Singapur, el país donde está prohibido mascar chicle en la calle y que retiene a una pareja española de luna de miel por protestar contra Peter Lim

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En Singapur ahorcaron en agosto a un hombre de 59 años que había sido detenido por traficar con 35 gramos de heroína. Fue la segunda ejecución en menos de una semana y la tercera vez que este año una persona terminaba en la horca. A principios de 2023, dos singapurenses fueron ejecutados después de ser condenados a pena de muerte por posesión de menos de dos kilogramos de cannabis. La próspera ciudad-estado del Sudeste Asiático cuenta con uno de los corredores de la muerte más temibles del mundo para los narcotraficantes.

Pasear por Singapur mascando chicle, que está prohibido, puede acarrear una multa hasta 10.000 dólares singapurenses, que al cambio son alrededor de 7.000 euros. También hay multas, incluso penas de prisión, por utilizar sin permiso el Wi-Fi de otra persona, por fumar cigarrillos o usar vapeadores en la mayoría de lugares públicos, por no tirar de la cadena en los baños públicos y por dar de comer a las palomas en los parques.

Singapur presume de una extraordinaria historia de éxito: la pequeña y pobre isla de cinco millones y medio de habitantes que se convirtió en uno de los centros financieros más prósperos y caros del mundo.

Es incuestionable el llamado “milagro económico” gracias a las reformas que atrajeron grandes inversores, que transformaron un estratégico puerto comercial y manufacturero en un centro también de innovación, y la apertura de puertas a los trabajadores migrantes que resolvieron la escasez de mano de obra.

Aunque trate de venderse al exterior como una democracia, Singapur opera como un país autoritario donde se reprime la libertad de prensa y con el poder político y económico concentrado en un selecto club -casi todos hombres mayores que se enriquecieron con el rápido desarrollo de la nación- que se ha movido bajo la protección de la familia Lee, la dinastía de gobernantes que construyeron el Singapur moderno tras la independencia de Gran Bretaña en 1965.

Para saber más

Esta semana, el foco mediático de España se ha puesto sobre el Singapur pulcro y severo que cuenta con una serie de normas sociales que apenas dan respiro a la libertad de expresión. Un matrimonio de valencianos recién casados, Daniel Cuesta y Mireia Sáez, están retenidos sin pasaporte en el país porque el marido tuvo la ocurrencia de pasearse con una pancarta contra el magnate Peter Lim, máximo accionista del Valencia Club de Fútbol, y por colocarle una pegatina en la puerta de lo que pensaba que era un hotel de propiedad de Lim, pero que en realidad se trataba de un bloque de lujosos apartamentos donde reside el singapurense.

Lim es uno de los empresarios más reconocidos de Singapur, intocable entre las élites, y con una historia personal que ha enganchado a sus compatriotas: el millonario de cuna humilde, hijo de una ama de casa y de un pescadero, que logró levantar un imperio y ahora es un filántropo idolatrado que invierte muchos millones en una fundación que ayuda al desarrollo de jóvenes atletas.

Daniel, muy aficionado al Valencia, club del que Lim se hizo cargo en 2014, y Mireia, quien grababa a su marido paseando la pancarta contra Lim por todos lados (“Lim go home”, se podía leer), estaban en Singapur pasando su luna de miel e iban a salir hacia Bali cuando fueron detenidos el pasado viernes en el aeropuerto.

Singapur, donde las organizaciones de derechos humanos critican con frecuencia la represión contra activistas y periodistas independientes, mantiene restricciones muy estrictas respecto a manifestaciones en lugares públicos y una ley de vandalismo que castiga con hasta penas de prisión o multas que pueden superar los 1.000 dólares “dañar o colgar objetos en una propiedad privada sin consentimiento del propietario”.

En el caso del valenciano Daniel, que ya ha declarado ante las autoridades, debería ser el Ministerio Fiscal del país asiático el que lo acuse formalmente de la comisión de un delito y fije la correspondiente multa.

kpd