Todo el interés que había levantado el campeón de la Bundesliga en su retorno a la Champions League se confirmó ayer con un soberbio primer tiempo en Rotterdam. En apenas 45 minutos, el Bayer Leverkusen barrió al Feyenoord con cuatro goles merced a un incontenible despliegue liderado por Florian Wirtz, el primer futbolista alemán que marca dos goles durante su primer partido en el torneo. «Hemos estado muy concentrados. Es sólo el primer partido, pero por supuesto que estamos satisfechos», aseguró Xabi Alonso, técnico del Bayer.
Con un fútbol vertical, comandado por la imaginación de Wirtz entre líneas, el Leverkusen dejó sin réplica a un Feyenoord tan impetuoso como impreciso. La ruidosa afición de De Kuip ni siquiera pudo esbozar una sonrisa tras el descanso, cuando el árbitro invalidó dos goles a su equipo por fuera de juego.
Por entonces, los visitantes ya habían impuesto el desborde de Jeremie Frimpong, la omnipresencia de Alejandro Grimaldo y la calidad de Victor Boniface. Tras el afortunado 0-1 de Wirtz, el delantero nigeriano dejó el gesto técnico de la tarde con un asombroso pase, a imagen y semejanza de Thierry Henry, en la acción del 0-2, obra del internacional español.
«Jugamos con mucha madurez»
La velocidad de Grimaldo y Frimpong resultaba indetectable para la defensa holandesa, que en el minuto 36 no pudo leer ni el envío desde la derecha del neerlandés ni la incorporación de Wirtz. Para redondear la desgracia, justo antes del intermedio Timon Wellenreuther tampoco supo embolsar un endeble cabezazo de Edmond Tapsoba.
«Jugamos con mucha madurez a pesar de que el ambiente era muy especial. En la Champions siempre hay que marcar goles, pero también hay que defender bien», zanjó Alonso. Hasta ayer, el Leverkusen jamás había anotado cuatro goles a domicilio durante sus 13 participaciones previas en el torneo.
Fue uno de los pegadores más temibles que jamás subió a un ring. Un deportista que redifinió la longevidad, capaz de proclamarse campeón mundial de los pesos pesados más de dos décadas después de la primera vez. George Foreman murió el viernes a los 76 años en un hospital de Houston (Texas), rodeado de sus seres queridos. Con él se marcha una de las figuras más ilustres de la historia del boxeo. El gigante que derribó seis veces a Joe Frazier antes de noquearle, el que llevó al límite a Mumammad Ali en Kinsasha y el que en 1994 sorprendió a Michael Moorer con su victoria más improbable, la que le devolvía a la cima a los 45 años.
Big George, una mole de 191 centímetros, sumó 68 de sus 76 victorias por KO (89,5%) con sólo cinco derrotas, la última en noviembre de 1997, ante Shannon Briggs en Atlantic City. La constatación de que aquella vez sí, su tiempo había terminado. Desde entonces podría dedicarse a los negocios. A vender millones de tostadoras para la cocina (The George Foreman Grill) y a protagonizar una breve serie (George) sobre su figura en la cadena ABC.
Había nacido y crecido en Houston, dentro de una familia con seis hermanos. A los 14 años dejó la escuela y formó, junto a un grupo de amigos, una banda de atracadores. Sólo el Job Corps, un programa gubernamental destinado a la ayuda de los adolescentes, le permitió salir de las calles y aprender las reglas del noble arte. En los Juegos de México dio su primer aldabonazo como amateur, colgándose el oro olímpico tras derrotar al soviético Jonas Cepulis.
"Down goes Frazier!"
Su gran bautismo de fuego llegaría en 1976, cuando noqueó a Joe Frazier tras un brutal acometida al título de los pesados. Smokin' Joe, con su aura de eterno perdedor, logró levantarse tres veces de la lona en el primer round y otras tres en el segundo, antes de que el árbitro, conminado por las lágrimas de Angelo Dundee, el preparador de Ali, detuviese la pelea. El delirio para los 36.000 asistentes en Estadio Nacional de Kingston (Jamaica) y la inmortalidad para Howard Cosell, comentarista de la ABC, autor del grito "Down goes Frazier!"
Tras llevar tres veces a la lona a Ken Norton en Caracas, había llegado el turno de defender su corona ante Ali. Aquel 30 de octubre de 1974, en el Estadio 20 de mayo de Kinsasha acogió el Rumble in the Jungle, una de las veladas que definieron la historia del boxeo. Con un asombroso invicto de 40-0, Foreman se presentaba como favorito ante aquel deslenguado, que venía de derribar dos veces a Norton y otra a Frazier. La astucia de Ali, su fabulosa agilidad de pies en torno a las cuerdas, terminaron por desesperar a Foreman, que encajó varias derechas fuera del conteo y no pudo pasar del octavo asalto.
Aquella derrota, le sumiría en una tremenda crisis personal y casi dos años de travesía por el desierto. En enero de 1976 acabó con la feroz resistencia de Ron Lyle en el Caesars Palace de Las Vegas y aquel mismo junio volvió a tumbar dos veces a Frazier en el quinto asalto. No obstante, una derrota ante Jimmy Young, definida tras 11 toques de campana, le llevó a la retirada. Según su propio testimonio, aquella velada en el Coliseo Roberto Clemente de San Juan (Puerto Rico), le hizo conectar con su yo más espiritual.
