Manuel Álvarez, el ajedrecista de 101 años: «¿Mi secreto? No beber, no fumar, hacer deporte y, de lo otro, todo lo que se pueda»

Manuel Álvarez, el ajedrecista de 101 años: «¿Mi secreto? No beber, no fumar, hacer deporte y, de lo otro, todo lo que se pueda»

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Aún juega partidas simultáneas y participó en el reciente Abierto de Moratalaz después de toda una vida en el ajedrez: conoció a Alexander Alekhine, campeón del mundo entre 1937 y 1946, y ganó a Valeri Sálov, tercero del mundo por detrás de Karpov y Kasparov

Álvarez, en el pasado Abierto de Moratalaz.JOSÉ FERNANDO BLANCO

Manuel Álvarez Escudero era uno de los participantes del Abierto de Moratalaz de Ajedrez que terminó el 17 de septiembre. Firmó 4,5 puntos en nueve partidas, nada excepcional, si no fuera porque el 12 de octubre cumplirá 102 años. Es probablemente el deportista en activo más veterano del mundo. Su fortaleza física sorprende, pero lo que causa verdadero asombro es cómo le funciona la cabeza.

A Manuel le han preguntado tantas veces por el secreto de la longevidad que ya tiene la respuesta preparada. «No beber, no fumar, hacer deporte y, de lo otro, todo lo que se pueda». Su hija está delante y tampoco entra en detalles. Pero su principal afición es caminar. Su familia y sus amigos recuerdan asustados verlo correr para no perder el autobús, costumbre que mantuvo hasta hace unos años.

Stev Bonhage / FIDE

Álvarez lamenta más que nada el bajón que sufrió durante el confinamiento: «La pandemia me quitó 10 años. Cuando salí, estaba completamente atrofiado. No daba una. Ahora por lo menos me hago respetar». Produce una mezcla de ternura y comicidad escucharle decir que la edad «se va notando».

Mejora este año en su puntuación

No menos importante es su voluntad constante de luchar y seguir mejorando. Hace unas semanas se pudo ver cómo rechazaba orgulloso la oferta de utilizar un andador para impartir una sesión de partidas simultáneas en el Instituto Juana de Castilla, cerca de su casa. Él jugaba contra cinco alumnos del centro a la vez, caminando de un tablero a otro. Los chavales no daban crédito ante la exhibición.

F.M.B.

En agosto, participó en el torneo de El Escorial, que procura no perderse ningún año. No solo acabó con más del 50% de los puntos, sino que subió su Elo, la puntuación que utiliza la Federación Internacional para clasificar a los jugadores de todo el mundo. En una entrevista reciente en la revista de ajedrez Peón de Rey dijo que este año esperaba mejorar su Elo. Lo hizo a la primera.

Es una pena que no pueda repetir en el Campeonato de España de Veteranos, pero le siguen llegando invitaciones de toda España y es posible que en diciembre vaya a Benidorm, para participar en el Festival Internacional Gran Hotel Bali, que cumple 20 ediciones, poca cosa para él. Si va, darán más vértigo sus 102 años que la altura de la sede del torneo.

Sus inicios, sus inventos

El madrileño Álvarez puede contar mil batallas de sus partidas del pasado, como cuando derrotó al gran maestro cubano Jesús Nogueiras. También ganó al ruso Valeri Salov, que llegó a ser número 3 del mundo por detrás de Karpov y Kasparov, esta vez en unas simultáneas, lo que solo le quita algo de mérito.

En los años 40 conoció al campeón del mundo Alexander Alekhine, que daba clases a otra leyenda, Arturo Pomar, el niño prodigio que primero utilizó y luego abandonó el régimen. Álvarez nunca fue profesional, sin embargo. Ingeniero de formación, trabajó en un buen número de empresas, otra forma de dar simultáneas en una época en la que el pluriempleo era habitual.

Stev Bonhage / FIDE

La cabeza no sólo la mantiene en forma con el ajedrez. Manuel Álvarez es un apasionado de los inventos. A un amigo que sufría parálisis progresiva le construyó una silla de ruedas con motor, primero de explosión y luego eléctrico. Incluso probó un modelo híbrido, que los últimos no llegaron a cuajar porque las baterías todavía eran primitivas. Cuando se agotaban, había que empujar, pero la idea estaba bien tirada. «Incluso llegó un ingeniero americano e hizo un croquis», recuerda. «No sé si a raíz de aquello salieron las sillas de ruedas motorizadas». Su última creación es una máquina de hacer rosquillas «perfectas», de la que lleva varios prototipos. «Yo todavía pienso», proclama orgulloso.

“La muerte no me asusta”

La vida también le ha dado malos momentos, por supuesto, aunque nada como la guerra. Se libró de combatir por unos meses, gracias a su edad, pero no de las muertes y del hambre, de los familiares fusilados y de una España que estaba «deshecha». «No había ni petróleo. Luego vinieron los americanos y llegamos a tener hasta coches».

Antes de eso, recuerda a Alfonso XIII y el descubrimiento de la penicilina, el mayor avance del último siglo, en su opinión. Puede que estuviera en un mal día, con la rodilla algo dolorida y los médicos demasiado recientes, porque después de tanto tesón demostrado también asomó su lado nihilista. «A mí no me importaría no haber nacido. La muerte no me asusta, porque me voy a quedar como estaba antes de nacer, que no estaba mal». Tampoco tiene fe en una próxima vida. «Soy ateo, gracias a Dios». Como Buñuel.

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