El futbolista panameño Gilberto Hernández ha muerto a los 26 años como víctima de un tiroteo entre bandas en un edificio de la ciudad de Colón (Panamá).
La Federación Panameña de Fútbol ha expresado que “lamenta el sensible fallecimiento de Gilberto Hernández, jugador del Club Atlético Independiente y de la selección de Panamá”. Además, “extiende sus condolencias a su familia y seres queridos, como así también a toda la familia del CAI y del fútbol panameño”.
Colón está viviendo una brutal escalada de violencia durante los últimos meses a causa del enfrentamiento entre dos bandas por el control de las rutas de contrabando de la droga.
La ciudad portuaria, en la que viven 40.000 personas, es un punto de tránsito para la cocaína traficada desde Sudamérica a través de Panamá hacia Europa y la guerra por el dominio de ese punto estratégico ha provocado la muerte de más de 50 personas.
El padre del futbolista ha instado a la juventud de la ciudad “a detener la violencia” y ha hecho un llamamiento a las autoridades para que pongan “en marcha proyectos para salvar a la juventud de esta violencia”.
Nadie parece tenerle demasiado en cuenta, porque es un piloto poco acostumbrado a los excesos. Un chico de rostro pétreo, con aires de viejo prematuro. Sin embargo, Oscar Piastri bien podría este año subvertir las jerarquías en McLaren, porque es tan rápido como su compañero y parece mejor preparado para lidiar con la presión. En Bahrein, el australiano festejó su 50ª carrera en la F1 con una cómoda victoria, la segunda del año, por delante de George Russell y Lando Norris, que volvió a fallar cuando menos convenía.
En una carrera marcada por las precauciones y las dos paradas en boxes, Piastri se impuso con indiscutible autoridad, confirmando lo apuntado durante todo el fin de semana. Ni un solo titubeo desde la pole. Ni una opción para Russell, vulnerable en el tramo final por sus neumáticos blandos y por un error electrónico en cadena. "Cuando pulsé el botón de la radio saltó el DRS", denunció el líder de Mercedes, pero ni por esas supo aprovechar su oportunidad Norris. Había partido sexto y pareció conforme con la tercera plaza del podio.
Esos 15 puntos mantienen en el liderato del Mundial a Lando, que perdió la ocasión de aumentar su ventaja ante Max Verstappen. No había prestaciones en el Red Bull y el holandés tuvo que conformarse con la sexta plaza, tras rebasar en la última vuelta a Pierre Gasly. Tampoco hubo brotes verdes en el Ferrari de Charles Leclerc y Lewis Hamilton, cuarto y quinto con sus actualizaciones aerodinámicas. McLaren es un cohete y el resto han de conformarse con las sobras.
Clamoroso error en la salida
Quede constancia del abandono de Carlos Sainz a falta de 12 vueltas para la meta y del decimosexto puesto de Fernando Alonso, que ni siquiera pudo beneficiarse de los cinco segundos de sanción para Jack Doohan. Corren tiempos duros para los españoles, cada uno en su maraña de problemas. Mientras Alpine y Haas dan pasos adelante, Williams y Aston Martin retroceden.
Hubo mucho trajín en la salida por culpa de Norris. Su error al colocar el coche, casi medio metro adelantado en los tacos, fue castigado con cinco segundos por los comisarios. Al traste se iban así sus tres posiciones recuperadas, desde la sexta a la tercera. Mientras Piastri se lanzaba a fuego por delante, Russell superaba a Leclerc, que no podía poner en calor sus neumáticos.
Ferrari había apostado a contracorriente con las gomas medias, por lo que tras el primer pit-stop de sus rivales, sus dos coches tomaron la cabeza. La estrategia para el monegasco, bautizada como Plan Bravo, era tan cuestionable como la celeridad de los mecánicos de Red Bull, que fallaron con el semáforo para liberar a Verstappen. Con el compuesto duro, Mad Max tampoco encontraba agarre en las curvas. Fuera de ritmo competitivo, sin opciones de detener a Lewis Hamilton en la curva 11, su único objetivo era minimizar los daños.
