A los 78 años
El empresario austriaco, que basó su expansión comercial en el patrocinio deportivo, fue una de las figuras claves del Gran Circo en el siglo XXI.
Dieter Mateschitz, el empresario que levantó el imperio Red Bull, el enamorado del motor que durante tres décadas expandió su marca de la Fórmula 1 al Mundial de Rallies, la NASCAR o el Dakar, murió el viernes a los 78 años víctima de una larga enfermedad. En el Gran Circo conquistó cuatro títulos de constructores y seis de pilotos, los dos últimos para mayor gloria de Max Verstappen. “Hace unas semanas pudimos pasar algunas horas juntos y es increíblemente duro, porque yo no estaría aquí sin él”, aseguró el flamante campeón de 2022 tras la clasificación del GP de EEUU. “Hoy no importa el resultado”, añadió el neerlandés.
El imperio Red Bull engloba a 13.000 trabajadores distribuidos en 172 países, con ventas anuales de casi 10.000 millones de latas y 8.000 millones de euros en ingresos. Sin embargo, el legado de Mateschitz va mucho más allá de su inmensa fortuna, cifrada en más de 35.000 millones de euros. Suya fue la revolucionaria idea de la expansión comercial a partir del patrocinio deportivo. Unos tentáculos que abarcaron desde la F1 a la aventura por la estratosfera de Felix Baumgartner. Sin olvidar la aventura futbolística, impulsando a dos clubes menores, como el Salzburgo y el Leipzig, hasta la Champions League.
La gran idea de Mateschitz, casi a modo de iluminación, llegó a comienzos de la década de los 80, durante un viaje de trabajo a Tailandia. Allí descubrió una bebida llamada Krating Daeng, creada por Chaleo Yoovidhya, que le sirvió como base para su propia creación. “Jamás pensé que un gusto personal se convertiría en una bomba mundial” , acostumbraba a decir. Así que tras asociarse con Yoovidhya, fundó Red Bull en 1987 y de inmediato se volcó en el motorsport para promocionar la marca.
Comprar Jaguar por un dólar
Su compatriota Gerhard Berger, que aquel año había dado el salto a Ferrari, se convirtió en el primer piloto de la F1 que lucía el logotipo de los toros. Lejos de conformarse, en 1995 las pegatinas de Red Bull cubrieron los chasis de Sauber, una escudería al alza con sus flamantes motores Ford Cosworth. En Monza, Heinz-Harald Frentzen firmó el primer podio para los suizos. Esa alianza, no obstante, se rompería cuando Peter Sauber rechazó a Enrique Bernoldi, el piloto brasileño criado en el Red Bull Junior Team para el que Mateschitz reclamaba un asiento.
Como siempre ha sucedido en la Fórmula 1, la ambición del dinero debía conjugarse con el peso de la tradición, así que el gran paso adelante se concretaría con la compra de Jaguar. La estructura británica arrastraba una situación terriblemente deteriorada, pese a los esfuerzos de Mark Webber al volante, así que el 16 de septiembre de 2004, la matriz Ford, que acababa de despedir a 15.000 trabajadores en Estados Unidos, vendió su equipo de F1 por el simbólico precio de un dólar.
Para comandar esta aventura, Mateschitz confió en un ex piloto británico llamado Christian Horner. Alguien tan decidido como él, que venía de impulsar a Vitantonio Luzzi al título de la Fórmula 3000 con la escudería Arden. Con 32 años iba a convertirse en el team principal más joven de la historia del Gran Circo. Su primera apuesta llegaría con Adrian Newey, un diseñador de extraordinario prestigio, a quien se le confió un salario de más de 10 millones de dólares. Y para tomar el volante del RB1, pensó en el veterano David Coulthard, que debutaría con un cuarto puesto en Melbourne y llegaría a liderar en Nurburgring. En cualquier caso, el primer podio del escocés se hizo esperar hasta el GP de Mónaco 2006.
La eclosión de Vettel
El plan de expansión, por entonces, pasaba por un equipo nodriza, donde los jóvenes talentos de su academia pudieran foguearse. Para ello, Mateschitz fijó su atención en Minardi, otro histórico en vías de extinción, por el que pagaría 35 millones de dólares. Con la idea de mantener su ADN italiano la rebautizó como Toro Rosso. Por primera vez en la historia, un solo hombre manejaba los designios de dos equipos de F1. Ajeno a las críticas, que le tildaban de megalómano, el autriaco vendió la mitad de las acciones de Toro Rosso a su amigo Berger y puso al frente del proyecto a Franz Tost.
En ese ecosistema, con motores Ferrari, combinando a un piloto consolidado como Sébastien Bourdais con un joven Sebastian Vettel, la filial pronto ofreció resultados. El histórico doblete del alemán en el GP de Italia 2008, con pole y victoria, dejó atónito a todo el paddock. Vettel saltaría al año siguiente a Red Bull Racing, donde cosechó otros cuatro triunfos. Y en 2010, tras un duro pulso con Webber, se convertiría en el campeón más joven de la historia, con 23 años, cuatro meses y 11 días. Un récord que aún sigue vigente. Su dinastía, con cuatro títulos consecutivos, llegaría al cenit en 2013, con 13 triunfos en 19 carreras, igualando otro registro de Michael Schumacher.