas: «No estoy decepcionado con la historia que hemos tenido en los últimos tres meses. Vine al Tour a ganar».
El mejor mecánico del mundo empezó a trabajar a los nueve años. Acudía todos los días al taller, sólo paraba los domingos, a las 12 del mediodía, para ir a misa. Alejandro Torralbo (Villanueva de Córdoba, 1962) creció entre arandelas, alicates, tuercas y lubricantes de cadenas. «Salía corriendo de la escuela de mi pueblo y me iba a ayudar a mi tío, que tenía un local de reparación de bicis y motos. Allí estaba siempre, incluidos los fines de semana; de eso hace más de 50 años. Aquellos tiempos nada tienen que ver con los de ahora», advierte el técnico de UAE, formación liderada por Tadej Pogacar y Juan Ayuso.
El álbum de Torralbo es un tesoro, con fotos de Indurain, Rominger, Olano, Ullrich, Juan Fernández, Chava Jiménez, Valverde, Contador, Sastre, Sagan, Basso... También hay recuerdos de su paso por los equipos Clas, Mapei, Banesto, Festina, Coast, Bianchi, Cervélo, CSC, Saxo Bank, Tinkoff o Katusha. Desde hace cuatro años trabaja para el UAE. Ha cubierto 43 Vueltas a España, 28 Tours de Francia y 24 Giros de Italia. Es un fijo de la selección española, ha sido testigo directo de tres Juegos Olímpicos (Atlanta, Londres y Río) y de 29 campeonatos del mundo. Por sus manos pasaron las bicicletas de los campeones Olano, Freire y Valverde.
«Comencé en el ciclismo a los 16 años, con Miguel Moreno, primo de mi madre, que era director del equipo Peña Manzaneque. En mi casa no querían que siendo tan pequeño estuviera por ahí con los ciclistas, pero al final me dejaron salir. En 1980 me fui a la Vuelta a España con el equipo Chocolates Hueso. Luego me llamó José Manuel Fuente, Tarangu, para el equipo Clas y desde ahí hasta ahora. Al principio trabajaba a diario, sólo descansaba el domingo para ir a misa. Creo me equivoqué, tenía que haber estudiado. Empecé BUP y lo dejé por las bicis. Llevo en este mundillo desde siempre... Es lo que hay», dice.
Torralbo, con Olano.T. Torralbo
Y lo que hay es un cúmulo de vivencias impagables. A sus 61 años es un emblema del ciclismo. En Facebock han creado la página Fans de Alejandro Torralbo. «Eso es cosa de unos gallegos que me quieren mucho. Ellos aseguran que soy el mejor mecánico del mundo, pero yo no soy el mejor, solo soy el más viejo», incide el técnico que vive en La Fresneda (Asturias).
Torralbo asegura que ahora el ciclismo es menos familiar: «Antes te ocupabas de la limpieza de las bicis, de la puesta a punto, de la presión de las ruedas, de la altura del sillín, etc. Ahora todo es diferente, trabajamos con los biomecánicos que te aconsejan en el uso de manillares, bielas, retroceso... Los mecánicos españoles siempre teníamos buen cartel, pero ahora los fabricantes nos miran de reojo, porque dicen que nosotros reparamos todo, no como otros, que cuando una pieza se rompe la tiran y buscan otra nueva. En el UAE hay más de 100 personas, con gente de 22 países, es como una empresa. Somos 11 mecánicos, parecen muchos, pero no es así, porque, a veces, hay dos carreras por semana y, además, tenemos que preparar el material en un centro que el equipo tiene cerca de Milán».
Torralbo, Torrontegui y Rominger.A. Torralbo
Ahora, todo está medido y planificado para obtener el máximo rendimiento. Una labor que ha situado al UAE en la cima. «Pogacar es un fenómeno. Nunca he conocido a nadie igual. Él dice una cosa y la hace. Trabajo con él desde 2021. Está muy pendiente del mantenimiento, pregunta por la presión de las ruedas, por los desarrollos... Es un campeón en todos los aspectos, tanto dentro como fuera de la carretera. El año pasado estuve con él en Tirreno-Adriático, París-Niza, Strade Bianche y Tour de Francia. Hicimos la última Volta a Catalunya y le acompañaré en la concentración de Sierra Nevada», señala.
