El calor sofocante apareció en mitad de la última semana del Giro, la que decidirá el ganador final en Roma, tantos puertos que asustaban. Así que, camino de Cesano Maderno, tan cerquita de Milán, bordeando el lago Como, todos eran conscientes de que era una jornada para tomarse un respiro. Para que llegara la fuga y el pelotón avanzara tranquilo por los poco más de 150 kilómetros de recorrido. Y así fue. Y de ello se aprovechó Nico Denz, gloria para el gregario.
Bien temprano, casi al tiempo que Juan Ayuso anunciaba su retirada (visiblemente afectado su ojo derecho por la picadura de una avispa en la etapa del miércoles) se formó un numerosísimo grupo de aventureros entre los que iban incluidos casi todos los sprinters que aún resisten en la Corsa Rosa (Kaden Groves, Pedersen, Van Aert, Godon, Ulissi…). Que alcanzaron tal renta que supieron que entre ellos estaba el ganador.
Pero eran tantos que se hizo lo que popularmente se llama ‘la fuga de la fuga’. Y ahí no estaban los velocistas. 11 de los 33 (faltaba el único español, Jon Barrenetxea, del Movistar) se fueron hacia el circuito final, ya sin cotas de montaña, lanzados a la gloria. Que fue para la potencia del rodador alemán Nico Denz.
Que se fugó de la fuga de la fuga con un ataque sin respuesta a falta de 19 kilómetros. Una ventaja en aumento mientras el resto se miraba. El veterano ciclista del Bora Red Bull se apuntó a su palmarés la primera llegada de la historia en Cesano Maderno. Y es la tercera en su carrera, pues en 2023 ganó dos en tres días en la Corsa Rosa, en Rivoli primero y en Cassano Magnago después. A más de un minuto, Mirco Maestri fue segundo. El pelotón, completamente relajado, llegó a 13:51, sin cambios en la general.
La tregua se acabó. Este viernes, entre Biella y Champoluc, cinco puertos. Y el sábado, entre Verrés y Sestriere, el más difícil todavía, el temible Colle delle Finestre y meta en Sestriere, rampas en las que se decidirá el ganador final entre Del Toro, Carapaz, Simon Yates…
No recuerdan las nuevas generaciones aquellos otros tiempos, cuando una medalla era una rareza, cuando los cuartos también eran maldición entre canastas y cuando tantos miraban a España por encima del hombro. No hay memoria de la mediocridad porque ya hace mucho de aquello. Llegaron nuestros superhéroes para hacernos sentir pletóricos, para acumular proezas y dominar el mundo. Para 'estar' siempre. La nueva realidad de la selección pelea contra su destino y, por ahora, casi siempre gana. En Lille, con las 12 mejores selecciones del planeta, allá estará España, fiel a una cita olímpica, desde Sidney 2000 sin falta. Lo logró tras un Preolímpico que resultó todo un ejercicio de competitividad, la memoria ganadora en los genes de los que aprendieron de Gasol y compañía. Si el sábado desplumó a Finlandia en la pura agonía, en la final contra Bahamas resultó el mejor trampolín posible hacia París. [Narración y estadísticas: 86-78]
Dicen adiós las leyendas y ya no va quedando casi nadie de aquellos. Sobrevive Rudy, un capitán que pide a sus jóvenes compañeros que no lo hagan por él, que vayan a unos Juegos por ellos mismos. Serán sus sextos. Y los cuartos para Llull. Líderes con el ejemplo, los que pasan el testigo aunque todos sepan que la edad dorada nunca podrá ser igual. Pero el mago Scariolo no baja el pistón de la exigencia. Lo que antes eran alardes ahora son duelos muchas veces desde la inferioridad, resueltos por una mezcla de destreza y de amor propio. Así fue en una Fonteta rendida a su España, enamorada del talento de Lorenzo Brown, que logra hacer de Willy Hernangómez ese pívot que tantos imaginaron, de la clase de Aldama, de la fiereza de Alberto Díaz, López-Arostegui o Garuba... Todos fundamentales ante la amenaza caribeña, un rival derrotado de principio a fin.
Rudy, ante Bahamas.ALBERTO NEVADO / FEB
Era Bahamas una trampa total, tipos con tanto peligro como poca tradición que defender. Viven sus NBA la experiencia como un regalo y así lograron finiquitar a Argentina en casa el pasado verano. Y quedarse a un milímetro de disputar unos Juegos. Esta vez, en una Fonteta magnífica, España no les dio opción de desatar sus armas.
Desde el amanecer el encuentro tuvo la electricidad de las finales. Cada microacción era un desafío. Un juego de contrapesos con una igualdad insoportable. Willy, alargando el idilio ofensivo de la noche anterior contra Finlandia, era el hombre buscado por España en la pintura. Buddy Hield pronto mostró la soltura de sus lanzamientos, que contrastaban con el agarrotado Lorenzo. Se luchaba punto a punto.