La lucha entre Sainz y Antonelli, el domingo en Sakhir.AFP
Superado el ecuador de carrera, Red Bull paró por segunda vez a su campeón y erró de nuevo, calamitosamente, al cambiar la rueda delantera derecha. Verstappen se reincorporaba último, dejando vía libre a McLaren, Mercedes y Ferrari. Por entonces, Leclerc había superado a Norris por el exterior de la curva 4 y Hamilton recuperaba el brío, dejando atrás a Jack Doohan, Andrea Kimi Antonelli y Esteban Ocon. Buena nota debía tomar Williams, porque Alpine y Haas le habían ganado el pulso en el muro.
Fuera de los puntos, Sainz apretaba el paso por detrás de Tsunoda. Debía asumir riesgos, así que no lo dudó al final de la recta de meta, con un bonito adelantamiento donde no pudo evitar el contacto con el Red Bull. Con restos de fibra de carbono, el director de carrera ordenó la salida del safety car, provocando el consabido reagrupamiento.
McLaren disponía de un juego de medios para sus dos coches, pero Russell tuvo que montar los blandos para las 24 vueltas restantes, mientras Ferrari colocaba los duros. Cuando aceleró de nuevo, Piastri dejó muestras de su autoridad. Jugaba en otra liga el líder, mientras sus perseguidores se fajaban por detrás. Norris adelantó por fuera ante Hamilton en la curva 2 y le conminaron a devolver la posición. "Este neumático es un asco", lamentó el británico, cuyas opciones se fueron poco a poco desvaneciendo.
Embestida de Tsunoda
La tercera plaza del podio, en buena lid, debía corresponder a Norris, con mejores recursos que Leclerc. Sin embargo, el británico, negado toda la noche, se pasó de frenada en su primera tentativa a final de recta. El blando funcionaba a Russell para sujetarse en la segunda plaza, mientras Piastri volaba en pos de la victoria. La igualdad de fuerzas no presuponía precisamente un espectáculo para el espectador, aunque bien mereció la pena el esfuerzo de Gasly, cerrando cualquier rendija ante Verstappen hasta el último giro.
Sainz, envuelto en sus cavilaciones, penaba por rascar algo cuando sufrió una embestida de Tsunoda en la curva 1. Con daños en el pontón derecho, el madrileño forzó demasiado frente a Antonelli, llevando fuera al rookie en la curva 10. Hubo 10 segundos de penalización para Carlos y Williams optó por lo más prudente: retirar su coche.
Aún más tétrico fue el domingo en Aston Martin, que ya sólo lucha con Sauber por no ser el peor coche de la parrilla. Mientras Lance Stroll sólo pudo superar en la meta al rookie Gabriel Bortoleto, Alonso se hartó de escuchar por radio que la degradación era más elevada de lo esperado y que sus frenos iban ya al límite. Un horror en toda regla.
ABRAHAM P. ROMERO
Enviado especial
@AbrahamRomero_
Manchester
Actualizado Martes,
16
mayo
2023
-
22:56El croata voló hace dos semanas a Belgrado para tratarse con...
«Yo, bombo... Yo, bombo...» Era lo único que Manolo acertaba a decirle a una joven policía sudafricana, que lo miraba con incredulidad y nos miraba al resto en busca de respuestas. Lo único que encontraba eran risas. Manolo no estaba dispuesto a dejar el bombo para entrar en el estadio Ellis Park, donde España debía enfrentarse a Honduras, como le exigía la responsable de seguridad. Los nervios le impedían enlazar las cuatro palabras de su rudimentario inglés. Alguien le dijo a la policía que Manolo era «nuestro Nelson Mandela», a lo que el aludido contestó: «¿Que soy el qué?». La agente se contagió de las risas y, con alguna explicación más, accedió a dejarle pasar. «Yo, bombo... Yo, bombo...», repetía mientras se adentraba en las tripas del estadio. Esas dos palabras sintetizaban, en realidad, su vida, la de un personaje que llevaba la alegría a las gradas, aunque su vida se desmoronara como la de un juguete roto.
España ganó a Honduras (2-0) en el Ellis Park de Johannesburgo y comenzó el camino hacia el título después de caer contra Suiza. La recuperación de la selección de Vicente del Bosque fue, en cambio, en paralelo a la recaída de Manolo, aquejado de una fuerte ciática. Alojado con los periodistas, pedía continuamente ibuprofeno hasta que ya no pudo más y, entre lágrimas, dijo: «Me tengo que ir a casa». El debut de España había desatado críticas y dudas, por lo que Manolo regresó apenado, pero sin la sensación de perderse algo histórico. España ganó a Portugal, en octavos, y a Paraguay, en cuartos, para alcanzar las semifinales. La selección había encontrado el juego, pero le faltaba el bombo.
