En el último punto de la final del Open de Australia, la bielorrusa Aryna Sabalenka gozaba de cuatro bolas para cerrar su victoria, para asegurarse su segundo título consecutivo en Melbourne, y empezó a hacer cosas raras: dobles faltas, golpes imprecisos, prisas, nervios. Sólo a la quinta llegó la vencida. En esos instantes, por unos momentos, fue la Sabalenka de antes, demasiado joven, una tenista inmadura. Pero finalmente se impuso, por 6-3 y 6-2 ante la china Zheng Qinwen en una hora y 16 minutos de juego, y confirmó su figura actual: frente al dominio de la polaca Iga Swiatek, ahora está ella, preparada para la gloria.
A sus 25 años en el Open de Australia pasó por encima de todas sus rivales sin ceder ni un solo set y con apenas ocho horas sobre la pista. Pese a enfrentarse a rivales como la checa Barbora Krejcíkova o la estadounidense Coco Gauff, ambas ganadoras de Grand Slam, nadie pudo pararla ni acercarse a hacerlo.
Con su tenis directo, durísimo, potente, Sabalenka no concedió ninguna opción a Qinwen en una final sin historia. La china dudó, lógico a sus 21 años, lógico en su primera final de Grand Slam, y cuando quiso reaccionar ya era tarde. Su única oportunidad, de hecho, llegó demasiado pronto: en el primer set, ya 2-0 abajo, Qinwen tuvo tres bolas de break (0-40) y las desaprovechó. El resto fue un espectáculo de golpes de Sabalenka, firme y decidida hasta ese punto final en el que le alcanzaron los nervios.
Semifinalista en los cuatro Grand Slam el año pasado, este 2024 parece el año de su confirmación, incluso de su ascenso al número uno del ranking WTA.
Un "¡Ooooooh!" de asombro persigue a Carlos Alcaraz en la pista 1 de Wimbledon. Una bola a la que no llegaba acaba en alguna línea del rival, saca como los mejores sacadores y baila frente a la red, donde inventa dejadas y contradejadas. Divierte y se divierte. Es el tenis con el que acaba de ganar Roland Garros, el que le llevó a celebrar aquí hace un año ante Novak Djokovic. A lo largo de la historia, pocos han jugado así.
Pero de repente cambia la banda sonora: sin motivo aparente, un "Oh, oh" estupefacto rodea a Alcaraz en el All England Club. Sus golpes pierden el sentido, empiezan a sucederse los fallos e incluso concede un break con una doble falta. El español se ha marchado del partido. Son los despistes que le perjudican de tanto en cuando, las desconexión que trabaja por esquivar. Pese al paracaídas que supone jugar a cinco sets, el riesgo es alto. Al final, el entusiasmo se impone al pasmo.
Este miércoles, Alcaraz derrotó a su propia distracción y destapó su mejor tenis para vencer al australiano Aleksandar Vukic por 7-6 (5), 6-2 y 6-2 en una hora y 48 minutos de juego y clasificarse para tercera ronda de Wimbledon, donde se enfrentará el viernes al estadounidense Francis Tiafoe, coetáneo y colega. Hace dos años, de hecho, ambos protagonizaron una semifinal eléctrica del US Open.
"Jugamos un muy buen partido en Nueva York, será un partido difícil porque Francis tiene un juego muy bueno para hierba. Saca muy bien, volea, se desplaza. Será un verdadero desafío, voy a por él", comentaba Alcaraz al acabar un encuentro de segunda ronda que consideraba muy importante en su progresión: "En el tie-break del primer set he podido crecer y encontrar mi juego".
Su mejor-peor partido
Fue el mejor partido de Alcaraz en lo que va de cortísima gira de hierba y, al mismo tiempo, sus peores minutos. En el segundo y tercer set, fue un vendaval ante el que Vukic salió volando. El australiano, de saque y derecha potente, desprovisto de otros recursos -evitaba a toda costa pegar de revés-, había afinado al máximo sus golpeos hasta entonces, pero Alcaraz respondió a su fuerza con fuerza y, además, desplegó su magia. El resultado dejó datos avasalladores: en el segundo set, por ejemplo, el español sólo cedió un punto con su saque.
