Son gestas de tal magnitud que cuesta calibrarlas sin perspectiva. Tadej Pogacar es el cómo y el cuánto, es el ataque sin respuesta a falta de 50 kilómetros, la rendición total del resto, para cabalgar en solitario hasta la meta de Como, para alzar los brazos por cuarta vez consecutiva en Il Lombardía, para emular a Fausto Coppi (de 1946 a 1949) y quedarse ya a sólo una victoria de las cinco de ‘Il Campionissimo’.
Triunfador con el maillot arcoíris en el Giro de Lombardía (el último había sido Paolo Bettini en 2006) que es el patio de su casa, donde acostumbra Tadej a poner el broche dorado a sus temporadas, aunque ninguna como ésta, un 2024 para el recuerdo, para los libros de historia del ciclismo.
En una edición marcada bien es cierto por las ausencias (la última, con polémica y justo en la previa, de Tom Pidcock) y por los pequeños cambios en el recorrido obligados por las lluvias torrenciales en los días anteriores, Pogacar no encontró batalla ni agobios. Fue un paseo. O lo pareció. Le acompañaron en el podio Remco Evenepoel (a más de tres minutos finalizó, también en solitario y emocionado al regresar al lugar que casi le cuesta la vida en una caída) y Giulio Ciccone que culminó una remontada. Ion Izagirre fue cuarto y Enric Mas quinto.
Pogacar, tras su ataque en Colmo di Sormano.MARCO BERTORELLOAFP
Pese a que durante unos kilómetros pareció como si UAE no fuera capaz de controlar la numerosa y noble escapada del día (con Arensman, Daniel Felipe Martinez, Mohoric, Dunbar, Vansevenant y los Movistar Einer Rubio y Muhlberger, entre otros), que llegó a gozar de hasta casi cinco minutos de ventaja a falta de 10 kilómetros, no tardó después Rafal Majka en poner orden. En las subidas consecutivas a Selle di Osigo y Madonna del Ghisallo arrimó al pelotón, aclarando el panorama para el zarpazo inevitable de Pogacar.
Que iba a llegar en Colma di Sormano, cuando Hirschi había dejado a los fugados ya a un suspiro. El mejor equipo para el mejor ciclista. Un ataque a falta de 49 kilómetros, a seis y medio de la cima. Demasiado obvio, demasiado sencillo. No hubo ni atisbo de respuesta. Como si todos estuvieran aguardando una muerte anunciada, una superioridad no vista hace mucho tiempo.
Pogacar en solitario hacia Como, con San Fermo della Battaglia, un baño de masas, como último colofón a un año extraordinario, una temporada para el recuerdo. Por detrás se formó un trío en el que Remco Evenepoel apenas encontró apoyo en Enric Mas y Van Eetvelt. Pero el campeón olímpico los soltó en la bajada y ninguno de los dos obtuvo premio después tampoco.
De marzo a octubre, de la Strade Bianche a Lombardía. Ganar, ganar y ganar. Sólo se le resistió al esloveno San Remo (3º) y el Gran Premio de Quebec. Devoró Giro, reconquistó Tour (con 12 etapas entre ambas), se exhibió en el Mundial y sumó dos clásicas, Lieja y Lombardía. También la Volta, Montreal y el Giro dell’Emilia. Se antoja complicado imaginar algo más tiránico que no fuera Eddy Merckxs.
El lunes, cuando Kendrick Nunn fue elegido MVP de la temporada en Euroliga, hubo un cierto aire de sorpresa: todos los pronósticos apuntaban a que Sasha Vezenkov lograría, dos años después, su segundo galardón. Ni siquiera eso empaña el dominio absoluto del ala-pívot del Olympiacos, de vuelta a Europa tras su aventura, fallida como tantas otras, en la NBA. Contra él, que incluso rechazó un buen puñado de millones para regresar, busca antídoto a partir de este miércoles el Real Madrid en la eliminatoria de cuartos de final.
Sasha no ha cumplido 30 años pero ya es como si hubiera vivido varias carreras. Apenas un recuerdo lejano y casi olvidado es ya su paso por el Barça cuando todavía era una promesa, de 2015 a 2018. Con su zurda mortal, su versatilidad y su inteligencia baloncestística, se hizo todopoderoso en el Olympiacos hasta convertirse en el sucesor natural de Printezis. Si en 2023 ya resultó imparable, esta temporada ha confirmado su pujanza, tocando el cielo estadístico en enero ante el Bayern. Ese día asombró con 45 puntos, un impecable 10 de 10 en tiros de dos, ocho de 10 en triples, más siete rebotes para un histórico 52 de valoración. Y para todo eso sólo necesitó botar tres veces el balón en todo el partido.
