El resplandor del récord del mundo de los 400 vallas femeninos cegó París. Sydney McLaughin incendió la noche. Pero hubo más cosas. Entre ellas el triplete de los estadounidenses en los 200. Es decir, se clasificaron uno detrás de otro. Pero ninguno en primer lugar, dominados nítidamente por un Letsile Tebogo (Botswana) que, en su brillo, se permitió el lujo de relajarse al final y, pese a ello, realizar 19.46 y mejorar su tope personal de 19.50.
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Tadej Pogacar, a cuyo alrededor ha gravitado la entera temporada, cerró la suya con su quinto triunfo consecutivo en el Giro di Lombardia. Nadie ha sometido de ese modo a la reina otoñal de los Monumentos. Coppi también la sedujo cinco veces, pero no seguidas. Asimismo, nadie ha hecho podio en una misma campaña en los cinco Monumentos. Pogajar ganó el Tour de Flandes y la Lieja-Bastoña-Lieja, y fue segundo en la París-Roubaix y tercero en la Milán-San Remo. Lombardia ha sido su vigésima victoria del año y la 108 de su carrera. Y su décimo monumento.
Cuando compite, Pogacar ofrece algo muy parecido a una certeza que comienza por una frecuencia, prosigue con una costumbre y desemboca en una rutina. La carrera discurría con una cierta apacibilidad, en el sentido de que no ofrecía altibajos o sobresaltos, como si aguardara a que el esloveno tomase la iniciativa dónde y cómo decidiera. El UAE controlaba con Pogacar a rebufo.
Una escapada desde la mismísima salida con 14 hombres (Simmons, Matthews, Bilbao, Ganna, Vervaeke...) se había ido desgastando y perdiendo efectivos en el curso del trayecto de 241 kms., con 4.500 metros de desnivel, a lo largo de las sucesivas cotas, cortas y duras: Madonna del Ghisallo, Roncola, Berbenno... Entre unas y otras había también muritos, muretes y toboganes. Un infierno en un paraíso otoñal de bosques verdes, ocres, amarillos y rojos.
El UAE (Novak, Majka, en su última carrera profesional, Yates, Vine, Sivakov, Del Toro) seguía controlando, con Pogacar, abrigado tras su gente. En la Crocetta, Quinn Simmons, que había sido el alma de la fuga, iniciándola y sosteniéndola, dejó a sus compañeros. Y entonces la carrera se organizó con Simmons, bigotudo, patilludo, melenudo, campeón de Estados Unidos, "hippy" tardío, con el maillot recamado de estrellas, haciendo todo lo posible para que, cuando atacase Tadej, dispusiera de alguna ventaja que le concediese alguna oportunidad.
No la tuvo con todavía por delante la Zambla Alta (9,8 kms. al 3,3% de porcentaje medio) y La Ganda (9,6 al 7,1). Por detrás, Majka se entregaba a morir. Y moría. Lo reemplazaba Vine en el martirio. Y se inmolaba. Landa, que galleaba, humillaba de golpe la cresta. Y Roglic. Y Alaphilippe. Y Bernal. Y Pidcock. Y Carapaz (que se iría al suelo luego)... Quedaron aislados en vanguardia Pogacar, Evenepoel, Del Toro, Storer y los 19 años recién cumplidos de Seixas.
Y, de pronto, ¿dónde? Qué más da. ¿Subiendo o bajando? Es lo mismo. ¿En recta o en curva?. No importa. Súbitamente, donde fuera, estalló la tempestad de un solo hombre. Del único hombre posible. De un solo trueno. De un solo rayo. De Tadej Pogacar. Quedaban 36,6 kms. para la llegada. Pogi aceleró con esa su brutal suavidad. Evenepoel, que, escarmentado, ya ha aprendido todas las lecciones, ni lo intentó. Se hubiera abrasado a cambio de nada, a costa de gastar inútilmente unas energías que iba a necesitar más tarde.
Pogacar, por delante de Evenepoel, durante la prueba.MARCO BERTORELLOAFP
...Y todo había acabado antes de acabar. Pogacar volaba, ángel con alas blancas: casco blanco, culote blanco, calcetines blancos, zapatillas blancas, bicicleta blanca y jersey blanco pintado de arcoíris como adorno colorista del cielo impoluto de toda victoria. Pogacar gana por aplastamiento con una sonrisa que endulza el esfuerzo y lo infantiliza.
Evenepoel, coloso secundario, fue otra vez segundo. Lo celebró. Ya que vencerle es una quimera, escoltar a Pogacar es un privilegio. Michael Storer fue un tercero doblemente feliz.
...Y de pronto, en medio de la monotonía, a 12 kms, de la meta, cuando el pelotón aún no se había desperezado para preparar el sprint, Lutsenko hizo el "afilador" en una mediana. Arrastrados por él, bastantes hombres dieron con sus huesos en tierra. Notoriamente Roglic, que, a su pesar, va forjándose una desdichada leyenda de ciclista maltratado por la cara amarga de la casualidad.
