En primavera florecen los campos y las bicicletas. Es el momento del reencuentro con todas las grandes clásicas, menos con el otoñal Giro di Lombardia. Entre finales de febrero, con la aperturista Omloop Het Nieuwsblad, y finales de abril, con la epilogal Lieja-Bastoña-Lieja, el Paraíso terrenal del ciclismo reside en las clásicas. La Decana, pesarosa por las ausencias forzosas de Wout van Aert y Remco Evenepoel, vencedor en 2022 y 2023, pero sie
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Nunca se sabe, y menos con tanta carrera por delante y sujeta a tantos azares y peligros. Pero el Tour ya parece cosa de dos. Y esos dos son Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard. Y viceversa. Dos colosos en la cima conjunta e inseparable de la clase común. Dos enemigos en la fraternidad de las alturas compartidas. Dos rivales irreconciliables en la jerarquía gemela.
El Macizo Central, 211 kms. con 4.350 metros de desnivel, concentrados prácticamente en los últimos 50 kms. contempló la pugna de dos gigantes enfrentados el uno al otro y a sí mismos en la comparación propia con la ajena. Cada cual es quien es y vale lo que vale. Pero la identidad y la valía del uno no son independientes de las del otro.
La segunda etapa más larga de este Tour, una de las cuatro de más de 200 kms., y la más exigente echó a volar desde la salida bajo el impulso de un Richard Carapaz que agitó el pelotón. Que lo zarandeó, contagiándole sus nervios o siendo contagiado por él, y no paró hasta arrastrar consigo a unos cuantos elementos, entre ellos Lazkano y Healy, y formar una escapada de 10 que nunca llegó a adquirir una ventaja más allá de los dos minutos.
En su largo y aplaudible protagonismo, sus componentes no eran nada desde un principio. No significaban nada, a la espera de que los acontecimientos de verdad, los más trascendentes, estallaran con la virulencia de una batalla y la belleza de una danza. De un combate y un baile. En el pelotón se presentía, se mascaba la tensión de una espera impaciente y, al mismo tiempo, temerosa.
Col de Puy Mary Pas de Peyrol, a 36 kms. de la meta. Eminencia de 1.590 metros de altitud, de 5,4 kms. de longitud al 8,1% de media y algún tramo sostenido al 14%. Montaña verde y espesa que, al ritmo de un pelotón cada vez más enflaquecido, se fue tragando a los escapados.
... Y entonces, a 580 metros de la cima, atacó la bestia amarilla. Nadie sobre una bicicleta en este mundo puede resistir tanta potencia en un corredor que cuenta con el motor de una máquina y las alas de ángel. Nadie en ese primer momento. Roglic, desmintiendo su experiencia, lo intentó. No pudo. Vingegaard, que va testando sobre la marcha su forma real, atrapó a Primoz. Más atrás, Evenepoel, que va aprendiendo a pasos agigantados, fue más prudente y subió a su ritmo.
Coronó Pogacar. Vingegaard y Roglic, a 16". Evepeneoel, a 34". Más lejos, Carlos Rodríguez, Ciccone, Adam Yates, Almeida, Landa... Admirables secundarios en una obra y un escenario reservados, en sus primeros papeles y bajo las luces más brillantes, a otros.
Pogacar mantenía medio minuto sobre Vingegaard al acabar el descenso. Pero Vingegaard, recortando metro a metro, jadeo a jadeo, lo alcanzó en el ascenso al col de Le Pertus. Todavía el esloveno se llevó los ocho segundos de bonificación en la cima, por cinco del danés. Descendieron juntos. Y empezaron juntos la última dificultad del día, el col de la Font de Cère.
Para entonces, aunque treparan en comandita y en igualdad de resultados y posibilidades, Vingegaard se había rearmado moralmente y obtenido una ventaja psicológica sobre quien había tratado con todas sus fuerzas de reducirlo, dejando la carrera asomada a la sentencia definitiva.
Coronaron. Bajaron a toda velocidad durante kilómetro y medio. El Tour sólo eran ellos. Afrontaron un repecho final de 800 metros. Se lo disputaron con la lógica avidez de todo triunfo parcial. Pero fundamentalmente con la pretensión de obtener el uno sobre el otro una superioridad anímica.
Estaban en juego muchas más cosas que una victoria de etapa, por importante que fuera. Cualquiera pudo ganar. Lo hizo Vingegaard para rematar por centímetros una jornada en la que le ha dicho a Pogacar que ha vuelto, que está mejor cada día y que, aunque, sí, nunca se sabe, esto es una cosa de dos, no de uno. De lo dos de los últimos cuatro años.