Foreman, con la zurda ante Moorer en Las Vegas.AP
Aquella vía mística duró lo que duraron los ahorros, así que en julio de 1987 tuvo que volver a enfundarse los guantes, quitándose de encima a rivales de escaso fuste, atemorizados aún por su aliento de pegador. En abril de 1991, cuando Evander Holyfield puso en juego los cinturones de la Federación Internacional (IBF) y el Consejo Mundial (WBC), Foreman se llevó una soberana paliza. Aún hoy resulta asombroso cómo, siendo 14 años mayor, pudo aguantar en pie los 12 asaltos.
Superada la cuarentena, la oronda figura de Foreman ya no inspiraba rechazo entre las familias de bien. Se mostraba amable, calmado. Ya no era un portento físico, pero sabía esperar su momento, dentro y fuera del ring. De ese modo, tan insólito, pudo sorprender a Moorer en una pelea organizada por Bob Arum en el MGM Grand de Las Vegas. El campeón asomaba con un récord de 35-0, pero Foreman aguantó con temple hasta conectar el golpe definitivo en el décimo asalto. "¡Sucedió!", exclamó su gran amigo Jim Lampley, con quien entre 1992 y 2004 compartiría espacio televisivo en la HBO. Foreman se había consagrado, a los 45 años, como una de las mayores leyendas de la historia del boxeo.
Se sentía aún renqueante, no con dolor, pero sí con molestias. Había apurado la recuperación de su apendicitis con un esfuerzo titánico en el gimnasio, sabedor de que su asiento sigue siendo asunto sagrado. Carlos Sainz llegaba muy justo, pero aun así pudo pelear codo con codo con Max Verstappen en Albert Park. El fantástico rendimiento del madrileño sólo palideció ante el tricampeón mundial, autor de la pole (1:15.915). Fernando Alonso, por su parte, cometió un error en la curva 6 que le relegó a la décima posición de la parrilla.
Nadie puede cuestionar a Sainz el mérito de colarse entre los Red Bull, a 17 centésimas de Verstappen y nueve mejor que Sergio Pérez. Resulta casi una hazaña para quien ha pasado tantas horas en cama antes de tomar el avión rumbo a Melbourne. Sin embargo, la mala noticia para Ferrari y la F1 estriba de nuevo en la velocidad de Verstappen. Tras un fin de semana con más dificultades que de costumbre, el tricampeón despertó otra vez a tiempo en la Q3.
Sainz sólo pudo sostener el ritmo durante el primer sector, cediendo ya una décima en el segundo. Bastante hacía, en cualquier caso, porque por la mañana, casi se había sentido desfallecer durante la FP3. Pese a algún mareo, los tiempos salían con pasmosa naturalidad en la Q1 (1:16.731) y la Q2 (1:16.189). Lideró la tabla durante casi toda la sesión y aunque no pudo con la guinda de la pole, también alzó el estandarte de Ferrari con más gallardía que Charles Leclerc. El monegasco, por detrás durante todo el sábado, cometió un error en la curva 12 que incluso le impidió cerrar su vuelta.
Latigazos del Aston Martin
Sólo Verstappen, como de costumbre, encontró los resquicios a la pista en el momento de la verdad. Su primera tentativa de la Q3 (1:16.048) ya le dejaba con 28 centésimas sobre Sainz y 38 ante Leclerc. Aún guardaba algo más bajo la manga. Todo lo contrario que Aston Martin, donde Alonso y Lance Stroll bastante hicieron con salvar el impacto contra las barreras. La inestabilidad trasera del AMR24 fue palmaria. Fernando, tras un infernal traqueteo a través de la grava que desestabilizaba totalmente su equilibrio aerodinámico, saldrá por detrás de su compañero por primera vez desde el GP de Brasil 2023.
El asturiano, sin las sensaciones de Bahrein y Jeddah, ya sudó lo suyo durante la Q2. El 1:17.120 inicial le obligó a otro esfuerzo, tampoco especialmente inspirado. Su 1:16.780 le dejaba séptimo, por delante de Mercedes. En contraste con McLaren, el paso atrás de las Flechas de Plata fue palmario en Melbourne. Pese a que Lewis Hamilton había acabado en la misma décima que Leclerc durante los últimos libres de la mañana, el heptacampeón se quedó fuera de la Q3 por 59 milésimas. Su verdugo, el imprevisible Yuki Tsunoda. Un fin de semana más -y ya van tres en 2024- George Russell ganaba por la mano a su compañero de garaje.
El aliento de Albert Park, con 125.000 aficionados repartidos en torno al lago, no bastó para Daniel Ricciardo, eliminado por superar los límites de pista. Un motivo de sonora celebración para Kevin Magnussen, salvado por la campana. La aventura de Alex Albon, con el único Williams en pista por la avería de Logan Sargeant, no fue más allá de esa Q2, que no parece poco James Vowles