Vezenkov lleva las canastas en los genes y en su pasaporte los rastros de sus orígenes. Nació en Nicosia (Chipre), donde su padre daba sus últimos coletazos como jugador. Sasho fue toda una leyenda del baloncesto búlgaro -amigo de Hristo Stoichkov-, ganando títulos a finales de los 80 con el Balkan Botevgrad del que ahora es presidente. También disputó tres Eurobasket como capitán de la selección que su hijo eligió después, porque Alexander tiene tres nacionalidades: es chipriota, búlgaro y griego. Y conexiones con los tres países. Su hermana, Mihaella, también ex jugadora, es la actual seleccionadora del equipo de la isla mediterránea que este verano acogerá la primera fase del Europeo. "Sasha creció en Chipre y aprendió a jugar al baloncesto allí", reivindicó hace unas semanas Andreas Mouzourides, presidente de la Federación chipriota, con la pretensión de que la estrella se uniera a su selección este verano.
En su carrera, Vezenkov -cuya novia es la internacional griega de waterpolo Nikoleta Eleftheriadou, también jugadora del Olympiacos- ha ganado casi todo, pero tiene dos espinas clavadas. Una, la de su paso sin gloria por los Sacramento Kings. Allí, el curso pasado, apenas disputó 42 partidos (5,4 puntos y 2,3 rebotes en 12 minutos de media), a pesar de que los californianos le habían firmado por tres temporadas y 20 millones de dólares. "Aprendí muchas cosas, pero no funcionó. Recuerdo a todos los buenos jugadores con los que me tuve que enfrentar, Lebron, Curry, era un sueño... Y todo lo que rodea la NBA, los viajes, los partidos, los pabellones, todo es increíble allí", reconocía en una reciente entrevista en Mundo Deportivo. Tras ser traspasado a los Raptors, acordó un despido por el que renunció a casi siete millones. Todo para volver al Olympiacos y corregir lo que dos años atrás no pudo por la canasta de Llull en Kaunas en el último segundo de la final.
Maldición
Vezenkov, que firmó por cinco temporadas con los del Pireo (por más de tres millones de euros cada una, uno de los contratos más altos de Europa), ha elevado aún más sus prestaciones en su retorno. Firma 20,2 puntos por partido (con casi un 39% de acierto desde el triple) y 24,5 de valoración. Un tormento para Chus Mateo, que cuenta con varias opciones para intentar detenerle, desde Eli Ndiaye (ya fue titular en la final de Kaunas) a Gaby Deck, Usman Garuba o el propio Mario Hezonja.
No será, claro, la única amenaza del mejor equipo de la temporada regular, un rival que juega "casi, casi de memoria" y al que el Madrid se enfrenta sin factor cancha. Al búlgaro le acompaña otro de vuelta de la NBA, Evan Fournier. Los gigantes Milutinov y Fall, el explosivo McKissic, el sobrio Walkup (es duda), el ex madridista Williams-Goss... Pero también una maldición. Nunca, desde que en la temporada 2016-2017 se instauró este formato en la Euroliga, algún campeón de la liga regular consiguió alzar el torneo en la Final Four.
Y también con la rivalidad contra el Madrid, ya uno de los clásicos de los últimos años. Contra los blancos perdieron el año pasado en semifinales en Berlín y en 2023 la final de Kaunas con el triple inolvidable de Llull. "No sé si estarán muy contentos con el enfrentamiento, porque el Madrid siempre les pone problemas", pronunciaba ayer Mateo.Un poco más allá, en los playoffs de 2009 triunfaron los del Pireo (ya estaba Llull por allí), como en la final de 2013 de Londres, la primera de Laso.
«Hola, soy Toni Kroos y quiero que me tatúes a mi perro». A Alejandro del Mazo (@delmazotattoo) le costó un buen rato comprobar que el whatsapp que acababa de recibir no era obra de algún amigo gracioso. Asimilado el encargo, poco después estaba concretando detalles con el futbolista alemán, recibiendo fotos de su brazo, «analizando cada poro de su piel», el tapiz donde iba a plasmar su obra. La existencia le estaba dando un vuelco al joven madrileño, que desde niño se recuerda dibujando «monigotes, monstruos, personajes de Star Wars». Tatuar a un futbolista es como exponer en el Louvre. Nueve días después, el Real Madrid disputó la ida de cuartos ante el Manchester City y cuando Kroos se disponía a botar un córner, ahí estaba, para todo el mundo, el tatuaje realista de Julius.
