Un Real Madrid pobre y con cerrojo italiano no mereció ganar ante la Real Sociedad. Pero otra vez encontró un tesoro, lo enterró en su propia área hasta la extenuación y logró tres puntos más que dudosos.
Ancelotti seguro que se protege por haber salido con un equipo suplente, pero no tiene salvación y es lamentable haber jugado con tres jugadores menos el mayor tiempo del encuentro. En mi opinión fue absolutamente grotesco.
Los tres ex-futbolistas
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LaLiga EA Sports
LUIS NÚÑEZ-VILLAVEIRÁN
@LNvillaveiran
Actualizado Sábado,
21
octubre
2023
-
23:49El equipo rojiblanco consigue su quinta victoria consecutiva en Liga y...
Holanda tardó mucho en desarrollar su fútbol. Hasta Alemania-1974 no había participado más que en dos Mundiales, Italia-1934 y Francia-1938, y en ambos cayó al primer partido. Desde la guerra hasta los setenta sólo tuvo un jugador destacable, Faas Wilkes, un interior zurdo superclase, largo y delgado, profesional en varios equipos de Italia, y también aquí, en el Valencia y en el Levante. La selección oranje renunció a él a raíz de salir del país como profesional, así eran las cosas entonces. Todavía en la segunda mitad de los sesenta, un equipo holandés era en la Copa de Europa una especie de cheque al portador. El Madrid se cruzó con el Feyenoord en la 1965-1966 y Puskas, ya con 39 años, gordo hasta para bodeguero, le marcó sus últimos cuatro goles europeos.
Y de repente, el boom. En 1970 ganó la Copa de Europa el propio Feyenoord; los tres años siguientes lo haría el Ajax, con un joven Cruyff a la cabeza. Pero si el equipo de Rotterdam alcanzó el título desde un estilo clásico, lo del Ajax fue una revolución: el fútbol total, con jugadores intercambiando posiciones y apareciendo por cualquier lado. Delgados (hasta entonces se valoraba al jugador macizo, por las cargas), melenudos, desenfadados en el vestir, se les vio como una prolongación en el fútbol de la revolución beatle, cuyo adelantado fue el irlandés George Best en el Manchester United. Fue un fútbol rupturista en el fondo y en las formas. Aquel Ajax, y su traslación vestido de naranja a la selección holandesa, representó fielmente el espíritu de su tiempo, el zeitgeist de Hegel: exaltación de la juventud, ansia de derrocamiento del viejo mundo, espíritu de alegre insurrección…
Para saber más
Eso incluía abanderar la libertad sexual. Rinus Michels, a la sazón entrenador del Barça (que fichó a Cruyff para la 1973-74), lo había sido antes del Ajax. Le hicieron seleccionador sin que tuviera que dejar el club catalán. Holanda se había clasificado un poco por los pelos para el Mundial porque su predecesor, el checoslovaco František Fadrhonc, no daba con la mezcla entre el Ajax y el Feyenoord. Michels lo conseguiría, y además iba a incorporar una novedad llamativa: permitió que durante la larga concentración previa al campeonato las esposas y novias de los jugadores hicieran un par de convivencias con ellos, en días de asueto con noche de hotel incluida. Aquello violaba un tabú ancestral, pues regía la convicción de que la práctica del sexo debilitaba. Los entrenadores lo proscribían para la segunda mitad de la semana, los boxeadores se abstenían desde tres semanas antes de un combate, muchos ciclistas lo evitaban durante toda la temporada de verano. Conocí a un boxeador que sufría infaliblemente una polución la noche antes de cada combate y decidió acostarse con la parte delantera de los calzoncillos rellena de alcanfor, como remedio casero.
Y ahora los jugadores de Holanda iban a la Copa del Mundo con las mujeres o novias. Lo de las novias añadía escándalo en la España de entonces, aún franquista, con su nacionalcatolicismo a cuestas. Aquí el sexo antes del matrimonio era pecado según la Iglesia y milagro según la población joven masculina.
