Real Madrid 91 Barcelona 86
Los de Chus Mateo remontan con 15 puntos del balear en el último cuarto y Musa apuntilla a los azulgrana en el tiempo extra para éxtasis del WiZink
Cuando los tipos que sienten el baloncesto como si fuera pura pasión, lejos tantas veces de la lógica y los corsés, se erigen en protagonistas, cualquier cosa puede pasar en una cancha. Sergio Llull es de esos, un jugador inclasificable, un genio de los imposibles. En su antología de gestas, esa que nunca se agota pese a los años, habrá que anotar esta de una fría tarde-noche de enero. Los que aguantaron en el WiZink sin irse al derbi futbolero fueron testigos de una remontada del Real Madrid al Barça que sólo cabía en la imaginación de alguien como él. [91-86: Narración y estadísticas]
Hasta que el balear dijo ‘ya está bien’, Jasikevicius había vuelto a hacer pequeñito al rival con su equipo de espartanos, capaces de torpedear cualquier plan. Habían transcurrido entonces más de 30 minutos y el ambiente era de run run en el Palacio: el Madrid estaba atrapado en una tela de araña. 15 puntos de Llull después, el Barça, sin embargo, se encontraba en una prórroga y no sabía muy bien cómo.
Y en ese tiempo extra ya no tuvo nada que hacer, porque Dzanan Musa, que aprende lecciones de carácter a pasos agigantados -el talento le sobra-, acudió con la puntilla para éxtasis del WiZink y los muchos que no se fueron al Bernabéu.
Para explicarlo todo habría que rebobinar. En el enésimo clásico de la temporada, el cuarto en cuatro meses (no será ni el penúltimo…), pronto se comprobó que este Real Madrid de Chus Mateo sigue en busca de reafirmación. Como si marchar en cabeza de la ACB y de la Euroliga no fuera suficiente. Y quizá sea así, porque la prueba del algodón contra los más poderosos había sido donde más se le han visto las costuras. Como en los dos precedentes contra el Barça.
6-18 de salida
Eso, los precedentes, suelen marcarlo todo, especialmente si el clásico no es por un título. Un tercer triunfo azulgrana, que ya se impuso para abrir el año en el WiZink, crearía tendencia. Y abriría otro pequeña brecha de dudas en la solidez de Mateo. Por eso el amanecer fue visitante -un 6-18 de salida-, por eso pronto Rudy buscaba en las tribunas y el orgullo lo que no le alcanzaba a su equipo.
El Madrid avanzaba a arrebatos de amor propio y apoyado en apenas cuatro pilares. Hasta el minuto 15, se habían tornado para anotar apenas tres jugadores, Tavares, Musa y Deck, que salió como un ciclón. Ahí llegó el triple de Rudy, quien, como siempre, contagió al resto con su ímpetu defensivo. El Barça, que parecía en un laberinto en ataque, volvió a resurgir a base de triples y se fue al descanso con la sensación de ser el dueño de las sensaciones. El poderío de Satoransky era el mejor de sus síntomas.
El Madrid iba a seguir siendo un querer y no poder. Cada vez que se arrimaba -como cuando el Chacho intentó agitar la tarde en el WiZink-, Jasikevicius volvía a encontrar la tecla y estirar la ventaja. No sólo era el acierto azulgrana, también una defensa que le permitía anotar en transición, pecado mortal en el baloncesto moderno.
Porque el esfuerzo colectivo azulgrana fue brutal. En defensa, donde hasta conseguían minimizar a Yabusele o frenar a Tavares bajo canasta con el poderoso Nnaji, como en ataque, donde se turnaban en la tortura. Ora aparecía Mirotic, ora dos triples de Kalinic…
Al Madrid sólo le quedaba apelar a eso que le hace (o le hacía) único. Sus finales frenéticos de partido, capaces de hacer olvidar hasta los más feos borrones. De esa épica que no hubo ni rastro hace unas semanas en este mismo escenario. De ese corazón que nadie tiene más grande que Sergio Llull. El hacedor de milagros, el tipo más impredecible que jamás vistió esa camiseta, iba a dinamitarlo todo.
Su primera canasta fue un triple sin venir mucho a cuento, desde casi nueve metros, desequilibrado, medio en transición. Viéndole lanzar, cualquier entrenador hubiera torcido el gesto. Pero esos ramalazos de Llull son como una mecha. Deck, que ya estaba siendo el mejor del Madrid, se unió a la misión y entre los dos lograron lo que hasta hace nada parecía un locura: desequilibrar al Barça. Un pimpampum explosivo, 15 puntos de Llull que pusieron por delante al Madrid y sólo Higgins -los errores de Mirotic en ese tramo fueron insólitos- fue capaz de contrarrestar. El propio Llull tuvo el balón para el triunfo, aunque esta vez no escapó del sobremarcaje y todo se fue a la prórroga.
Y ahí, Musa. Y el fin de un Barça al que costará entender cómo se le escapó un partido que dominaba. Pero es que Llull es eso, inexplicable.