«Después, en cada abrazo de Kroos al ganar la Champions, todo el planeta tierra estaba viendo mi obra», sigue alucinando Delma, como le conocen sus amigos en Villaviciosa de Odón. A sus 32 años admite que le ha cambiado la vida. De aquel whatsapp tras un cúmulo de casualidades y regates del destino ha pasado poco más de un año y esta misma semana Fede Valverde ha desvelado todo su brazo derecho, jalonado de leones. Alejandro se ha convertido en el tatuador de las estrellas, la recompensa a años de formación para pulir un precoz don artístico, el del dibujo realista, del que es un referente, pues se desempeña con la perfección y el detalle de un orfebre. Impresiona cómo refleja hasta las gotas de sudor, para lo que utiliza con mucha sutileza tinta blanca.
Sentado en su cabina del Drama Tattoo, en Alcorcón, Alejandro repasa su vertiginosa historia de éxito. Hace no tanto «repartía pizzas y vendía maletas en Gran Vía». Su pasión, el retrato, no le daba para mucho más que para exponer sus obras a boli bic en el Auditorio de su pueblo. Hubo dos elementos que lo iban a cambiar todo para bien de su arte. Las redes sociales -«podía llegar a la gente que admiraba, trataba que esa persona famosa viera su retrato. A Connor McGregor conseguimos que le llegara. Me sentía realizado y feliz»-. Y los tatuajes. «Nunca quise ser tatuador. Unos amigos me animaron a hacerlo. Pero fue empezar y llegaron los resultados. Me daba dinero fácil y me resultaba sencillo. Tenía 20 años y trabajaba en curros de mierda», hace memoria.
Del Mazo, con las camisetas y fotos de alguno de los futbolistas a los que ha tatuado.Angel NavarreteMUNDO
Plasmar en piel ajena el rostro de un ser querido, de un antepasado o de una mascota conlleva una mochila de responsabilidad. «Además de la experiencia, tengo mi propia técnica. Lo visualizo todo por capas y uso mucha tecnología. La puedes acabar liando. La piel no siempre tiene las características que uno piensa y te frustra. Es un lienzo humano y hay un montón de cosas que pueden salir mal si no lo tienes todo controlado», admite.
A Kroos llegó a través del brazo de su peluquero, del tatuaje en el que reparó el alemán. «Le dijo que estaba buscando un tatuador de confianza en España y le gustó mi trabajo. Le dio mi contacto. Pero tardó un año en llamarme. Él (Toni) estaba esperando el momento idóneo, como buen alemán es muy cuadriculado. Tenían una semana de descanso en marzo de 2024, justo antes del partido de cuartos contra el City», cuenta Alejandro, que, llegado el momento, se recuerda «acojonado». «Yo estaba muy rayado por si no se le curaba bien. Fue una incertidumbre brutal. Nunca había tatuado a ningún deportista de elite. De normal tienes que dejar unos días sin actividad física por el tema de la sudoración, pero él tenía que entrenar al día siguiente. Le dije que me fuera contado, pero nada, ni un mensaje. Justo el día del partido salió con la camiseta corta y vi mi tatuaje impoluto. Fue como un alivio y empecé a flipar», relata.
Del Mazo, con Toni Kroos.@delmazotattoo
Fueron seis horas en la casa del alemán, donde hasta le invitó a cenar unos solomillos con judías verdes. Alejandro se permitió la osadía de cambiar la idea inicial de Kroos, que quería la huella de su perro recién fallecido. «Mi fuerte es hacer retratos. Al final fue elección mía, también el sitio. Sabía que él era el que sacaba los córners y el antebrazo era el lugar que más se iba a ver. No sólo en la tele, incluso en el FIFA», proclama.
Aunque fue un boom para él, hasta Valverde también llegó por obra del destino, de un retrato del propio uruguayo que había tatuado a un cliente: «De alguna forma lo invoqué». Mina Bonino, la mujer de Fede le contactó por Instagram y al poco se pusieron manos a la obra. Esta vez en sesiones cortas, desde finales de diciembre hasta esta última semana, desde el codo hasta el hombro. «Es un proyecto más grande y fuimos poco a poco. Así pasó más tiempo con él. Y me he ganado su confianza. Estamos viendo a futuro hacer otras cosas».