Evenepoel llegó a menos de medio minuto. Roglic, que se cayó, a menos de uno. Están aún ahí. Pero lejos...
Hoy llega la Vuelta a los Lagos de Covadonga. La clasificación general la encabeza un sorprendente australiano, Ben O'Connor. Aunque cuarto en el Tour2021 y el Giro2024, al comienzo de la carrera nadie lo colocaba entre los favoritos. Una cabalgada en solitario en la quinta etapa en medio de la confianza o el despiste del grupo de ilustres lo situó en cabeza de la general con 4:51 de ventaja sobre el segundo, Primoz Roglic.
Las etapas posteriores contemplaron cómo Roglic le iba limando tiempo hasta, en vísperas de los Lagos, dejar la diferencia en 1:03. Otros aspirantes también se le habían acercado. Hoy O'Connor, heroico pero inestable, está condenado, se augura que perderá la carrera en la última semana de pasión.
Aunque tal vez no. La historia de la Vuelta registra casos de ciclistas más o menos corrientes que, enfrentados a situaciones excepcionales, se comportaron del mismo excepcional modo. La carrera recuerda al francés Éric Caritoux en 1984 y al italiano Marco Giovannetti en 1990.
Curiosamente, la etapa en la que se coronó O'Connor empezaba en Jerez de la Frontera, donde Caritoux, en aquel 1984, en la habitación del hotel, maldecía entre dientes al darse cuenta, al abrir la maleta, de que había olvidado las zapatillas. Las malditas prisas. El equipo Skil había recordado a última hora que estaba obligado por contrato a participar en la Vuelta, y, precipitadamente, reclutó como pudo a nueve hombres. No estaba entre ellos el líder del equipo, Sean Kelly, que se hallaba disputando las clásicas (y ganando algunas). Caritoux, su gregario de cámara, se encontró poco menos que al frente del grupo. Haría lo que pudiera.
O sea, nada. O casi. A los 23 años, sólo reunía cuatro victorias; la más importante de ellas, una etapa de la París-Niza. La Vuelta no era un bocado a su alcance. El equipo cubriría el expediente, y a otra cosa. Pero he aquí que, tras una semana de etapas llanas, en la que finalizaba en Rasos de Peguera, atacó Eduardo Chozas e hizo pedazos el pelotón. Lo atraparon Alberto Fernández y Caritoux, que se sintió muy bien y soltó al español, que fue sobrepasado por un trío en el que figuraba Pedro Delgado, que se vistió de líder con su primer jersey amarillo.
Lo perdió en, también curiosamente, Covadonga, donde ganó Reimund Dietzen, y pasaría a manos del inesperado Caritoux, que ya no lo soltó. Fernández ascendió al segundo puesto, a 32 segundos del francés. Ni en etapas posteriores ni en la sierra de Madrid-Segovia pudieron Delgado y Fernández con él.
Alberto estaba entonces a 37 segundos. Era un buen contrarrelojista y en la penúltima etapa, la crono de Madrid, de 33 kms., depositó sus esperanzas. Le sacó 31 segundos al francés, que acabaría con seis de ventaja, todavía la menor diferencia registrada en la Vuelta entre el primero y el segundo. Fernández se mataría en diciembre, junto a su esposa, en un accidente de tráfico cuando regresaba desde Madrid, donde había recogido el trofeo al mejor ciclista español del año.
Giovanneti pedalea en una etapa de la Vuelta.MARCA
Giovannetti no tenía más pedigrí que Caritoux. Es cierto que entre 1986 y 1989, incluidos, había coleccionado dos sextos puestos y dos octavos en el Giro. El clásico corredor fiable, pero sin brillo. No era un ganador. Su historial de triunfos se reducía a una etapa de la Vuelta a Suiza. Los equipos españoles Banesto (Miguel Indurain, Pedro Delgado, Julián Gorospe) y ONCE (Pello Ruiz Cabestany, Anselmo Fuerte, Marino Lejarreta) estaban tan preocupados por vigilarse entre sí que no advirtieron que Giovannetti, tras la sexta etapa, era segundo, a 25 segundos de Gorospe.
