“No sé por qué Dios me ama tanto”. Con una voz quebrada, voz de noche, voz de bolero, Pelé se justificaba ante el asedio de aficionados al que era sometido en un hotel de Madrid. Una naviera promocionaba un crucero con este icono que jamás jugó en clubes europeos ni conquistó la Copa América, pero que ha sido la representación del Mundial en carne y hueso, el único jugador con tres títulos. Alfredo di Stéfano nos dejó también durante la cita en Brasil, pero el argentino, fundador del espíritu del Real Madrid victorioso, encarnaba lo contrario: el dominio de los clubes, la Copa de Europa. El impacto de sus muertes durante la celebración del torneo es, pues, muy distinto, porque con Pelé muere una parte del Mundial, pero queda su historia, un relato maravilloso. En aquella primera cita con Pelé fue imposible que la recordara, preocupado porque las fotos que firmaba no las doblaran los fans para que no se corriera la tinta, muy distinto a los futbolistas que garabatean sin mirar. En otro encuentro, lo hizo.
Para saber más
Edson Arantes do Nascimento, Pelé, disputó cuatro Mundiales (Suecia 1958, Chile 1962, Inglaterra 1966 y México 1970), uno menos que Messi o Cristiano, pero ganó tres (1958, 1962 y 1970), con 12 goles en las fases finales. Al primero, en Suecia, acudió cuando era un adolescente, con 17 años, después de haber debutado con Brasil en Maracaná a los 16. Brasil ganó el título con dos de sus goles en la final frente a los anfitriones.
‘SHOCK’ PARA UN ADOLESCENTE
El salto continental, cultural y social causó una especie de ‘shock’ en Pelé. “Pasé de estar en el interior de Brasil a una de las sociedades más avanzadas del mundo. No entendía nada. Recuerdo que le decía a Didí si los negros no le gustábamos al resto de los países, porque ningún otro equipo, salvo Brasil, tenía jugadores negros”, explicaba Pelé sobre su peripecia en Suecia.
“La otra cosa que me llamó la atención fue la libertad de las mujeres suecas. Estábamos concentrados cerca de un lago al que iban a tomar el sol en ‘top less’. Al pasar por delante, me tapaba los ojos, avergonzado. Yo, un niño creyente, creía que Dios me iba a castigar si miraba. Si lo hacía, le pedía perdón. Ese Mundial fue mi primera escuela de la vida”, añadía el desaparecido jugador.
El seleccionador Vicente Feola tenía dudas sobre la titularidad de Pelé debido a su juventud y al gran abanico de atacantes que poseía, pero Didí, Santos y Gilmar le convencieron y el joven futbolista del Santos consiguió un gol crucial ante País de Gales en la fase de grupos. A continuación, un ‘hat trick’ ante la Francia de Just Fontaine. Pelé estaba disparado. De los dos tantos en la final, ganada por Brasil por 5-2 en Estocolmo, el primero fue de antología: paró con el pecho, dejó botar la pelota para esperar la entrada de Gustavsson, le hizo un ‘sombrero’ y marcó de volea. Didí, el futbolista de la ‘folha seca’, fue designado mejor jugador del Mundial, pero el mundo había descubierto a Garrincha y Pelé.
LA GRAN OBRA DE 1970
“Ese primer Mundial fue muy importante, porque a la gente de Brasil le faltaba confianza, después de los fracasos de 1950 y 1954, especialmente el primero, el ‘Maracanazo'”, continuaba Pelé, que volvió a levantar la Copa Jules Rimet cuatro años después, en Chile, en 1962, pero fue un título que no sintió como los demás. Llegó a la cita como gran atracción, pero con problemas por haber tenido un esguince inguinal. Pese a ello, jugó en los tres partidos de la primera fase hasta que en el tercero sintió que no podía más. Como no existían cambios tuvo que seguir en el terreno de juego. No jugó más.
“Ganamos y fue muy importante, aunque yo estuviera lesionado, pero lo mejor de mi vida en un Mundial estaba por llegar. Fue en México, en 1970. Estuvimos invictos todos los partidos de la fase de clasificación y los jugué todos, al contrario que antes del campeonato en Chile”, explicaba, emocionado. Pelé abrió el marcador a los 19 minutos en la final contra Italia, en el Estadio Azteca, en uno de los partidos recordados como mejores de la historia, con Rivelino, Jairzinho, Gerson o Tostao en Brasil y una Italia con Facchetti, Mazzola o Gigi Riva. Tras el empate, participó en los siguientes tantos, camino de la goleada (4-1).
CAZADO EN INGLATERRA
Antes, Pelé había disputado el Mundial de 1966, disputado en Inglaterra, en el que fue cazado impunemente después de que la preparación de la cita por parte de la Confederación Brasileña de Fútbol fuera un desastre. Marcó en el primer partido de un lanzamiento de falta ante Bulgaria, a la que derrotaron por 2-0, pero el defensa Zhechev lo sometió un castigo brutal sin que el árbitro lo frenara. Brasil decidió que no jugara el siguiente encuentro y la selección cayó por 3-1 ante Hungría. Era necesario que volviera a hacerlo pese a los riegos. El portugués Morais lo dejó fuera del partido con una brutal doble entrada, en un encuentro que iba a conocer a una de las sensaciones de ese Mundial: Eusebio.
Pelé jugó en un fútbol mucho más desprotegido, sin tantas cámaras, y en el que las entradas violentas eran más frecuentes que en el actual. En 1962, pese a ganar, como en 1966, sus oraciones y las de su madre no habían impedido lo que más temió siempre. “Cuando rezo, pido, pero jamás lo he hecho para ganar un título. Sólo para no lastimarme. Mi madre me decía que tenía callos en las rodillas de tanto arrodillarse para pedir a Dios que no me pasara nada”, recordaba esta leyenda que lo único que deseaba cuando empezó a jugar en Minas Gerais era ser como su padre. Se trataba de un futbolista mediocre que jugó en la ciudad donde nació Pelé y en Sao Paulo. Tanta admiración sentía que su sobrenombre, Pelé, sería una adaptación del portero del equipo del progenitor, Bilé.
Cuando cumplió 17, el Mundial empezó a convertir ese apodo en leyenda. Ese Pelé con el que se acostumbró a vivir, contaba: “Por eso no necesito esconderme tras unas gafas de sol como esos cantantes”. Los futbolistas que le sucedieron son como las estrellas del rock, pero hoy todos se quitan las gafas porque ha muerto O Rei.