"El bombo o yo"
El siguiente problema era un problema que perseguía a Manolo: el dinero. Una separación con cuatro hijos que estuvieron tiempo sin hablarle, una segunda relación de la que salió más endeudado y negocios ruinosos relacionados con la hostelería, las copas y hasta el alterne, con un local en la carretera de Sariñena, lo habían dejado seco. Su primera mujer, una «belleza», según repetía, le dijo: «El bombo o yo». Al volver, se encontró el piso vacío. Apenas conservaba su bar-museo, junto a Mestalla, que también acabó por cerrar.
Si estaba en Sudáfrica, como en todos los Mundiales anteriores desde España'82, había sido por las ayudas de la Federación en los tiempos en los que viajar con la selección era una frustración constante. En los chárter con los jugadores y los periodistas apenas lo hacían Manolo y Revilla, un prestamista con americana de prestamista, siempre la misma.
Había que ayudar a Manolo a volver a Sudáfrica, insistir a la Federación y a los patrocinadores. Para eso, Ángel Villar era fácil, un sentimental. Lo hizo en uno de los chárters que desplazaban a familiares. Cuando se subió al autocar para ir al estadio de Durban, escenario de la semifinal ante Alemania, a Manolo se le habían quitado todos los dolores. Vio marcar a Puyol en directo, como a Iniesta en la final. «Ya me puedo morir», dijo entonces. Le quedaban partidos y le quedaba tiempo, pero un tiempo que le deparó decepciones y le llevó a rayar la depresión.
Bocadillos para los niños
La Federación cambió, con la llegada de Luis Rubiales, y el cariño, también. Acudió todavía al Mundial de Rusia, que estaba comprometido, pero ya nadie le llamó para ir a Qatar. Manolo sintió que no era correspondido. Había dejado su vida por la selección, pero el fútbol no le respondía, todo lo contrario que los aficionados. Era reclamado para autógrafos y fotografías más que cualquier jugador. En el primer viaje de la selección a Albania tras la caída del régimen comunista, la tripulación sólo estaba interesada en fotografiarse con dos personas, Manolo y José María García. En Tirana, pidió a todos los bocadillos de la prensa para repartirlos entre los niños harapientos.
Manolo, en un partido de España.Kai FörsterlingEFE
Había nacido en La Mancha, hijo de un albañil, pero creció en Huesca, vivió en Zaragoza y, finalmente, en Valencia, donde puso el bar-museo al que había que ir a por el bocadillo antes del partido. Acudió a un encuentro entre Zaragoza y Valencia, «los dos equipos de mi vida», recién operado de menisco, y la Cruz Roja le dio una vuelta al ruedo en La Romareda.
La gran aparición de Manolo se produjo en el Mundial de España, en 1982, en el que se desplazaba de una ciudad a otra en auto-stop. Fingió vomitar para bajarse, después de que un conductor alemán se le insinuara, e hizo otro de los tramos en un coche fúnebre, con el bombo apoyado sobre el ataúd. Ponía nombres a los tambores, como si tuvieran vida, como si fueran los hijos de los que se había alejado. Al primero le llamó Clarete, hecho en Calanda. Después llegó Pingüino y, finalmente, 'Escachuflau', por los desperfectos tras un accidente.
Nunca se separaba de su instrumento y se enfadaba si le obligaban a facturarlo en los aviones. Al llegar a Zenica, en Bosnia, para jugar un partido en la era de Luis Aragonés, alguien apareció a la carrera y se llevó el bombo. El conductor del autobús lo atrapó. No era la primera vez. Dada la suciedad de las habitaciones, durmió en la recepción, abrazado al bombo como se abraza a una pareja.
«¿Voy a llamar a Movistar para ponerlo en el bombo?», dijo en una última comida. Habían pasado ya los tiempos de los bolos con las selecciones de Costa Rica o Venezuela. «Tendré que venderlo», se resignó después. Ese día había muerto en vida.