La fiesta
Michels eligió como sede del equipo la ciudad de Hiltrup, a 70 kilómetros de la frontera de Holanda y cerca de los campos de su grupo. Se alojaron en el Waldhotel Krautkrämer, en un paraje tranquilo, con bosque y lago. Un remanso de paz.
Holanda pasó la primera fase con buena nota e iba a deslumbrar en el primer partido de la segunda con un estrepitoso 4-0 sobre Argentina. Una exhibición plena, el mejor partido del campeonato, ante una de las candidatas al título. De aquel equipo varios jugadores pasaron con éxito por España: Carnevali, Heredia, Wolff, Ayala y un jovencísimo Kempes. Wolff seguía asustado al cabo de los años: «Defendían con 11 y atacaban con siete. Intercambiaban posiciones, no sabías por dónde iban a aparecer». Después vino el 2-0 ante la RDA, la Alemania Oriental. La RDA había ganado en la primera fase a su vecina, la RFA, campeona de la Eurocopa de 1972, con base en el Bayern de Beckenbauer, Breitner, Hoeness o Müller.
La selección naranja estaba eufórica. Se veían imbatibles. Era domingo, hubiera tocado encuentro con las parejas, pero Michels no lo programó esta vez. Había detectado que el contacto entre ellas extendía rumores y envidias, y la final estaba encima. A cambio autorizó una fiesta con recital del grupo holandés The Cats y, tras la cena, no se respetó el toque de queda de las 11 de la noche. Sólo Michels se fue pronto a la cama. El sábado había tenido que dirigir al Barça en la final de Copa (sin Cruyff, los extranjeros no jugaban entonces esa competición), madrugó para estar en el Holanda-RDA y estaba agotado. Y como cuando el gato no está los ratones bailan, alguien corrió la voz de que en la piscina cubierta del hotel había tres chicas desnudas, coladas como groupies de The Cats, y allí acudieron poco a poco casi todos.
Cruyff estaba hablando con una pelirroja cuando vio a alguien haciendo fotos, saltó y se la emprendió a golpes hasta descubrir que era el hijo del propietario, no un periodista. No supo, ni él ni nadie, que entre los testigos sí había un periodista, de nombre Guido Frick, redactor del Stuttgarter Nachrichten. Se había camuflado en el hotel como representante de spätzle, un tipo de pasta, con idea de hacer un reportaje al final del campeonato; de repente se encontró con aquello y decidió sacrificar el resto de su estancia a cambio de publicar en su periódico una información titulada: «La Superestrella Cruyff te invita a un baño nudista», que salió el martes 2. Aquello no trascendió, los jugadores ni se enteraron y jugaron despreocupados el miércoles 3 contra Brasil, y ganaron 2-0. Eran jóvenes, habían descansado la juerga, hicieron un buen entrenamiento el martes y estaban ya en la final.
Pero se había cerrado una tormenta sobre sus cabezas.
El escándalo
El mismo día del partido contra Brasil, replicó la historia el Bild-Zeitung, que pagó 4.000 marcos al Stuttgarter Nachrichten por nuevos detalles, y añadió otros de cosecha propia, conformando un reportaje de cinco páginas con firma de Klaus Schütz, que fabuló haberse infiltrado como falso camarero. Tituló: «Cruyff, champán, chicas desnudas y un baño refrescante». El Bild no era un pequeño periódico de provincias, sino un monstruo con siete ediciones en Alemania y cuatro millones de compradores, líder absoluto de la prensa sensacionalista internacional. El relato saltó fronteras, ocupó telediarios y desató la ira de esposas y novias. La calma de Hiltrup se convirtió en un terremoto.