Con el hombro derecho enrojecido, con toda esa zona, espalda, costado, dañada, llegó, en compañía de sus "coéquipiers", y con el rostro impasible de la resignación suprema, a casi dos minutos y medio de Biniam Girmay, quien, con su tercera victoria, daba buena cuenta de toda la nómina de velocistas. No estaba entre ellos Jakobsen, que había abandonado. También, enfermo, Pello Bilbao.
Tras la tempestad entre la realeza y la alta nobleza del Tour en la undécima etapa, llegó la calma en la duodécima, otra de más de 200 kms. (204), entre Aurillac y Villeneuve Sur-Lot. Uno de los dos días de reposo activo antes de los Pirineos, un par de etapas tremendas el sábado y el domingo, sobre todo el domingo, con cuatro puertos de primera y uno de categoría especial.
Antes de la caída de Roglic, en la que también se vieron envueltos Van der Poel y, entre los nuestros, García Pierna, no ocurrió casi nada. Previamente a ese percance y al sprint, sólo hubo que registrar el movimiento inicial y único de la escapada de Valentin Madouas y Quentin Pacher (Groupama), Anthony Turgis (Total Energies) y Jonas Abrahamsen (Uno-X Mibility). No se sabe muy bien qué pretendían los tres primeros en una etapa destinada al sprint final. Pacher y Turgis, quizás, su primera victoria profesional.
Por su parte, Abrahamsen, el corredor que hasta el momento ha acumulado más kilómetros en fuga, ha ido haciendo durante toda la carrera: puntuar en los puertos de tercera y cuarta. Es casi grotesco ver encabezar la montaña (de momento) a un corredor corpulento, macizo, de caderas anchas, culón. Pero está aprovechando muy bien las "tachuelas" para hacerse ver y adquirir un protagonismo legítimo.
La escapada, de la que acabó descolgándose Turgis después de la última cota, expiró a 41,7 kms. de la meta. Llegó a disponer brevemente de una máxima ventaja de 3:40. Pero nunca tuvo oportunidad alguna de llegar a buen puerto.
Aunque amodorrado, el pelotón iba rápido. Pero en las etapas predominantemente llanas, con carreteras anchas de buen piso, con tiempo agradable, sin viento en contra y con estas bicicletas tecnológicamente avanzadísimas, ir, digamos, a 45 por hora no tiene mayor dificultad. Son velocidades que se alcanzan por pura inercia.
El grupo principal se desperezó a siete kilómetros de la llegada. Afrontó los últimos y rectos metros con los sprinters rasgando a máxima potencia el aire. Girmay emergió de entre ellos, y otra vez de entre sus propias dudas de los últimos meses, para certificar una victoria clara de piel oscura. Tan clara como la clase de Roglic. Tan oscura como su suerte.
Fue todo lo terrible, apasionante y trascendente que se esperaba, que se deseaba, que se temía. Incluso más. El sterrato sembró el pánico, causó destrozos y convirtió la etapa en un infierno sin paliativos para los corredores y en paraíso para Wout van Aert, vencedor de la etapa, e Isaac del Toro, nuevo líder. Ayuso perdió 1:07.
Desde el primer tramo, entre la niebla polvorienta, irrespirable, el sterrato pedregoso, a unos 70 kms, de la meta, puso la carrera patas arriba y la dejó hecha jirones. En el segundo se produjeron caídas en curvas traicioneras. Entre ellas la de Roglic. No llegó a caer Ayuso. Pero en la barahúnda puso pie a tierra y algo le rozó en la pierna, que tenía sangre. Roglic sufrió luego un problema mecánico y se vio obligado a cambiar de bicicleta.
De todos esos esfuerzos, de todos esos percances, de todas esas desdichas, de todas esas glorias, con los hombres sufriendo, rebozados en polvo pegado al sudor, emergieron en última instancia, entre los gemidos de unos y los estertores de otros, colosos entre colosos, Del Toro y Van Aert. Habían dejado tirados, deshechos, vacíos, en el último sector de tierra, el Colle Pinzuto, dos kilómetros y medio con una pendiente máxima del 15%, a Egan Bernal y Mathias Vacek, que se uniría al grupo de Ayuso, los Yates, Ciccone, Carapaz, McNulty, Tiberi... Más atrás, el de Roglic, que renueva su triste leyenda de ciclista infortunado. Su enorme historial todavía podría ser mayor.
La cabalgada de Del Toro, siempre tirando en salvaje persecución del rosa, y Van Aert, sólo interesado en una etapa destinada a resucitarle, ofreció toda la belleza que puede deparar el mejor ciclismo posible. En las inclementes rampas finales, en parte empedradas, que desembocan en la Piazza del Campo de Siena, en el Muro de Santa Caterina, recuperó Van Aert su condición de gigante y adquirió Del Toro, a sus 21 años, la de aspirante a ganar el Giro y, en el futuro, todo lo que se le enfrente.
Ahora está a 1:13 por delante de Ayuso, su jefe; Roglic queda a 2:25. El UAE se enfrenta a un dilema. El español no se halla tan lejos y su retraso ha venido en parte como consecuencia de una desgracia. Pero el mexicano ofreció una demostración deslumbrante de poderío. Es un corredor muy completo y sus opciones de llevarse la carrera han aumentado exponencialmente. Después del descanso del lunes, la contrarreloj del martes disipará algunas dudas.