Escuchado en una de esas poliédricas tertulias televisivas a uno de esos ubicuos tertulianos de uso múltiple: “No me gustaría estar en la piel de Vinicius“.
A muchos les encantaría. Si la disyuntiva es permanecer en el Madrid ganando una fortuna o emigrar a Arabia percibiendo otra aún mayor, no tendrían problema alguno en afrontar el angustioso dilema. Tampoco les importaría estar en el pellejo de Florentino: retener a un jugador de máximo nivel mundial o recibir 300 millones por su traspaso, liberar masa salarial y poner por la izquierda a Kily o a Rodry.
Dado que toda elección implica una renuncia, jugador y presidente se lo tendrán que pensar en busca del punto coincidente entre el bien mayor y el mal menor. Pero, con independencia del desenlace de la historia, Arabia no es un empleo: es un retiro para las estrellas veteranas, receptoras de una suculenta pensión de jubilación. Un asilo. Arabia no es un destino: es un destierro para los jóvenes prometedores, atraídos por el pringoso brillo del oro negro. Un exilio. Empapan de chapapote sus mejores años.
Vinicius no ha recibido una oferta de un club de Arabia, sino de Arabia. Sociedades anónimas o clubes-Estados, en Europa pujan por los futbolistas el PSG, el City, el Milan, etc., no Francia, Gran Bretaña o Italia. La de Arabia es una Liga de medio pelo (de camello) que puede gastar infinitamente más de lo que vale e ingresa porque los cuatro mejores equipos del país, y por esa razón gozan de semejante categoría, pertenecen en un 75% al PIF, el fondo estatal de inversión. Son el Al Hilal, el Al Ittihad, el Al Ahli y el Al Nassr.
A modo de rechifla contra un Campeonato artificioso y viciado. Como repudio a una teocracia ante la que Occidente se arrodilla en bloque, y cuya capital pone nombre al estadio del Atleti, los rebautizaremos Al Khachofa, Al Gharroba, Al Falfha y Al Hubia. Les persigue, amenazante, un quinto equipo, entrenado por Míchel y con Nacho en sus filas, el Al Qadsiah, propiedad de Aramco, la petrolera estatal. Estamos en las mismas. A éste, como reacción epidérmica en forma de sarpullido, lo llamaremos Al Erghia.
Arabia colocaría a Vini en cualquiera de esos cuatro clubes punteros, el que más le conviniera. A Arabia, no a Vini. Y les ordenaría a los otros tres, y a todos los demás, que no se empleasen con dureza contra quien llegaría para dar espectáculo y hacer magia frente a defensores alejados de la categoría media de las Ligas punteras. Arabia lo quiere para el circo tanto como para el fútbol.
Aunque su partido en Sevilla podría llevar a pensar que tenía la cabeza entre La Meca y Medina, elucubrando acerca de su propia “hégira”, parece que Vini no quiere marcharse. Al menos de momento, a no ser que fermente en su ánimo la idea de que en el Golfo lo van a tratar mejor los rivales, los árbitros y los públicos.
Hablando de Sevilla y en plural mayestático, si fuéramos Mohamed bin Salman (¡Alá nos libre!), nos fijaríamos en Isco, en sus últimos bailes de gala. Echaríamos el ojo y el anzuelo a ese geniecillo de piernas cóncavas, tan prestidigitador, a su modo, como Vinicius.
Además, es andaluz. Tiene sangre agarena.