Open de Australia
El escocés se medirá en tercera ronda con Bautista tras derribar a Kokkinakis en una batalla de cinco horas y 45 minutos (4-6, 6-7 [4], 7-6 [5], 6-3, 7-5) que acabó a las 04:06 horas.
Si William Wallace desafió a Inglaterra con su espada a finales del siglo XIII, Andy Murray desafía hoy al tiempo y al propio tenis con su raqueta: a sus 35 años, el guerrero escocés sigue rugiendo en Melbourne Park y enardeciendo al público del Open de Australia. A las 4:06 horas de la madrugada del viernes, el escocés derribó la resistencia de Thanasi Kokkinakis, uno de los ídoloes locales, tras una batalla de cinco horas y 45 minutos (4-6, 6-7 [4], 7-6 [5], 6-3, 7-5). La atronadora ovación del público, enloquecido por el coraje de Murray, se recordará durante años en el Rod Laver Arena.
¿La razón? “Sí… tengo un gran corazón”, resumió Murray, el único capaz de descollar en aquellos años de apabullante dominio de Rafa Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic. En pleno enfrentamiento entre los tres mejores jugadores de la historia, se embolsó tres torneos de Grand Slam (US Open, 2012; Wimbledon 2013 y 2016) para alcanzar el número uno del ránking en 2016.
Pese a los 102 golpes ganadores de Kokkinakis, incluidos 37 saques directos, Murray levantó dos sets adversos por undécima vez en su carrera. De este modo se convierte en el tenista que más veces logró esta épica remontada en toda la historia, superando a Boris Becker, Roger Federer, Aaron Krickstein y François Jauffret.
La prótesis metálica
Su andadura en Melbourne había arrancado precisamente con otra exhibición de resistencia ante Matteo Berrettini, uno de los grandes especialistas del circuito en pista rápida, a quien superó tras cuatro horas y 54 minutos (6-3, 6-3, 4-6, 6-7 [7] y 7-6 [6]). Toda una gesta para quien en 2019 había anunciado, también en el Open de Australia, su inminente retirada por culpa de su maltrecha cadera. No obstante, Sir Andy aún tuvo arrestos para sustituir el hueso por una prótesis metálica y volver a la lucha.
Antes de medirse en tercera ronda a Roberto Bautista, que también viene de sufrir lo indecible ante Brandon Holt (4-6, 2-6, 6-3, 6-2 y 6-2), Murray acumula 10 horas y 34 minutos de esfuerzo en pista. Si sirve de ejemplo, Federer alzó su último Wimbledon en 2017 con sólo una hora más de esfuerzo.
Por tanto, resulta pertinente preguntarse cómo encuentra Murray el denuedo y la motivación para abrochar otra epopeya. “Salí adelante gracias a mi amor por el juego y mi respeto por este torneo”, argumento, de manera franca y sencilla en la sala de prensa del Rod Laver Arena. Ni siquiera el horario intempestivo ni la prohibición de marcharse al baño cuando lo necesitaba pudieron descentrarle. “Entiendo las reglas, pero son las tres de la mañana, he estado bebiendo todo el día…”, explicó al juez de silla desde su banquillo durante un cambio de pista.
“Si mi hijo fuera recogepelotas…”
Según los organizadores del torneo, esta resolución fue la más tardía en toda la historia, 28 minutos menos que aquel triunfo de Lleyton Hewitt sobre Marcos Baghdatis en 2008, finalizado a las 04:34 horas de la madrugada. “No sé a quién beneficia esto. En vez de ser un ‘épico Murray-Kokkinakis’ se convierte un poco en una farsa”, comentó el escocés después del partido más largo de su carrera.
Murray agradeció el aguante de los aficionados, aunque se mostró preocupado por los recogepelotas. “Si mi hijo fuera recogepelotas y vuelve a casa a las cinco de la madrugada, como padre gritaría. No es beneficioso para ellos. No es beneficioso para los árbitros. No creo que sea genial para los aficionados y no es bueno para los jugadores”, argumentó el campeón olímpico en los Juegos de 2012 y 2016.
Por su parte, Craig Tiley, director del Open de Australia, defendió la inclusión de dos duelos nocturnos en las pistas principales y aseguró que estos fines tardíos no se dan tan a menudo. “Si solo pones uno por la noche y hay una lesión, no tienes nada para los aficionados o las televisiones (…) En este momento, no hay necesidad de alterar el programa”, defendió Tiley.