Alejandro del Mazo, tatuando a Fede Valverde.@delmazotattoo
También con Valverde hubo momentos de tensión. «Me pidió que no se viese el tatuaje, porque quería que fuese sorpresa, sólo enseñarlo acabado. Y por eso siempre juega con camiseta térmica. Pero en una conferencia de prensa salió con camiseta corta y se veía el león sin terminar. Era como ver los cimientos de una obra o el coche en el chasis».
La agenda de Del Mazo echa humo. «Luego he tatuado a Álvaro Rodríguez, que es uruguayo. Fede es su ídolo y son amigos. Le he hecho casi todo el brazo. También del Getafe a Uche. Y a Javi Sánchez, capitán del Valladolid», relata quien confiesa cómo se gana su confianza -«es como un diván y les acabas contando gilipolleces, les enseñas memes...», ríe- y su respeto: «Ponen su piel en mis manos, la dejo marcada de por vida con mi arte».
A Delma, que sueña con trabajar con Ilia Topuria, no le preocupa que muchos tatuadores «puretas» le critiquen. «El éxito depende de lo que cada uno considere como un logro. Yo sé lo que me hace feliz». Por eso nunca les pide dinero, prefiere la experiencia de convivir con sus ídolos y repercusión: «Subir contenido con ellos es más que suficiente. Hubo un Reel que llegó a los 30 millones de reproducciones».
A Dikembe Mutombo se le recordará por un gesto inconfundible que tantos han copiado después, su enorme dedo índice negando tras haber taponado al rival, el "no en mi casa" que era a la vez una definición de sí mismo. El africano, uno de los mejores pívots defensivos de la historia de la NBA, ha fallecido este lunes a los 58 años tras no haber superado un tumor cerebral.
Dikembe Mutombo Mpolondo Mukamba Jean-Jacques Wamutombo llegó a jugar, con sus 218 centímetros, casi 1.200 partidos en la mejor liga del mundo tras haber nacido en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, y sólo Akeem Olajuwon ha puesto más tapones que él en la historia de la liga. Su media por partido fue de 2,8 (un total de 3.289 gorros). Llegó a ser ocho veces All Star, cuatro veces nombrado mejor defensor y, ya retirado, fue incluido en el Hall of Fame.
Había llegado a EEUU ya con 21 años para enrolarse en la Universidad de Georgetown, donde formó una pareja inexpugnable junto a Alonzo Mourning y, fuera de las canchas, se licenció en Lingüística y Diplomacia e incluso estudió Medicina. En 1991 fue elegido en el puesto 4 del draft por los Nuggets, donde pronto impactó en la competición: fue ya All Star, nombrado Rookie del Año y promedió el tope de su carrera en anotación (16,6 puntos), además de 12,2 rebotes y, por supuesto, tres tapones.
En su tercera temporada, la franquicia de Colorado iba a protagonizar una de las grandes gestas de siempre. No sólo regresó a los playoffs: en la primera ronda eliminaron al mejor equipo del Oeste y favorito al anillo, los Sonics de Gary Payton y Shawn Kemp.
Mutombo, con su envergadura y su intuición defensiva, siguió siendo un jugador único en la protección de la pintura, aunque el anillo siempre se le resistió. Cuando más cerca estuvo fue en su posterior etapa en los Sixers, donde disputó las Finales de 2001 junto a Allen Iverson. Eso fue tras su paso por los Hawks. Después, ya algo en declive, llegó a jugar y perder otra final con los Nets de 2003. Alargó su carrera hasta 2009, siempre aportando en cada franquicia -ganó el premio al defensor del Año hasta en cuatro ocasiones, marca que sólo ha sido igualada por Rudy Gobert y Ben Wallace- que se hizo con sus servicios. Ese abril, un choque con Greg Oden dañó aún más su rodilla cuando jugaba para los Rockets y puso fin a su enorme trayectoria, a la que nunca faltó una sonrisa como acompañante.
"En la pista fue uno de los mejores taponadores y defensores en la historia de la NBA. Fuera de la cancha, puso su corazón y su alma intentando ayudar a los demás", ha destacado Adam Silver en el comunicado de la NBA que anunciaba el fallecimiento del pívot a los 58 años tras no poder superar su cáncer cerebral, que le fue diagnosticado en octubre de 2022. Tras su periplo como jugador, fue embajador de la Liga. Además, desempeñó una destacada labor humanitaria con la Fundación Dikembe Mutombo para intentar erradicar enfermedades infantiles que sufrían muchos niños en su país natal. Hasta en dos temporadas había sido reconocido con el Premio J. Walter Kennedy, el galardón que premia al jugador que más servicios y dedicación presta a la comunidad.