Fue en el segundo round cuando las inercias se impusieron, con la selección más segura de sí misma. Principalmente por la influencia en el juego de Garuba, un muro en defensa. España se levantó de un triple de Eric Gordon con un 7-0 y poco después el ex madridista puso un tapón colosal al saltarín Edgecombe, un jovencísimo proyecto de estrella. Ese esfuerzo era el ejemplo a seguir. Usman contagió a todos. Entonces devolvió Scariolo a la primera unidad y Lorenzo paró el reloj con tres triples consecutivos que, junto a uno más de Llull, encendieron Valencia como un ninot (42-31).
Lorenzo Brown, ante Bahamas.Kai ForsterlingEFE
El gran problema de la selección había sido el rebote ofensivo (hasta 11 segundas jugadas al descanso concedió desesperadamente), una sangría. Cuando lograban controlarlo, todo se ponía cuesta abajo. Había sido una gran primera mitad.
Y la vuelta de vestuarios prolongó las buenas vibraciones. López-Arostegui desquiciaba a Hield y el metrónomo Brown tomaba las riendas. Y los nervios caribeños empezaban a aparecer en la pista, elevando a la desesperada su listón físico. Pero la concentración española parecía a prueba de bombas, la confianza elevándose a la vez que la ventaja. Apareció la segunda unidad con nuevos bríos, con ese Garuba capitán de la energía, batallando con DeAndre Ayton, y con la osadía y los puntos de Brizuela que pusieron la máxima (61-47).
Pero todavía tenía que remar España ante un rival sin red, consciente de que se le escapaba una oportunidad histórica, sus primeros Juegos. Y el retorno de los titulares fue la puntilla de los caribeños. Porque España había hecho presa, coral y efectiva, siguiendo a pies juntillas ese plan de Scariolo que pocas veces falla. Si se arrimaba Bahamas, el triple de Aldama. El balón a Lorenzo, los tiros libres de Rudy... "¡Sí, sí, sí, nos vamos a París!".
"No tengo miedo a nada ni a nadie. Sólo a Dios". No olvidará Ayoub Ghadfa esta noche de agosto en París, 10.000 gargantas rugiéndole en contra en la Philippe Chatrier y un bravo francés intentando hacerle añicos. Un chico, Ayoub, que hace no tanto jamás había boxeado. Y ya tiene una medalla olímpica de los pesos superpesados (+92 kilos) colgada al cuello. Será plata u oro tras un fantástico combate de semifinales en el que se impuso de principio a fin.
Djamili-Dini Aboudou era un rival incómodo y no sólo porque le impulsara el aliento de las tribunas, el "Djamili, Djamili" de enfervorecido público de Roland Garros (tan extremadamente lejos de las tradiciones tenísticas, claro), el "Allez les Bleus", la Marsellesa a capela o los abucheos continuos. Ayoub ya le había derrotado en mayo de 2022, en Yerevan, pero el francés de Dunkerque es fornido y veloz, con 10 centímetros menos, y cazarle no le resultaba sencillo.
Aun así, manteniendo las distancias y no entrando al trapo del rival, Ayoub se llevó los dos primeros rounds por unanimidad. No había juez capaz de negar la evidencia. Y ni en el tercero, en el que Aboudou se fue con todo y logró derribar por un momento al gigante español (que se levantó de un acrobático salto), hubo dudas del ganador.
Agilidad para esquivar
Porque el marbellí luce un físico imponente. Antes de cada combate extiende sus piernas en el aire en dos saltos poderosos. Antes de empezar con el boxeo en el gimnasio Argüelles de José Valenciano, hacía calistenia y kickboxing. De ahí esa agilidad que ahora es una virtud preciosa cuando se trata de esquivar cañonazos que van directos a su rostro.
A principios de abril, cuando contaba a este periódico su historia de abusos en la infancia, de racismo e insultos por su físico, ni siquiera tenía aún billete para París. Venía de perder en un Preolímpico con el italiano Diego Lenzi y se le agotaban las oportunidades. Unas semanas después, en Belgrado, noqueó con un directo de derechas brutal al serbio Dusan Veletic y se proclamó campeón de Europa.
Ayoub Ghadfa festeja su pase a la final.AP
La progresión de Ayuob asusta y en París avanzó con solvencia de veterano. Sorprendió en octavos al kazajo Kamshybek Kunkabaev (bronce en Tokio) y arrasó en cuartos al gigante armenio Davit Chaloyan. Para asegurar la segunda medalla del boxeo español en estos Juegos de la resurrección, para unirla al bronce de su compinche Reyes Pla, con el que intercambia entrenamientos, fe y peripecias.
En la final, el próximo sábado (22:51 h.), en busca del primer oro del boxeo olímpico español, en el mismo escenario, se enfrentará al temible Bakhodir Jalolov, campeón olímpico en Tokio, un púgil, el uzbeco, que ha ganado sus 14 combates profesionales, la mayoría por KO. Y que al alemán Nelvie Tiafack le recetó lo mismo que a sus dos anteriores rivales en París: lo pasó por encima.