Rebeldía es bailar sin esperar a que suene la música como lo hacían el ‘rubio’ Lamine Yamal y Raphinha detrás de unas gafas de sol que auguran algo de fiesta nocturna. Es jalear a la grada como lo hacía Fermín con la bandera de Andalucía al cuello o no querer irse del césped como Cubarsí o Gavi mientras Szczesny, como veterano paciente, les miraba desde una prudente lejanía con las manos en la espalda antes de enfilar el vestuario. Hansi Flick dio su espacio de regocijo a una plantilla que explotó al levantar un partido que se le fue empinando hasta que dos héroes inesperados, Ferran y Koundé, lo encarrilaron. El valenciano para darle vida al Barça hasta la prórroga y el francés para llevarlo a la gloria.
En 120 minutos pasaron por una montaña rusa de emociones y fútbol: de meter miedo a tener miedo y volver al estado de fe y euforia para ser campeón en el minuto 116. De crecer en las botas de Pedri a fiarlo todo a la resistencia imposible de Iñigo Martínez ante la remontada anunciada de Mbappé y Tchouaméni. Pero sin dejar de luchar. “Lo importante es el trabajo, luego el talento para hacer las cosas”, decía Ferran, elegido mejor jugador de la final. Eso fue lo que hicieron, no dejar de luchar. Cómo no estallar al menos unos minutos. “Sentimos mucha felicidad y vamos a disfrutarlos, pero sin pasarse que espera la Champions”, recordaba el goleador valenciano.
Uno a uno los buscó Flick para felicitarles sin robarles ni un segundo del protagonismo que el alemán, arquitecto de este Barça irreverente, merece.”Yo estoy aquí para crear un ambiente en el vestuario para que los jugadores disfruten y jueguen al máximo nivel. Que vean que creemos en ellos. Se trata de eso”, resumió el técnico.
Esa forma de concebir el fútbol le llevó a que lo primero fue buscar a Carlo Ancelotti. Se fundieron en un abrazo antes de que los culés hicieran un pasillo al Real Madrid para que subiera a recoger la amarga medalla de subcampeón. Hubo confidencias de Ansu Fati con Fran García y felicitaciones de Courtois a Fermín. Respecto y cordialidad hasta que llegó su turno.
Entonces subieron los escalones de La Cartuja cerrando la fila Araújo, capitán algunos minutos sobre el césped, y Ter Stegen, que ha vuelto y ha levantado un título antes de ponerse bajo palos. El Rey entregó les entregó una Copa que ya esperaban en el césped sus compañeros tras recorrer el pasillo formado por el cuerpo técnico y los empleados del club.
Nadie pudo sacarlos de ahí. Se vació la grada culé, se apagó la música y todos los jugadores, con sus familiares, seguían sobre el césped, a donde bajó Joan Laporta para, en un corrillo con sus directivos, festejar el segundo título birlado a su eterno rival. Eso era tan importante como el gesto que tuvo el veterano delegado del equipo, Carlos Naval, mostrando una camiseta que ponía: “Dr. Miñarro, siempre con nosotros”, en recuerdo del médico de la primera plantilla fallecido hace unas semanas.