13 años después, no será ni Barça ni Real Madrid el campeón de Copa. En Badalona, al fin, la rebelión de los humildes en un torneo que cumple todas las promesas: emoción, remontadas, grandes eliminados… Será el Lenovo Tenerife y el Unicaja los que este domingo cumplan un sueño en el Olímpic en una final (19.00 h.) inédita.
Los malagueños, que lograron la hazaña de tumbar en el mismo torneo a Barça y Madrid, lo que nadie, persiguen el segundo título de su historia. “Creíamos en ello. Pero si no ganamos la final no sirve de nada”, advertía Alberto Díaz. Hace tres años perdieron en el Carpena en el partido definitivo y hace 18 alzaron en Zaragoza la única Copa de su historia.
Después de perder cinco semifinales en seis años, como un “Poulidor” del baloncesto, en palabras de su entrenador Txus Vidorreta, el Tenerife al fin pisa la cumbre. Hace unos días ganó la Copa Intercontinental FIBA, con lo que el título redondearía una semana inolvidable. Tanto como lo fue el desenlace del partido contra el local Joventut, uno de los más emocionantes que se recuerda en el torneo. Un alley oop de Elgin Cook tras un contreagolpe fulgurante y un tapón de Abromaitis al intento de mate de Joel Parra. “Parece una Copa de los 90”, afirmó el técnico de los insulares, que se batirá con Ibon Navarro, un paisano, por el título (dos entrenadores vascos).
Marcelino Huertas opta al MVP, sería el jugador más veterano el conseguirlo, superando a Chichi Creus. Jaime Fernández, Salin, Fitipaldo… Por el Unicaja, más nombres propios para una final histórica: Brizuela, Kravisk, Perry…
"No dudes de que me voy a tomar la cervecita. Y mañana, ya tocará analizar a Panathinaikos". Chus Mateo estaba especialmente satisfecho en las entrañas del Uber Arena. Cada vez desprende más seguridad en sí mismo y no es para menos. El domingo ante Panathinaikos (20.00 h.) puede ganar su segunda Euroliga en dos años. El inicio de semifinal del Real Madrid fue una oda al trabajo previo, al plan de partido tan milimétricamente diseñado por el técnico madrileño. Esta vez, gracias a finiquitar tanto la serie de cuartos contra Baskonia como la de ACB contra Gran Canaria por la vía rápida, tuvo más tiempo si cabe para preparar la cita más importante de la temporada. Y el 28-10 de salida lo demuestra.
El entrenador blanco resumió las claves. La entrada de Eli Ndiaye (titular como en la pasada Final Four), con Hezonja al tres, respondía a una misión fundamental. Controlar el rebote junto a Tavares. Eso es el maná del baloncesto blanco, la clave para poder correr, para herir a la mejor defensa de Europa, la misma que había dejado en menos de 60 puntos al Barça en los dos partidos finales de la serie de cuartos, el quinto en el Palau incluido. No había nada al azar. "Hemos entendido perfectamente lo que teníamos que hacer para batir a Olympiacos. Controlar el ritmo del partido y correr después del rebote", resumió Mateo, que reconoció que ese acierto inicial (cuatro de cuatro para empezar) le dio "ventaja".
Otro elemento fundamental fue el de anular a los gigantes del rival. Ahí, pletóricos Tavares y Poirier, en una pintura que estuvo repleta de agresividad -"la verdad que me han dado muchos palos, pero sabíamos que iba a pasar eso", concedió el africano-. Otro dato estadístico difícil de creer. Entre Moustapha Fall, Nikola Milutinov y Moses Wright sólo lanzaron una vez a canasta en todo el partido. "Es verdad que no tuvieron asistencias. Pero para jugar contra Tavares y Porier... hay que estar mejor preparado mentalmente. Esos primeros minutos nos han costado demasiado", resumió Giorgios Bartzokas.
La entrada temprana de un Causeur que no venía contando, la posterior de Llull, Campazzo dividiendo la zona y optando ora por el pick and roll, ora por el pase abierto a la esquina. Todo estaba previsto en la pizarra. El Olympiacos sólo pudo atrapar seis rebotes en la primera mitad, uno en el segundo acto. En la segunda, en plena remontada a la desesperada, cogió 25, 11 ofensivos. "Hemos tenido la mala suerte de jugar contra el Madrid en una gran momento. Su talento, su experiencia, su plantilla y la dirección de su entrenador. No empezamos como deberíamos. Metieron los tres primeros triples y cogieron confianza. No diría que estábamos asustados, pero no hicimos el mejor acercamiento a este partido", reconoció un rato antes un apesadumbrado Bartzokas.