El duelo, en realidad, se había resuelto en el tie-break del primer set. Alcaraz saltó a la pista 1 de Wimbledon muy centrado, dispuesto a convertir la ronda en un trámite, pero con todo a favor, 5-1 y saque para cerrar el set, cambió de actitud. No fueron nervios, temblores, ni mucho menos dolores, fue un descuido del que le costó regresar. Sólo cuando Vukic servía para llevarse el periodo (5-6) y se le complicaba el partido, incluso el Grand Slam, el español despertó. Desapareció ese "Oh oh" estupefacto, volvió el "¡Ooooooh!" de asombro y Alcaraz se llevó así una victoria esencial en su camino.
Alcaraz mira a Nadal: "¡Vamos!". Nadal mira a Alcaraz: "¡Vamos!". Alcaraz mira a su equipo: "¡Vamos!". Nadal mira a su equipo: "¡Vamos!". Los equipos de ambos les miran: "¡Vamos!". Y así una y otra vez, una y otra vez, "¡Vamos!", "¡Vamos!", "¡Vamos!". En su camino en estos Juegos Olímpicos, Carlos Alcaraz y Rafa Nadal pueden encontrarse parejas más habituadas al dobles, duplas de auténticos especialistas, pero es imposible que se topen con dos tan firmes, tan animados, tan lanzados.
Pese a su inexperiencia en el juego de dos, Alcaraz y Nadal son favoritos al oro en estos Juegos Olímpicos de París por esa actitud tan propia que les ha llevado a, cada uno por su lado, reunir 26 títulos de Grand Slam en sus vitrinas. En su próxima ronda, los cuartos de final, se encontrarán con los estadounidenses Austin Krajicek y Rajeev Ram, dos veteranazos que han ganado cinco 'grandes' en dobles -por separado-, pero a ver cómo les hunden. Después de cada error, un aliento y después de cada acierto, un grito. "¡Vamos!", "¡Vamos!", "¡Vamos!" y luego "¡Vamos!", "¡Vamos!", "¡Vamos!".
Luego está el tenis. Si en la primera ronda de estos Juegos, Alcaraz estuvo nervioso, muy nervioso, en la segunda ronda de este lunes contra los neerlandeses Tallon Griekspoor y Wesley Koolhof le encontró al punto a eso de jugar junto a su ídolo, con todo lo que implica. Tranquilo como en sus partidos de individuales y sin ninguna muestra de dolor en el muslo derecho, el más joven de la pareja tomó el control para cerrar la victoria por 6-4, 6-7(2) y 10-2 en el super tie-break en dos hora y 21 minutos.
El control de Nadal y los golpes de Alcaraz
En el día más caluroso de lo que va de año -o de siglo- en París, Alcaraz y Nadal lograron sufrir poco con su saque -tres bolas de break concedidas- y esperar pacientes a su mano para quebrar el servicio de los rivales una vez por periodo y llevarse el triunfo. Como ya demostró en el torneo individual ante Alcaraz, Griekspoor es buen pegador, bueno en el saque, bueno desde el fondo, y Koolhof es un experto en dobles así que el éxito no era sencillo. El encuentro se decidió en dos momentos y en éstos brilló Alcaraz. En el primer set, una derecha cruzadíma le entregó el periodo a la pareja española. Y en el super tiebreak, dos saques y dos remates que lo decidieron todo
Nadal, dispuesto, incluso veloz, recuperado de sus esfuerzos recientes, ponía control y experiencia en la red, pero Alcaraz era el que resolvía en la mayoría de casos. El vencedor de 22 Grand Slam, de hecho, es consciente de esa máxima y de ahí sus acciones: pese a la diferencia de edad, en los intercambios tácticas, el veterano suele escuchar al joven y no al revés. Cuando Nadal tomaba el mando era en los momentos delicados, como cuando Griekspoor y Koolhof forzaron el super tie-break, para impedir que el ánimo de Alcaraz decayera. "No pasa nada, va", y todos arriba. De entrada, en esa muerta súbita, un 5-0, el dominio de la situación, y luego "¡Vamos!", "¡Vamos!", "¡Vamos!" y "¡Vamos!", "¡Vamos!", "¡Vamos!".