En el undécimo asalto, el que concluía en la estación de esquí de San Isidro, en la frontera astur-leonesa, Gorospe flaqueó. Lejarreta, que había roto las hostilidades, se había caído a 60 kilómetros de meta. La etapa la ganó Carlos Hernández (Lotus-Festina). Pero Álvaro Pino (Seur) había llevado a su compañero Giovannetti hasta el liderato.
Y ya no lo abandonó. Ni en el Naranco. Ni en la cronoescalada de Valdezcaray. Ni en Cerler. Ni en la contrarreloj de Zaragoza. Ni en la sierra segoviana, pese a los esfuerzos frenéticos de Delgado. Al día siguiente, el italiano desfiló de amarillo por Madrid y coronó un podio con Delgado a 128" y Anselmo Fuerte a 148".
Sin más emociones
Giovannetti y Caritoux no lograron nada parecido en años posteriores. Ambos fueron campeones nacionales (el francés dos veces) y Giovannetti fue tercero en el Giro en ese mismo 1990.
Conseguiría también buenos puestos en la corsa rosa. Pero terminaría su vida profesional con cuatro victorias. Caritoux, con 13. La flamígera gloria, esa yegua hermosa y salvaje, había pasado una vez por su lado. Se subieron a ella en marcha, se aferraron a sus crines, la domaron y luego, exhaustos, derribados pero victoriosos, la vieron perderse galopando en dirección a otros.
En Xiamen (China), en un estadio imponente, con una gran entrada, arrancó el gran circuito del mejor atletismo: la Liga de Diamante. Buenas marcas para empezar la temporada. Especialmente los 33.05, récord mundial de Karsten Warholm en los 300 metros vallas. Una prueba no olímpica que no se programa casi nunca, pero que ofreció una insoslayable referencia para los 400 vallas.
El noruego, decidido, sin un titubeo entre los obstáculos, con una energía total y uniforme, con la misma fuerza en el último metro que en el primero, realizó 33.05. Rompió su propio récord de 33.26, que databa de junio de 2021. Si en abril ha hecho esos 33.05, se puede esperar cualquier "barbaridad" en los 400 vallas, cuando el verano alcance su esplendor.
También fue noticia, en el salto con pértiga, naturalmente, Armand Duplantis. Doble y no del mismo signo. Victoria, como era de esperar del fenómeno sueco que, después de tres brincos (5,62, 5,82 y 5,92), ya había ganado la prueba. Pero falló en sus tres intentos en 6,01. Que "Mondo" no supere los seis metros es la auténtica noticia. Reciente Premio Laureus, seguramente acusó tanto trajín social y el largo viaje a China.
En otra prueba no habitual, los 1.000 metros, hubo también un intento de récord del mundo. La keniana Faith Kipyegon se quedó cerca, con 2:29.21, de la vieja, resistente plusmarca de la rusa Svetlana Masterkova (2:28.98 de 1996). Solamente el sudafricano Akane Simbine (9.99) bajó de los 10 segundos en los 100 metros, con viento inexistente, en una prueba con, sin embargo, un gran elenco: Ferdinand Omanyala, Christian Coleman, Letsile Tebago...
Otros vencedores fueron Bayamo Ndori (Botswana) en los 400 metros (44.25), Mingkun Zhang (China) en el salto de longitud (8,18), Beatrice Chebet (Kenia) en los 5.000 (14:27.12), Danielle Williams (Jamaica) en los 100 vallas (12.53), Yaroslava Mahuchikh (Ucrania) en el salto de altura (1,97) y Valarie Allman (USA) en el lanzamiento de disco (68,95).
Había tres españoles en liza. Quique Llopis fue sexto (13.36) en los 110 vallas dominados por el estadounidense Cordell Tinch (13.06). El gran tirano de la disciplina, Grant Holloway tuvo problemas en la octava valla, se dejó ir entonces y terminó décimo y último con unos impropios 13.72.
Dani Arce, en los 3.000 obstáculos, ha empezado bien el año con un décimo puesto y, sobre todo, una marca prometedora (8:11.64), no tan lejos del vencedor, el etíope Samuel Firewu (8:05.61) y el marroquí Soufiane El Bakkali (8:06.66). Por su parte, Yulenmis Aguilar acabó séptima en el lanzamiento de jabalina (58,80), sentenciado con 64,75 por la griega Elina Tzengko.
La Liga de Diamante se extenderá durante 15 estaciones hasta los días 27 y 28 de agosto, con las finales en Zúrich y antes del Mundial de Tokio, a mediados de septiembre. Próxima cita, también en China, el 3 de mayo.