«Con 16 años, midiendo 1,52 metros, llegué a pesar 36 kilos. Era el peso de competición, con el que fui al Mundial de 2018. Si pesaba 37 o 38 kilos mi entrenadora me decía que estaba gorda y empezaban los castigos: correr en círculos o subir escaleras, y, claro, nada de comer o beber. Entonces me diagnosticaron anorexia y luego, a finales de 2020, cuando ya no estaba con ella, cogí bulimia y empecé a tratarme con profesionales. Durante mucho tiempo relacioné la gimnasia con pasar hambre y con las vejaciones que sufrí», relata para EL MUNDO la gimnasta María Añó, de 20 años, que tiempo atrás denunció a su preparadora en el Club Mabel Benicarló y este enero logró que la inhabilitaran. Su carrera, eso sí, se quedó por el camino: de ser internacional, cinco veces campeona de España, a practicar deporte por afición, poco más.
«A los 11 años empecé a modificar lo que comía y qué cantidades comía, pero no pensaba que era un problema. Para nada. De hecho, mucha gente me felicitaba: sólo comía sano, en cantidades muy restringidas… A los 15 me di cuenta de que algo no iba bien. Las restricciones se volvieron atracones, perdía pelo, estaba siempre cansada, muy débil… Sufría anemia y problemas hormonales. Pero a mi alrededor muchas niñas se estancaban por la pubertad, por los cambios corporales que comporta, y yo no podía permitir que eso me pasara. Por eso tardé mucho en buscar ayuda», dice la corredora estadoundiense Allie Ostrander, de 26 años, tres veces ganadora de los 3.000 metros obstáculos de la NCAA, que recuerda en conversación con este diario cómo su desorden alimenticio frenó su ascenso al atletismo profesional.
«Por culpa de una experiencia traumática personal me diagnosticaron anorexia nerviosa por primera vez en 2015, cuando estaba en el instituto. Gracias a mi entorno, a mi familia, me recuperé. Pero el año pasado, en plena temporada, en enero, sufrí una recaída. Después de tantos años, creía que había mejorado mucho mi relación con la comida, pero por culpa de la presión de la competición y de estar mucho tiempo viajando sola por Europa volví a lo mismo. Y lo peor es que al principio mis resultados eran buenos, no me iban mal las cosas. Por eso me costó más darme cuenta, cambiar mi perspectiva, y parar para tratarme de mi trastorno alimenticio», reconocía la esquiadora también estadounidense Grace Staberg, de 21 años, en charla con este periódico durante los Mundiales de skimo que se celebraron hace unos días en la estación de Boí Taull.
Mujer joven, deporte y trastornos alimenticios: un problema que se repite desde hace décadas. Pese a los recientes programas impulsados por la Agencia Española de Protección de la Salud en el Deporte (Aepsad) o la Federación Española de Atletismo (RFEA), la gimnasia, el atletismo, el ciclismo o la natación sincronizada continúan encadenando casos y más casos.
Un problema crónico
En algunos, como el de la gimnasia Añó, el desencadenante es directo, una entrenadora irresponsable, pero en otros, como el de la corredora Ostrander o la esquiadora Staberg, residen en el propio entorno o incluso son los propios resultados los que llevan a las jóvenes a restringir sus ingestas y a caer en la anorexia o la bulimia.
Hace unos años, de hecho, la Aepsad ya alertó sobre la alta incidencia de una especie de triada en las deportistas jóvenes: problemas alimenticios, amenorrea -pérdida de la regla- y osteoporosis -pérdida de tejido óseo-. ¿Cómo se puede hacer frente a esa lacra?
«Se necesita mucha conciencia: si un coche no va sin gasolina, un deportista no va sin comida. Todo el mundo debería saberlo. Y todo el mundo debería controlar que eso se cumple. Que haya personal externo, psicólogos, nutricionistas, fisios, que estén atentos; que nos pregunten a las deportistas cómo estamos, cómo nos sentimos… En general, que la Federación Española o las federaciones territoriales sepan rápidamente si una entrenadora está apretando mucho con el peso», analiza la gimnasta Añó, quien asegura que «con ayuda médica» ha superado muchos traumas respecto a la comida –«hay días malos, pero llevo tiempo sin vomitar, ya no me peso, ni me comparo»– aunque no ha recuperado su nivel: «He vuelto a entrenar, pero voy muy poco a poco. No llegaré a donde estaba».
«Todavía se señala a la comida como una enemiga para las deportistas cuando en gran parte es lo que permite que alcancemos nuestro potencial. Hay que cambiar la perspectiva a todos los niveles. El peso está relacionado con el rendimiento, pero también lo están las reservas de glucógeno, de hierro o de vitaminas, la fuerza, el descanso y la calidad de vida en general», reflexiona Ostrander, hoy corredora de Nnormal, la marca creada por Kilian Jornet hace un año, que apunta: «Mi relación con la comida aún no es perfecta. Para tener una buena relación necesito confiar más en mi cuerpo, que me diga lo que realmente necesita».
Un planteamiento equivocado
«La educación es muy importante. El peso está relacionado con la velocidad en algunos deportes, eso es así, pero es sólo una parte del puzzle. Las deportistas jóvenes deben saber que sentirse fuerte, bien alimentada y sana es lo que lleva al éxito, a tener una larga carrera. En determinadas edades, más en el deporte, es normal sentirse vulnerable, tener dudas, y en esos momentos complicados una buena educación lo es todo», apunta la esquiadora Staberg, que recomienda a todas sus colegas de profesión acudir a profesionales de la nutrición.
«Me ha resultado increíble útil empezar a trabajar con un nutricionista y aprender con él sobre la relación entre comida y rendimiento. Ahora busco el equilibrio y no me impongo restricciones que me limitan. Mi nutricionista dice: ‘Siempre come lo suficiente. A veces come demasiado. Nunca comas muy poco’. Creo que es un buen consejo».