“La commedia è finita”. El Giro dictó su sentencia definitiva, resumen de las parciales. A falta de la última etapa, un paseo, un desfile de honor, de Roma a Roma, la carrera coronó a Tadej Pogacar. Un jalón más en su camino tras la estela de Hinault y Merckx, sus modelos a imitar, sus referentes a perseguir.
Pogacar ganó su sexta etapa tras un trabajo de progresiva demolición de su equipo, el UAE, en una de las mayores demostraciones de potencia colectiva que cabe contemplar. Toda la etapa fue una intensa espera hasta el momento de afrontar la segunda ascensión al Monte Grappa, 18 kilómetros al 8% de media y picos del 15% y el 17%. Una subida tendida, que iba matando despacio, como un veneno paciente, ingerido a pequeñas dosis.
La escapada precoz del día corrió a cargo, bajo la lluvia, de Davide Ballerini y Lorenzo Germani. Se les unieron poco después nueve hombres, entre ellos Andrea Vendrame (el vencedor del viernes) Rubén Fernández y, en su enésima demostración de fuerza y ganas, Pelayo Sánchez. Hicieron camino hasta que, de pronto, abruptamente, se irguió ante ellos el Grappa. Para entonces ya lucía el sol.
En el grupo de delante y en el pelotón trasero, el coloso fue depurando la carrera, preparándola para el segundo y crucial asalto. Lo afrontaron en cabeza Pelayo, Jimmy Janssens y Giulio Pellizzari, que habían dejado a sus exhaustos compañeros de fatigas. La carrera empezó de nuevo cuando Janssens se rindió y Pelayo, que no se rinde nunca, no dio, sin embargo, más de sí. Pellizzari echó a volar, estableciendo una pugna entre él y el resto del mundo, representado por el UAE, que mantenía con la lengua fuera a los restos del pelotón.
Uno tras otro, los hombres de blanco se fueron inmolando al servicio del de rosa. Cuando Majka, el último escudero del rey, expiró, el ángel, el demonio esloveno desplegó, a 5,4 km. de la cumbre, sus alas, a la vez que las de Pellizzari, héroe de 20 años, empezaban a encoger.
Pogacar se lo tragó en cuatro pedaladas y lo abandonó a su suerte en tierra de nadie. Pero el chaval se agarró como una lapa al grupo de quienes peleaban por el podio, disputándose entre ellos los restos del manjar, mientras Pogacar cubría en imperial soledad los 30 km. que quedaban para la meta.
Este Giro ha sido el de un hombre aislado, acompañado solamente por su propia grandeza. Tras él, a un mundo de gestas y minutos, un bloque numeroso de corredores indefinidos. En cierto modo, calcinados por la luz del vencedor, no han existido.