Era su momento. Daniil Medvedev volaba durante el primer set con su plan de ataque, disfrutaba sobre la hierba de Wimbledon. Carlos Alcaraz peleaba para llevarle al tie-break, pero en esos instantes iniciales el ruso dominaba el juego, la pista, el marcador. Era su momento. Pero su carácter es intratable.
Con 5-3 en el marcador y el saque de su lado, Medvedev defendía una bola de break cuando después de un corto intercambio Alcaraz le tiró una dejada rápida. Corre, corre a por ella; corrió el ruso, pero llegó a impactar a la bola justo cuando había dado su segundo bote. Entonces hubo cierta confusión. Medvedev hizo como si no hubiera pasado nada y Alcaraz, al ver la reacción de su rival, pensaba que el punto seguía así que golpeó de derecha. Sólo la jueza de silla, la griega Eva Asderaki, interrumpió el juego. Con acierto advirtió del segundo bote y cantó el nuevo resultado: “Game Alcaraz, 5-4”. Ahí Medvedev reaccionó a su manera.
Plantado en medio de la pista, sin aspavientos, miró a Asderaki y le soltó tres claros “¡Fuck you! [¡Que te jodan!]”. Luego dejó ir algún otro insulto -“Bitch [Zorra]”, según algunas televisiones- y se sentó en su silla sin más.
Alberto PezzaliAP
Asderaki, internacional desde 2001, con varias finales de Grand Slam a sus espaldas, llamó al supervisor del torneo y le explicó lo ocurrido. Según el reglamento de la Federación Internacional de Tenis (ITF), Medvedev podía haber sido descalificado, pero entre otros decidieron sólo apuntarle un warning por conducta antideportiva.
Hace una década, en una ciudad helada de la helada Suiza llamada Neuchatel, donde no sólo se puede patinar en las dos enormes pistas de hielo existentes, sino que también hay un lago congelado varios meses al año, los dirigentes del lugar discutían a quién enviar a los Mundiales y los Europeos cuando se les ocurrió una idea: «¿Por qué no nacionalizamos a un español?». El éxito de Javier Fernández llevó a España a lugares inverosímiles y uno de ellos fue ese: de repente era una potencia.
Tomàs Guarino, nacido en Sabadell, con una única pista a 100 kilómetros a la redonda, el Palau de Gel de Barcelona, un recinto ahora derruido, se convirtió en suizo y como suizo estuvo compitiendo hasta que la retirada de Fernández le devolvió a casa. Hoy, ya como español, prepara el Europeo de la próxima semana en Tallin y el Mundial de marzo en Boston, que le debería dar el billete para los Juegos Olímpicos de Milán-Cortina d'Ampezzo 2026.
¿Cómo se hizo suizo?
Mi vida siempre ha sido un poco movida. A los 10 años me fui a vivir con mi madre a un pueblo de Francia, Cergy Pontoise, cerca de París, para poder entrenar con un entrenador de allí, Bernard Glesser, y cuando tenía 15 años le fichó un club de Neuchatel, en Suiza. Todo el grupo nos fuimos con él. Después, siendo todavía junior, le propusieron a mi madre que compitiera por Suiza y aceptamos, porque así no tenía que viajar tanto a España para las competiciones nacionales. No es que me ficharan, es que ya estaba allí.
¿Y por qué volvió a España?
Durante la pandemia se redujeron las competiciones, sólo se mantuvieron el Europeo y el Mundial, y en Suiza había mucha competencia por una plaza. España, en cambio, no enviaba a nadie porque se acababa de retirar Javier Fernández. Así que el cambio era evidente. Hubo un momento en el que pensé: «¿Qué estoy haciendo aquí?». Pedí volver a competir como español y por reglamento tuve que pasar un año en blanco.
Guarino empezó a patinar desde la curiosidad más inocente o, al menos, eso explica su madre. «Me acuerdo cero, pero mi madre siempre cuenta una historia. Yo tenía tres años y no paraba quieto por el salón, corriendo de un lado a otro, hasta que salieron unas imágenes de patinaje en la tele, me quedé parado mirándolas y dije: «Me gusta». Me apuntó a clases. Empecé con el patinaje sobre ruedas y siempre lloraba. Lo recuerdo super aburrido porque estábamos horas y horas dando vueltas en círculos en forma de ocho practicando movimientos. Si me enganché a patinar fue gracias al hielo», rememora el patinador que ahora tiene 25 años y que se inició en las categorías inferiores del Barcelona, una sección hoy clausurada.
En el club coincidió con otro niño, Aleix Gabara, que llegaría a competir en Mundiales júnior, pero les faltaba compañía, técnicos y medios y de ahí su tempranísina mudanza a Francia. Luego pasaría por Suiza, con nacionalización incluida, y ahora vive en Turín, en Italia, por culpa de una desgracia. «Mi entrenador en Suiza, Glesser, volvió a mudarse y yo me quedé con un técnico de allí, Jean-François Ballester. Hasta que de un día para otro el club nos envía un email diciendo que se había muerto. Era super joven, me quedé en shock, no podía ni acercarme al pabellón a hablar con el resto de patinadores. Nos tocó buscarnos la vida», narra quien ahora estudia Ingeniería Informática a distancia en la Universidad de la Rioja.
