El Rugby Club Toulonnais (RCT) ha expresado este martes su “infinita tristeza” por la muerte con 15 años del jugador Nicolas Haddad, que el pasado sábado sufrió un paro cardíaco en pleno partido de su equipo, el Rugby Saint Maximinois XV (RSMXV), contra el Bastia XV.
“Con infinita tristeza les informamos el fallecimiento de Nicolas Haddad, niño de la RSMXV desde la categoría M6 y quien jugó como cadete en el convenio de nuestros tres clubes y en el RCT. Todas nuestras oraciones están con la familia, que desea preservar su privacidad”, indicó el Toulonnais en un comunicado desde la red social X.
“Nuestros clubes agradecen a los dirigentes del Bastia XV, de la Liga de Rugby del Sur, de la Liga de Rugby de Córcega y de la Federación Francesa de Rugby por el apoyo de los padres y del equipo”, concluyó la nota de prensa, firmada también por las presidencias del Rugby Saint Maximinois, el Brignoles Provence y el RC Val d’Issole.
Vicente Engonga (Barcelona, 1965) fue el primer futbolista de raza negra nacido en España que jugó con la selección absoluta. Su padre había llegado a Cantabría en 1958 desde Guinea Ecuatorial, conoció a su madre y él nació en Barcelona antes de volver a Santander. Debutó el 23 de septiembre de 1998 tras una llamada inesperada de José Antonio Camacho y ahora, siendo parte de la Federación Española, en mitad del Campos Leyendas de España, charla con EL MUNDO sobre la "normalidad" con la que ve la gran Eurocopa de Nico Williams y Lamine Yamal.
No, la verdad que no. Nunca he pensado en otra cosa que no sea vivir con normalidad. Es cierto que en mi barrio, en Cantabria, en los 60, el único negro era mi padre. Sé que en Bilbao, en Barcelona y en Madrid había alguna familia de Guinea Ecuatorial, porque sé que mi padre hablaba por teléfono con ellos, pero lógicamente España no era el país que es hoy, no era un país al que la gente iba a vivir, sino que era al revés, la gente emigraba a Alemania, a Francia, a otros sitios... Yo la infancia la viví con normalidad. Estuve bien cuidado y rodeado de amigos, y a partir de ahí ves que las cosas van cambiando.
¿Qué le decía la gente a su padre, qué le decían a usted y qué le dicen a sus hijos?
Cuando mi padre llegó a Cantabria desde Guinea Ecuatorial, en el 58, todo el mundo le aceptó muy bien pero era como un ser extraño. La gente no estaba acostumbrada a ver a un hombre negro por la calle. Iba a algún pueblo y había gente que le quería tocar la piel. Y los niños, que son los más curiosos y los que tienen la mente más abierta, le tocaban, mi padre les hacía dos gracias y ya está. Yo me encontré alguna situación parecida de pequeño, peleando con un niño en el fútbol me llamó 'negro de mierda' y me fui a casa llorando. Y mi madre que es blanca me cogió la palma de la mano y me dijo '¿De qué color es?': 'Blanca'. Le dio la vuelta y me dijo '¿Y esto?'. 'Negro'. 'Pues ahora vas a ese niño y le llamas 'blanco'. Y se acabó el problema. Cosas de niños. Cuando vas creciendo te puedes sentir extraño cuando en general ves que los equipos no tienen ningún jugador de color, pero es que había sólo un argentino, por ejemplo. Si no eres un país al que no venga gente no hay tanta mezcla. Y a día de hoy pues hace mucho tiempo que a España llega mucha inmigración de muchas zonas, hay niños que se crían aquí y es su país, y otros que nacen aquí y también es su país.
Su padre llegó a España para jugar al fútbol.
Sí, pero la motivación es la misma: encontrar tu futuro laboral en otro sitio. Mi padre jugaba bien, estuvo en el Racing de Santander o en la Gimnástica de Torrelavega y a la vez trabajaba. Y se quedó. La motivación siempre es mejorar, ahora y antes.
¿A usted le discutían su 'españolía'?
