París arrancó la ceremonia de apertura de los Juegos Paralímpicos este miércoles con un viaje “desde la discordia…” hasta la Concordia, nombre de la plaza donde tuvo lugar el espectáculo, y con una nueva interpretación de un clásico francés.
En pleno atardecer y con el telón de fondo de la Torre Eiffel y el Grand Palais, el escenario instalado alrededor del obelisco de la plaza parisina se llenó de bailarines para ofrecer un show cargado de significado.
Unos 140 artistas trajeados y otros 16 con discapacidades y vestidos con tonos azules, rojos y blancos, presentaron una actuación llena de energía que comenzó con las notas del piano de Chilly Gonzales.
Los dos grupos de bailarines introdujeron una “paradoja”, palabra con la que el director artístico Thomas Jolly decidió titular la ceremonia: una sociedad que quiere ser más inclusiva, pero que debe seguir esforzándose para integrar a las personas con discapacidad.
Mientras ambos grupos bailaban, ignorándose en gran medida entre ellos, el artista francés Christine and the Queens entró en escena para poner algo de ritmo a la hasta entonces completamente abstracta actuación.
A diferencia de la clásica interpretación de Céline Dion del famoso “Hymne à l’amour” de Edith Piaf durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, Christine and the Queens cantó una versión electropop del “Non, je ne regrette rien” de la célebre artista del siglo XX.
Al término de la canción, los dos grupos de bailarines se colocaron frente a frente, mirándose a los ojos, antes de que los cazas de la ‘Patrouille de France’ pintaran de azul, blanco y rojo el cielo de la capital francesa y dieran paso al desfile de los paradeportistas.
Kylian Mbappé ya conocía la ciudad deportiva de Valdebebas, cuyos pasillos visitó en diciembre de 2012, invitado por Zinedine Zidane y premiado por sus padres para celebrar su 14º cumpleaños. Ya había entrenado en los campos anexos de las instalaciones madridistas, también a las órdenes del técnico francés, su ídolo junto a Cristiano Ronaldo y enamorado de él desde adolescente. Ya dominaba el castellano, aprendido durante años con el objetivo de
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A finales de 2012, me anunciaron desde el Comité que en 2013 iba a ser árbitro internacional. En una concentración del mes de noviembre coincidí con Victoriano Sánchez Arminio y le dije: «Presi, si soy internacional, ¿puedo elegir a mis asistentes?». «Claro, tú tienes la última palabra, pero ya sabes...», me contestó de forma enigmática. Lo que me quería decir es que en realidad la última palabra la tenía Enríquez Negreira.
Era 22 de diciembre de 2012 y estaba en una cafetería llamada Top Capi de Lleida. De repente, me llamó el vicepresidente del CTA: «Quiero que bajes a Barcelona». Enríquez Negreira me citó en el bar La Torrada, que se encontraba en el centro de Barcelona, concretamente en la calle San Antoni María Claret n.º 209. El local lo regentaba su pareja, Ana Paula Rufas, y echó el cierre hace unos años. Actualmente, en su lugar se ubica un restaurante asiático de tapas. En este negocio organizaba dos tipos de encuentros, principalmente. En primer lugar, se reunía el día antes de los partidos con los colegiados que iban a pitar al FC Barcelona y al Espanyol para darles consignas y directrices. Dichos colegiados nunca eran catalanes, obviamente.
En segundo lugar, en La Torrada también se organizaban encuentros con los árbitros del Comité catalán de Primera, Segunda y Segunda División B dos o tres veces al año, en los que estuve presente en muchas ocasiones. En estas citas analizaba tus calificaciones de la temporada, que guardaba en un cuaderno de contabilidad que llevaba siempre con él. Además, revisaba tu evolución y te hacía todo tipo de comentarios. Te decía, por ejemplo, «chavalito, tienes que apretar» y te sentías condicionado, porque no sabías si te quería descender de categoría para la próxima temporada. Te dejaba siempre con la incertidumbre. Los árbitros de Primera División nos veíamos obligados a ir al bar de Enríquez Negreira porque era el del jefe y te tenías que dejar caer de vez en cuando para que todo fuera bien. Además, servía para pulsar cómo estaba tu situación personal en el seno del CTA con él. Sucedía igual que con el coaching de su hijo Javier Enríquez, los colegiados se veían condicionados a contratar sus servicios y pasar por caja, porque era el hijo del que mandaba.
El 'Txistu de Barcelona'
La Torrada era un bar de barrio muy cutre y pequeño, que llamábamos de forma irónica el «Txistu de Barcelona». Nada más entrar había una barra a mano izquierda y al fondo un patio interior con mesas y sillas de camping. Durante la semana había menú, pero cuando íbamos nosotros nos ponían carne y jamón serrano en lonchas de supermercado, recién sacadas del sobre. Era lamentable y vergonzoso. Eso sí, la cuenta no la perdonaban y nos cobraban unos 50 euros a cada uno. Mucho dinero para la calidad de la comida y del propio local. La pareja del vicepresidente del CTA estaba siempre detrás de la barra y tenía algún empleado más. Cuando acudíamos al local, manteníamos muchas conversaciones con Enríquez Negreira relacionadas con el fútbol y el arbitraje en un ambiente muy distendido. Junto a él también solían ir al bar importantes directivos de la Federación catalana y otros amigos árbitros de su círculo de confianza. Era su «cuartel general» en Barcelona y estuvo abierto como mínimo desde el 2009 hasta 2018, aproximadamente.
Cuando fui citado en el bar La Torrada, no sabía exactamente qué me podía encontrar allí. Cuando llegué, en el interior del local estaba la pareja de Enríquez Negreira y él permanecía fuera junto a Xavier Moreno Delgado, uno de sus hombres más cercanos del Comité arbitral. Estaban fumando y bebiendo una botella de cava mientras me esperaban sentados en una mesa metálica de la terraza. Llevaba ya cuatro años en Primera División, pero tuve miedo al ver solo la postura de Enríquez Negreira. Nunca se me pasó por la cabeza lo que iba a vivir y escuchar en ese momento. Fue una hostia que no fue física, pero sí más dolorosa. Se me estropeó la visión idílica que hasta ese momento mantenía del arbitraje y del CTA como una institución relativamente transparente y sana.
Tenía a Moreno Delgado enfrente y Enríquez Negreira me hizo un gesto autoritario con su mano para que me sentara a su lado. Luego me dijo una frase, o más bien una amenaza, que se me quedó grabada para siempre: «¿Tú sabes lo que es la familia?». En ese instante pensé «estoy sentado al lado de Al Capone». «Te voy a pegar una hostia...», continuó diciéndome el vicepresidente de los árbitros a la vez que me miraba fijamente a los ojos. No me lo podía creer.