Rafa Nadal podría haber borrado su nombre de los Juegos de París, podría haberse apartado, incluso podría haberse retirado. Desde que volvió a las pistas este año después de una grave lesión, su cuerpo no es el que era, su tenis no es el que era y además últimamente arrastraba nuevos dolores en el muslo derecho. Si antes de su debut el sábado en el cuadro individual hubiera anunciado que nada, que imposible, que era incapaz de jugar, ¿quién le hubiera reprochado nada? 22 Grand Slam, 14 de ellos aquí en Roland Garros, un sinfín más de éxitos y, entre ellos, dos oros para España, tanta gloria olímpica. Ya lo ha ganado todo, ya no queda nada por ganar. Y sin embargo Nadal quiso jugar en la Philippe Chatrier una vez más. Y sin embargo quiso pelear una vez más.
Antes de su debut el sábado ante Marton Fucsovics ya sabía que este lunes se encontraría con Novak Djokovic, el rival de su vida, el que le discute el título del mejor de la historia. En momentos muy distintos de su carrera, Djokovic aún en plenitud y Nadal en declive, existía el riesgo de sufrir una derrota como la que sufrió este lunes, 6-1 y 6-4 en una hora y 46 minutos. El español lo sabía. Y sin embargo quiso jugar. Y sin embargo quiso pelear.
¿Por qué? Por el mismo motivo por el que Nadal logró todo lo anterior: la ilusión, la ambición, la motivación. Alrededor de Nadal estos meses existe un análisis que se resume así: ¿por qué no lo deja ya? No es una falta de respeto, ni mucho menos una ofensa, es una conclusión lógica: el dolor ya no tiene sentido, no hay nada más arriba del cielo. Pero lo que no recuerdan quien lo sustentan es que, con esos mismos argumentos, Nadal ya tendría que haberse retirado antes, muchísimo antes.
Un homenaje a ambos
Por ejemplo, cuando a los 18 años le dijeron que sufría el síndrome de Müller-Weiss y que por eso le dolía el pie izquierdo como un demonio. O por ejemplo en 2012 cuando se rompió la rodilla izquierda y tuvo que estar recuperándose una temporada entera. La carrera de Nadal fue, es y será lo que fue por su resistencia -su valentía, su cabezonería, se mire como se mire- y por eso este lunes se enfrentó a Djokovic en desventaja.
Tenía que hacerlo y lo hizo. Con el simple hecho de saltar a la pista Nadal honró la leyenda de Nadal en la tierra batida de París y luego, en el segundo set amplió ese homenaje: siempre en pie, siempre, siempre. Su problema fue que Djokovic hizo lo mismo. Pese a la diferencia entre ambos, el serbio no concedió ni un centímetro a Nadal durante la primera hora de juego, implacable al resto, con una velocidad de bola vertiginosa, acertadísimo con sus golpes y se abalanzó sobre la victoria. En el primer set el español salvó la honra -nunca en su carrera ha recibido un 6-0 de Djokovic y sólo uno de Roger Federer- y en el segundo optaba al mismo botín humilde cuando algo ocurrió.
Djokovic festeja su pase a tercera ronda.AFP
Con 6-1 y 4-0 en el marcador, Djokovic olvidó que delante estaba Nadal u olvidó quien era Nadal. Y pagó el despiste. Con el serbio confiado, el 14 veces campeón sobre esta arcilla empezó a correr, a golpear, a acertar y, claro, empezó a remontar. En un partido en el que sufrió mucho con las dejadas, de repente llegaba a todas. En un partido en el que acumuló 19 errores no forzados, de repente no fallaba una. Nadal no había disfrutado de una sola bola de break hasta entonces y de manera consecutiva quebró dos veces el saque de su adversario. Del 4-0 al 4-4. Pero Djokovic, después de un descanso en el que respiró profundo, se serenó y retomó el control, recuperó su tenis para cerrar el partido y cerrar la rivalidad ante ambos.
Por todos los males que arrastra Nadal la lógica impone que no se volverán a encontrar y si lo hacen será en unos años en un partido de exhibición entre leyendas por el que alguna plataforma audiovisual o algún régimen dictatorial pagará una millonada. Pero si alguna cosa ha demostrado Nadal en los últimos es que llevará su ilusión, su ambición, su motivación mucho más allá de los límites.