Para proteger el descanso, las habitaciones se habían dejado sin teléfono; sólo había una cabina en el hall que, al regreso de los jugadores de su partido para ver el Alemania-Suecia, que cerraba el otro grupo, ya estaba colapsada. Fueron terribles ese día y los siguientes, con acusaciones al director del hotel, continuos llamamientos a la cabina y disputas por la lista de espera. Cruyff tuvo preferencia, no sólo porque era el divo, sino también el más señalado en el reportaje. «Cruyff sudó más en esa cabina que en cualquier entrenamiento», escribiría años después Auke Kok, en su libro 1974, cuando fuimos los mejores.
Danny Cruyff se sintió particularmente humillada. Su marido encabezó el titular y fue señalado como cabecilla de la fiesta. Al fin y al cabo, en aquella selección todos obedecían su voz. Él había sido la causa de que no fuera seleccionado el mejor meta del país, Van Beveren, del Eindhoven, con el que tenía mala relación. Y llegó a enfrentarse a la Federación a causa del patrocinio. Holanda vestía Adidas, pero él estaba patrocinado por Puma. Jugó la clasificación con la banda gruesa de esta marca en las mangas, en lugar de las tres de Adidas. Y en el Mundial, tras una durísima negociación, aceptó ponerse la camiseta de Adidas, pero le quitó una de las tres rayas. Era el primero para el elogio en las buenas y el primero para las críticas en las malas. Y en aquel momento estaba en las peores.
En el otro grupo pasó Alemania y la final se jugó el domingo 7, sólo cuatro días después de la publicación, con el ambiente del grupo radicalmente alterado. Michels estuvo durísimo en la comparecencia previa ante la prensa alemana, que añadió a ese fuego toda la leña posible: «Se han atravesado líneas rojas inimaginables», bramaba. Latían, además, los rescoldos de la guerra, sólo 30 años atrás, cuando Alemania ocupó Holanda e hizo allí desastres, sobre todo a partir del desembarco de Normandía. Llegó a provocar una hambruna terrible, en la que varios jugadores habían perdido familiares.
La final
Alemania ganó aquella final, y eso que Holanda empezó de maravilla. Sacó de centro, jugó el balón, lo entretuvo con 15 pases de distracción hasta que arrancó Cruyff, perseguido por Vogts, y al llegar al área le entró imprudentemente Hoeness, volteándolo. El penalti lo lanzó Neeskens a su manera, con un disparo homicida por el centro. Recuerdo que vi aquel partido en Goyán, Galicia, a la orilla del Miño, recién licenciado de la mili, con un compañero de quinta que era del pueblo, y su hermano sentenció: «Gol del Barça, ganamos uno cero».
Y tenía razón, pues Cruyff provocó el penalti y Neeskens, que lo transformó, estaba ya fichado por el club catalán para la temporada inminente. El primer jugador alemán que tocó el balón fue el meta Maier, para sacarlo con la mano del fondo de la portería. Pero el resto del partido sería otra cosa. Vogts apretó a Cruyff por todo el campo, el equipo no se movió como venía haciéndolo, no fluyó el juego, se había perdido la sincronización de movimientos. Las mentes estaban espesas. El juego alemán, hecho de eficacia, se impuso y ganó 2-1.
Cruyff no estuvo en Argentina-1978. La razón la desvelaron los gemelos Van der Kerkhof en su autobiografía: desde aquella cabina de tortura le había jurado a Danny, para salvar el matrimonio, que nunca más iría a una concentración larga. Sin él, Holanda llegó a la final y hasta rozó el título con un tiro al palo de Rensenbrink en el descuento, pero cayó en la prórroga. Otra final perdida.
La Naranja Mecánica pasó a la historia como un campeón sin corona. Un equipo legendario, al que una noche de descompresión disoluta aireada por el tremendista Bild se le cruzó en el peor momento.
Una vez osé preguntarle a Cruyff por esto. No le hizo gracia y fue breve: «Alguien contó algo a alguien y a partir de ahí se fabricó una historia».