Nacido en Las Burgas (Orense) el día de Nochebuena de 1947, Miguel Ángel, otra de las víctimas de la ELA (¡él, un prodigio de agilidad y flexibilidad!) ha muerto dejando una huella profunda en el catálogo histórico de los porteros españoles. También de los del Real Madrid. Dentro de la imposibilidad de establecer comparaciones totalmente objetivas a lo largo del tiempo y sus transformaciones aparejadas, podríamos considerarlo entre los 10 o 12 mejores guardametas del santoral blanco. Forma con Buyo y Agustín el terceto de grandes porteros gallegos del club.
Actualmente, en una época en la que si un portero no mide al menos 1,90 se le mira con reservas, Miguel Ángel (1,74) no hubiera llegado, quizás, a hacer una gran carrera en el fútbol profesional. Bien es verdad que, en su tiempo, los futbolistas, no sólo los porteros, no eran tan altos como hoy. Pero, incluso en ese caso, Miguel Ángel (González Suárez) no era entonces un guardameta de talla elevada.
Lo compensaba con otras virtudes. Especialmente con una extraordinaria, sí, agilidad, que le granjeó el recurrente apodo de El Gato (como, más adelante, Ablanedo, otro portero de escasas dimensiones físicas). Consciente de su estatura, no solía abandonar el marco en los balones aéreos. Pero en él, cobijado por los tres palos, mostraba unos reflejos felinos. Difícilmente superable en ese escueto escenario, era, en resumen, en conjunto, un formidable portero que empezó en el baloncesto y no el balonmano, como suele creerse, rápidamente, desde la Agrupación Deportiva Couto, saltó a Chamartín (el Madrid se adelantó al Celta) en 1966. Topó entonces en la plantilla con Betancort y Junquera, y el club lo cedió un año al Orense y otro al Castellón.
Regreso a Madrid
Regresó al Madrid, no sin antes pasar por el servicio militar. Y entonces tropezó con Miguel Muñoz, que no confiaba en aquel “saltimbanqui” (así lo definió). La eme de Miguel Ángel no casaba con la de Muñoz, que, sin embargo, rectifica y, al año siguiente, le otorga una titularidad que el bigotudo (una seña no permanente pero sí frecuente de identidad) arquero no llega a disfrutar del todo a causa de una lesión. El cese de Muñoz trae a la vida de Miguel Ángel dos emes favorables: la de Molowny y la de Miljanic.
Conoce entonces Miguel Ángel su mejor época y accede a la internacionalidad. Vestirá 18 veces la camiseta de la selección y acudirá a los Mundiales de Argentina’78 y España’82. En Argentina fue titular. En España le cerró el paso Arconada. La llegada de Vujadin Boskov al banquillo del Madrid, sustituyendo al “apagafuegos” Molowny, que había, a su vez, reemplazado a Miljanic, lo separó de una titularidad que, a tenor de las lesiones de ambos, venía alternando con García Remón, dos años más joven. Algunos enfrentamientos personales con Boskov lo llevaron a un apartamiento de 45 días de la plantilla y la pérdida de la capitanía.
Cuando Boskov dimitió, llegaron al banquillo Di Stéfano, Amancio y, en su “enésima” interinidad, Molowny. Al finalizar la temporada 84-85, la carrera de Miguel Ángel se apagó sin mayores sobresaltos y con su gloria intacta después de 346 partidos de blanco y la conquista de ocho Ligas, cinco Copas, dos Copas de la UEFA y una Copa de la Liga. Siguió en el club. Fue delegado del primer equipo y director de la antigua Ciudad Deportiva. A lo largo de su vida, pues, pocos madridistas tan… madridistas.