En el entorno en el que yo crecí no tuve ningún problema. Todo el mundo sabía que éramos españoles y que mi padre había nacido en otro país. Hoy en día hay muchas discusiones y han cambiado mucho las leyes de extranjería, pero es política y yo paso de la política y de los políticos. A nivel personal siempre he pensado lo mismo: si naces en un sitio y te crías en ese sitio, eres de ese sitio. A mí me pasó, salvando las distancias. Nací en Barcelona porque mi padre estaba allí jugando en el Condal, pero a los ocho meses volvieron conmigo para Cantabria y crecí allí. En mi carnet pone que soy de Barcelona, pero yo no me siento catalán. Es un tema complicado, cada uno tendrá una opinión, pero lo normal es que si naces en un país eres de ese país. Yo me sentía representado viendo a todos los fenómenos en el 78 y en el Mundial de España 82, siempre he sido de España y me da igual que haya 11 negros u 11 blancos. No creo que esto represente más o menos al país. Creo en el fútbol, en que si eres bueno juegas y si eres malo vas al banquillo.
¿Qué sintió cuando debutó con la selección?
No tuve tantos sentimientos como cuando me dijeron que estaba convocado. Pensaba que se habían vuelto todos locos, te lo juro. Tenía 32 años, casi 33, no había sido nunca internacional de nada, ni siquiera había estado en las quinielas. Y te vienen y te dicen que te vas con España. No me lo creía, pensaba que era una broma. Viene Camacho y te da la mano, y Hierro, con todas las trifulcas que habíamos tenido, me acogió como a un hijo. Ahora cuando veo a chicos jóvenes como Lamine o Nico que llegan tan temprano a ese momento, creo que tienes que tener la cabeza muy bien amueblada para seguir siendo tú y siendo consciente de lo que representa. Yo ya era maduro, pero si no tienes los pies en el suelo te pueden pasar muchas cosas, y no buenas.
Lamine y Nico dan la sensación de pasar un poco por encima de todo el debate.
Igual dentro de su juventud tienen esa conciencia inconsciente, ¿no? Yo conozco a los dos personalmente y creo que están muy bien cuidados por su entorno y tienen la cabeza bastante bien puesta. Veo difícil que se pierdan por el camino.
Usted trabaja como asistente en diferentes categorías de la Federación Española, donde hay más casos como los de Nico y Lamine. ¿Tiene conversaciones con ellos sobre el tema? ¿Les intenta aconsejar?
Intento ver cómo les puedo ayudar. Vas viendo sus personalidades y a quién le puede molestar más una cosa u otra. Siempre intento sacar dos minutos, charlar con ellos, ver cómo lo llevan, cómo se sienten... Creo que es muy importante que ellos sientan esa normalidad en todos los sentidos. Que vean que nadie se come a nadie, que están en casa y que todos son hermanos. Para que cuando venga De la Fuente y les llame sepan que se encontrarán con un salto de nivel y no con otras cosas.
Es importante que tengan referentes dentro del campo pero también en el banquillo, como usted.
Sí, tal y como está el mundo en cualquier selección de inferiores, incluso en Finlandia, que los he visto, tienen variedad de razas. Y esa normalidad la das desde el momento en el que el entrenador finlandés, noruego o lo que sea pues es de origen árabe, de color negro o es una mujer. Esa normalidad es lo que viene. Y el trabajo tiene que empezar desde abajo para hacer entender a todo el mundo que lo realmente importante es que vas a defender a tu país en un deporte y tienes que estar orgulloso de ello.
Lo estamos viendo en esta Eurocopa.
Es un tema multicultural. En una concentración puedes tener tres musulmanes, que son españoles y musulmanes. Y tienen horarios, cosas que hacer, alimentos que no pueden comer... Y todo eso se lleva a cabo. No es un tema de raza u color, es un tema de que eres un futbolista con unas características y no se te puede hacer la vida imposible porque tengas un color diferente o creas en otra cosa. Esa es la normalidad que por suerte está viviendo la juventud. Yo tengo hijos de 33 y 28 años, que vivieron unas cosas cuando crecían, y tengo otra de 14 que te sorprendería la naturalidad con la que trata todos los temas. Porque crecen así, lo ven, mi hija tiene suerte porque su padre soy yo y le explico las cosas.. Hay que ver todo con naturalidad y no prejuzgar a nadie por la pinta que tenga.
El Valladolid de Maturana y los colombianos, el Celta de los balcánicos... Ha estado en vestuarios muy diversos.