Cuando Llull puso la asombrosa máxima (54-29), la primera parte de la hoja de ruta estaba completada. Incluso mejor que en los planes previstos. Hacer 56 puntos al descanso a Olympiacos resulta una quimera. También estaba claro que los griegos, con su carácter, iban a intentar regresar. Y ahí, de nuevo, el temple de Mateo. "Sabíamos que no era suficiente. Hemos seguido luchando y sabíamos que podían volver. Cuando nos golpeaban con triples y rebotes ofensivos, hemos estado juntos y hemos sido capaces de controlar el ritmo al final con dos bases y el reloj corriendo", explicó el entrenador blanco, que elogió especialmente a dos hombres.
El primero fue Hezonja y su actitud defensiva. Chus se rompió con el croata cuando este se lanzó al suelo con todo a robar una balón. "Es bonito verlo jugar en ataque. Cuando lucha en defensa, para mí es algo grande, cuando roba un balón... Muestra su carácter. Cuando hacen algo para el equipo me hace sentir orgulloso", dijo. Y el otro es Sergio Rodríguez, fundamental en esos instantes de amenaza helena. Acabó con ocho puntos y cuatro asistencias y todo el saber hacer que atesora en su veteranía. En la que posiblemente sea la última Final Four de su carrera. "Es una maravilla ver al Chacho con su cuerpecillo, cómo va sacando pases. Nunca ha tenido un físico extraordinario, pero se mantiene bien. Nos da clases magistrales. Es una gozada poder coincidir con él. Estoy encantando. Le hemos cuidado para que llegara bien. Y se siente cómodo en las Final Four", elogió al tinerfeño.
Aquel día en La Planche des Belles Filles nació una leyenda, un demonio rubio de 21 años que revolucionó el orden establecido del panorama ciclista. Era un contrarreloj con trampa final en la que Tadej Pogacar destrozó a Primoz Roglic, un despliegue de potencia como no se recordaba para ganar su primer Tour. Han pasado cuatro años y la relación del esloveno con la lucha individual no ha sido la mejor. Más sinsabores que alegrías. "Subes y bajas" en sus propias palabras. En el muro de Perugia llegó su reconciliación. Y lo hizo a su manera, con un alarde final para birlar el triunfo a Filippo Ganna y poner más tierra de por medio con sus perseguidores, especialmente con un Geraint Thomas que rindió por debajo de lo esperado.
La primera batalla contra el reloj de este Giro presentaba peculiaridades a tener en cuenta. En la medieval Umbría, las ciudades siguen dominadas por sus torres en las cimas de las colinas y hasta la de Perugia había que ascender después de 30 kilómetros planos. Un muro (1,2 kilómetros al 12%) para decidirlo todo. Y ahí, en el esfuerzo tras el esfuerzo, nadie como Pogacar, que en los seis kilómetros finales, con su pedalear cadencioso, remontó la desventaja con Ganna y celebró la victoria puño en alto (perdía 47 segundos abajo y llegó con 17 de diferencia con el especialista del Ineos).
En las 16 contrarrelojs que Tadej afrontó en Grandes Vueltas después de La Planche, sólo coleccionó un triunfo. Fue en Laval, en el Tour siguiente. Tiempos de dudas, con Jonas Vingegaard mostrándose cada vez más intratable. "Ha pasado mucho tiempo desde la última contrarreloj que hice [21º en el Mundial en Stirling; antes en Combloux, a 1:38 de Jonas], fue un desastre: desde entonces he estado trabajando mucho en la bicicleta de contrarreloj, no estaba tan seguro de estar al 100%", admitió después. Porque lo de la séptima etapa del Giro, desde Foligno hasta la amurallada Perugia pasando por Asís, era más que una prueba. Había que contener el esfuerzo durante 30 kilómetros de carreteras rápidas y soltarlo todo después, todo para arriba, incluso dos kilómetros mortales donde la pendiente llega al 16% y hay que retorcerse en la cabra.
Ganna había dominado con mano de hierro, doblando hasta a siete rivales, y se antojaba imposible que nadie le arrebatara la gloria. En cada referencia, su ventaja aumentaba. En el kilómetro 34 era una sangría con los favoritos y sólo Pogacar estaba por debajo del minuto. Muchos, incluido Thomas, perdieron incluso más tiempo en la subida y algunos, como Daniel Felipe Martínez, recortaron algo. Tadej, con la maglia rosa y el controvertido culotte ciclamino, simplemente voló hacia Perugia, enrabietado.
En casi 41 kilómetros (rodó a 47,1 por hora), este Giro que disputa mirando al verano, prácticamente sentenciado. "Hoy ha ido bastante bien, habrá otra contrarreloj en el Giro, será otra sesión de entrenamiento para el Tour. Todavía puedo mejorar", concedió sin tapujos. Geraint Thomas se dejó dos minutos con su rival (y ya son 2:46 en la general), Daniel Felipe Martínez, ahora segundo, un poco menos y escaladores como Juanpe López o Eiber Rubio más de cuatro minutos. Este sábado tendrán espacio para volverse a ver entre los 10 primeros de la general, pues la etapa finaliza en alto, en Prati di Tivo, casi 15 kilómetros de ascensión con una media del 7%.