Era un niño que patinaba. ¿Sufrió acoso en la escuela?
A veces escuché algún comentario y se hacía un poco difícil, pero siempre fui muy pasota. La gente así cuando te dicen dos o tres cosas y ves que no reaccionas, suele pasar a otra cosa. Si tenía algún compañero patinador que lo había pasado realmente mal con este tema.
Con su historial de mudanzas... ¿Podemos hablar de la influencia de Javier Fernández?
No tenemos mucha relación. Cuando yo era júnior lo veía en los Campeonatos de España, pero él era una estrella, si acaso le pedía una foto. Ahora nos saludamos y hablamos un poco, pero no mucho más. Sí noto que él tenía un estilo cómico, muy expresivo, que a mi también me sale. Hice un programa vestido de Minion y yo no estaba muy convencido, pero gustó mucho a la gente.
22 Grand Slam, 92 títulos en la ATP, cinco Copa Davis, dos oros olímpicos, más de 1.000 victorias... Rafa Nadal se retira con la mochila llena, conquistadas todas las posibles conquistas, pero, ¿Qué deja para el futuro? En cada adiós de una leyenda del deporte mundial se observan miles de niños y de niñas imitando sus gestos y también ocurre con el español, aunque su sombra es extraña. A Nadal se le puede imitar en muchos sitios, se le debe imitar en muchos sitios, excepto sobre la pista.
«Nadie va a volver a jugar como él porque no se debe jugar como él. En la primera parte de su carrera, la que construye a Nadal como mito, jugaba a cuatro o cinco metros de la línea de fondo. Lo podía hacer por su fuerza física, por su mentalidad y por la aceleración que imprimía a la bola, pero era extrañísimo, día que un caso único en la historia», analiza el periodista argentino Sebastián Fest, fundadora de la revista Clay y autor del libro Gracias: El legado de Rafael Nadal.
En sus palabras, la imposibilidad de encontrar un imitador. Mientras Roger Federer ya tiene discípulos-como Grigor Dimitrov- y Novak Djokovic triunfó con un estilo más reconocible, nadie en el circuito se parece a Nadal y posiblemente nadie lo haga. Por ser español y compartir ciertos rasgos con él, Alcaraz ha sido muchas veces comparado con él, pero su estilo de juego no tiene nada que ver.
"Su tenis no es el mejor ejemplo"
«En realidad el tenis de Nadal no es el mejor ejemplo para los jóvenes y por eso es muy difícil que aparezca alguien que juegue como él. Los entrenadores no quieren que sus pupilos le imiten porque para ello necesitarían su físico y su top spin. Pero en las academias de todo el mundo Nadal aparece como referente en cuanto a actitud. Esa capacidad de concentración, ese desempeño en cada punto sí es un ejemplo, el mejor ejemplo. De hecho Nadal nos enseñó que no tienes que ser un robot, que puedes estar nervioso y ser emocional, pero que igualmente en cada punto debes estar concentrado», apunta Simon Cambers, periodista británico que trabaja para The Guardian o Reuters y autor del libro The Roger Federer Effect, que añade: «Por raro que parezca por sus números, es más importante el legado del Nadal persona que el legado del Nadal tenista».
Kin CheungAP
Pese a la aura de sofisticación y cortesía que envuelve al tenis, la amabilidad que mantuvo Nadal en su reinado junto a Roger Federer y Novak Djokovic no ha sido siempre la norma, ni mucho menos. Nadal deja una manera de jugar única, pero también una manera de ser perfectamente imitable: sólo hay que ser educado. Si en la época de Jimmy Connors, John McEnroe, Bjorn Borg o Ivan Lendl se llevaban a matar y en la era posterior dominada por André Agassi y Pete Sampras la rivalidad también se desparramó, Nadal y sus coetáneos demostraron que las leyendas no deben alimentarse de odio.
Su relación cordial con Djokovic y, sobre todo, su amistad con Federer quedan como un paradigma sobre el que construir el futuro del tenis. Hoy, quizá por un cierto efecto rebote, se exageran las tensiones entre los tenistas, pero crece una cercanía entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner al abrigo de lo que construyeron los anteriores. Los dos mejores del mundo en la actualidad, capaces de compartir un viaje en avión privado, se miran sin ninguna duda en la unión entre Nadal y Federer.
La foto en la Laver Cup
«Si hablas con los tenistas más jóvenes sobre Nadal la mayoría te dicen que era buenísimo, pero no te dicen que quieren jugar como él, te dicen que quieren ser como él. Su humildad, su grandeza, su respeto al oponente... Ese es su mayor legado y en ese apartado entra, claro está, su relación con Federer. Demostraron que podías competir por los títulos más importante manteniendo el respeto en la pista, en la victoria y en la victoria», observa Howard Fendrich, especialista de tenis de la agencia estadounidense Associated Press y actual copresidente junto a Cambers de la Asociación Internacional de Periodistas de Tenis (ITWA).
«Con su palmarés puede parecer extraño y de hecho es extraño, pero para mí una de las fotos más importantes de su carrera es la que le hicieron en la Laver Cup, llorando en la retirada de Roger Federer, dándole su apoyo, por todo lo que significa», añade Fendrich que como el resto de consultados asume que no habrá otro Nadal en la pista, pero que desea que fuera de ella tenga muchos discípulos.