El mecánico andaluz también valora la gran progresión de Ayuso. «Juan es muy completo. Recuerdo que la primera vez que coincidí con él me sorprendió que llevara las manetas de la bici hacia dentro y para abajo. Yo le decía que no entendía porqué las llevaba así, pero él me contestaba: ''Así tengo cinco vatios menos por la aerodinámica''. Ahora la UCI ha cambiado las normas y no permiten que se inclinen más de 10 grados. Ayuso no ha sido el primero en meter las palancas, recuerdo que Sastre ya lo hacía. Ayuso está pendiente de todos los avances, se preocupa de la mecánica y de la nutrición para mejorar».
En sus 45 años en el ciclismo ha presenciado historias de todos los colores, éxitos grandiosos, escándalos de tramposos y hasta el denominado dopaje mecánico. «Eso del motor escondido en las bicis no lo he visto. No es cierto, es un invento. Me acuerdo que en una ocasión decían que Lance Armstrong había utilizado un motor en una cronoescalada en Alpe d'Huez. Yo no estaba en su equipo, pero pude ver que su bici ni siquiera pesaba 6,8 kilos, que era lo permitido. Los mecánicos tuvieron que poner unas placas para llegar a ese peso. Si hubiera utilizado un motor, su bici pesaría más»..
Con Alejandro ValverdeA. Torralbo
Torralbo, que ha conocido a lo más granado del pelotón de las últimas cuatro décadas, tiene especial cariño a Olano, Tony Rominger y Carlos Sastre. «Con Abraham me entendía muy bien, él venía de la pista y eso se notaba en los aspectos técnicos. Estuve con él en el Mundial de Duitama, en 1995, el que ganó con la rueda pinchada. Todavía mantenemos contacto. Tony presentaba dos caras, como corredor tenía una mentalidad suiza, pero fuera de la carrera era muy atento, le encantaba correr con lluvia. Con Carlos tengo una gran relación, tiene muchos valores, es una persona acojonante, siempre ha estado muy atento con mi familia. En mi casa guardo una bicicleta suya. Su triunfo en el Tour ha sido lo más guapo que me ha pasado en el ciclismo. Casi nadie creía que podía ganar un Tour, pero lo ganó. Puedo presumir de haber inflado las ruedas de su bici», bromea.
El técnico cordobés también destaca la profesionalidad de Contador. «Con Alberto coincidí en el Saxo Bank. Se preocupaba de todos los detalles, de cómo mejorar la aerodinámica y aumentar la velocidad. Sabía mucho de mecánica y se interesaba hasta por las cintas del manillar. Era como un piloto de motos. Si en los entrenamientos escuchaba un ruido raro de la bicicleta me lo contaba para solucionarlo. El ciclismo era y es su pasión. Para mí, Alberto es un ejemplo».
La empatía de Contador contrastaba con la frialdad de Jan UIllrich: «Estuve con él en 2003, en el equipo Bianchi, que heredó la estructura del Coast de Juan Fernández. Era un corredor que hablaba poco, un tanque».
Torralbo sólo coincidió con Indurain en los Mundiales, llegó al Banesto por petición propia de Abraham Olano, cuando el navarro ya se había retirado. «Estaba con Miguel sólo una semana al año, con la selección, el resto del tiempo era nuestro rival. Es buena gente y de eso te das cuenta nada más verlo. Proviene de una familia trabajadora y eso se nota en su capacidad de sacrificio. Recuerdo que no le gustaba mucho el manillar de las bicis de contrarreloj», señala.
El corredor más singular con el que ha trabajado fue José María Jiménez: «Chava era capaz de lo mejor y de lo peor. Cuando me decía: ''Alejandro, mañana ponme las ruedas voladoras'', ya sabía que iba haber tarde toros. Era un genio. El Curro Romero del ciclismo. Cuando estaba bien no había nadie que lo parara. Yo le decía que era un escalador con un cuerpazo de rodador. No podía con las contrarrelojes, yo le ponía un manillar de cabra, pero él me insistía en que se lo quitara porque para lo que iba hacer no le merecía la pena».
Alejandro Torralbo, el incomparable mecánico de manos prodigiosas.