He tenido esa suerte. He jugado en casi todas las categorías del fútbol español porque cuando me fui a hacer la mili a Ferrol jugué en Segunda Regional. He tenido compañeros de todas las razas, colores y credos y si algo he aprendido es que cuando dos quieren se llevan bien. Yo creo en las personas, y hay personas buenas y malas en todos los ámbitos.
¿Antes se insultaba más dentro de un campo de fútbol?
Muchísimo más. Imitaban sonidos de animales, te tiran cosas... Pero por suerte también ha cambiado y se está erradicando. También ocurre que a veces hay futbolistas que se dedican a otras cosas que no son jugar al fútbol y acaban provocando, porque por su carácter no pueden aguantarlo, se estresan y contestan... Pero se está mejorando dentro y fuera del terreno de juego.
Le he leído alguna vez reflexionar que usar la raza para insultar durante un partido no es racismo.
Cuando compites contra un rival puede haber odio porque le quieres ganar, el problema es qué tipo de odio. Yo he dicho esa frase, 'negro de mierda', con otro color. ¿Soy racista? No. Pero en un partido hay tensión y te sale un insulto u otro, y te puede salir algo con la raza, con su madre, con su prima... Es difícil de controlar. Y eso no implica que seas mejor o peor persona. Pero a partir de ahí, cuando llegas al vestuario es cuando tienes que ver qué actitudes tiene un futbolista. Ahí sí que tienes el cerebro en calma y ahí sí que puedes decir que alguien es racista, xenófobo u homófobo. Dentro siempre he pensado que incluso en la grada, es un tema deportivo y de querer desestabilizar al enemigo.
Cada vez hay más leyes para erradicar esos comportamientos en los campos de fútbol.
Y estoy de acuerdo y entiendo que tiene que ser así, que hay que educar a la gente y que no se puede insultar. Que hay muchas maneras de desestabilizar al rival sin insultar. Pero no es menos insulto que se acuerden de la madre o el padre de un jugador que decir negro o sudaca. Sin embargo a veces no se le da tanta importancia.
«Tenía 23 años, perdí totalmente el brillo en los ojos». Nil repasa en voz alta lo que él mismo define como un «duelo». Habla de «odiar» todo lo que le hacía feliz, de «sentir lástima» por sí mismo y hasta de apartarse de «personas que quería un montón»; se negaba a recordar lo que había sido. Nil Riudavets (Mahón, Menorca, 1996) ahora tiene 28 y es pura inspiración, desde aquellos abismos, desde el accidente compitiendo que le costó la movilidad de su brazo derecho. Es el enfermero que era y el triatleta también. Aunque todo lo detestara. «He perdido el brazo, pero he ganado una vida», presume hoy, tras un verano inolvidable: bronce paralímpico en París y subcampeón del mundo en Torremolinos.
Aquel 1 de mayo de 2019, en el Prat, Campeonato de Cataluña por equipos, Nil, promesa del triatlón nacional, dándolo todo en cabeza del suyo, no fue capaz de esquivar ni el impacto frontal contra otro ciclista ni el destino. «Se dieron todos las factores posibles en un circuito que no era lo seguro que tenía que ser. Después del choque recuerdo muy poca cosa. En el suelo hice un análisis rápido de mi cuerpo y vi que el brazo derecho ya no lo movía. Sentí miedo, me vino muchísimo dolor, empecé a gritar... allí perdí el conocimiento», relata el instante que cambia para siempre una vida.
Se despertó 12 horas después en la UCI del hospital de Bellvitge sin entender nada. «Mis padres me explicaron la gravedad», cuenta Nil, detallando el parte médico. «Tenía partida la clavícula en varios trozos. Lo más crítico fue la arteria subclavia, la que lleva la sangre al brazo, una hemorragia interna muy bestia. Y la secuela principal, el arrancamiento del plexo braquial, que es el paquete de nervios que se encarga de la motricidad y la sensibilidad del brazo. No podía mover nada. Estuve un mes y medio en la UCI».
El triatleta paralímpico Nil Riudavets, en Mahón."Germán Lama"MUNDO
Entonces llegó lo peor, la negación, la vida marcada para un chico que «ya era independiente en Barcelona, hacía deporte, trabajaba de enfermero en urgencias... Y vuelvo a Menorca siendo una persona dependiente, en casa de mis padres... Siempre había sido muy optimista y durante ese periodo de mi vida soy una persona apagada, con muchas inseguridades. Asimilé que estar mal era lo normal. El duelo me duró dos años».
Nil atiende a EL MUNDO jovial, a punto de irse de vacaciones con su pareja a Tailandia, tras su jornada en el hospital Mateu Orfila de Mahón. Ya no se desempeña en Urgencias, donde le encantaba «el aliciente de la adrenalina», sino en Seguridad del paciente y Calidad. Volver al trabajo fue el primer paso. Pero a aquel niño que jugó al fútbol hasta Bachillerato, que nunca dejó de nadar y que cada verano completaba todas las carreras de su isla, le quedaba recuperar una parte de su existencia. «No podía ver ciclismo. Odiaba todo lo que tuviera que ver con las dos ruedas. Era súper fan del Tour y durante tres años no lo vi. Y desconecté totalmente de todo lo que fuera triatlón. Me creaba mucha rabia que un deporte que yo quería tanto me había llevado a una situación tan dura como es perder un brazo», revive ese agujero de «ira y resquemor», de «pérdida de identidad brutal». «Me miraba al espejo y sentía lástima por la persona que veía reflejada. Me hacía mucho daño».
El primer paso hacia el reencuentro con el deporte Nil lo sitúa en un viaje con su novia a Picos de Europa. «Vimos una carrera de ultradistancia, la Travesera. Y empecé a conectar un poco con el mundo del running», recuerda. Aunque mucho antes, todavía en el hospital, había recibido una visita de esas que jamás se olvidan, la de Álex Sánchez Palomero. «Se presentó a la semana del accidente, yo no le conocía de nada. Era un chico con la misma lesión, la misma discapacidad. Había sido bronce en Tokio en triatlón. Me explicó cómo era su día a día con un brazo. Eso me marcó mucho. Vi a una persona con una vida totalmente plena. Me animó siempre a perseguir mi sueño, a normalizar todo», alaba a quien ahora es, a la vez, su compañero y su rival.
Nil Riudavets, en Mahón."Germán Lama"MUNDO
Una vez hechas las paces consigo mismo y con el deporte, Nil empezó a correr. En cuatro meses completó un 10k en 32:40, su mejor marca, y una media maratón en 1:10. Y se planteó lo impensable, intentar acudir a los Paralímpicos en Maratón, aunque justo eliminaron del programa su categoría. «¿Y si lo intentó en triatlón?»
Ese segundo paso era el más complicado, quizá el inimaginable. Nil, que antes era diestro y tuvo que hacerse zurdo -«desde el minuto uno cuando subí a planta en el hospital. Pintando mandalas, con libros de caligrafía...»-, se subió de nuevo a una bicicleta. Con todos sus miedos. «En el viaje en coche de vuelta, le dije a mi padre que yo no volvía a montar», asegura de un proceso lento pero seguro con su bici adaptada. También había que nadar con un solo brazo. «Costó mucho, porque tienes que adaptar totalmente la técnica. Son horas y horas. Nunca me hubiese imaginado que con un brazo se pudiese nadar tan rápido», se felicita.
Riudavets, durante los Juegos de París.EM
Y, tras un durísima preparación, cinco años después del accidente, estaba en la línea de salida de unos Juegos Paralímpicos. Con un triatlón por delante hasta la medalla. Tras el agua y la bici, aún mantenía sus opciones. Acudía a un desenlace de película. «En la carrera mis amigos me dijeron que parecía que me habían puesto la estrella del Mario Bros. Empecé como un loco, con la piel de gallina. A 400 metros alcancé al tercero, estaba vacío de energía, pero tenía un plus de rabia acumulada. Le arranqué y llegué a meta gritando, llorando. Todo el esfuerzo había merecido la pena».
Nil Riudavets, tras ganar el bronce en los Juegos Paralímpicos de París.EM
«En el momento que cambié la mirada hacia mí mismo, todas las de la gente también cambiaron. Ganar una medalla en el deporte que me hizo perder el brazo fue perdonarme con la vida. Ahora veo miradas de orgullo y emoción y ninguna de lástima», concluye Nil, con otro reto maravilloso por delante. Pretende acudir a los Paralímpicos de Invierno de 2026 en Milán-Cortina d'Ampezzo en esquí de fondo. «Sería un sueño después de haber ido ya a unos de veranos. Y más siendo yo de Menorca, que aquí nieve, cero», bromea.