Cuando decidieron que no acudirían a la gala del Balón de Oro en París, molestos por el trato del premio a Vinicius y Carvajal, los responsables del Real Madrid situaron a un nuevo protagonista al otro lado de su trinchera. «Balón de Oro-UEFA no respeta al Real Madrid y el Real Madrid no está donde no se le respeta», fue la frase que repitieron fuentes del conjunto blanco durante las horas más tensas del lunes. De nuevo, la dirección de Chamartín
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Leo Messi abandonó el Hard Rock enfadado, mirando al suelo y negando con la cabeza. Está en octavos de final, un hito histórico para el Inter Miami, pero el equipo de Florida dejó escapar un 2-0 contra Palmeiras para terminar firmando unas tablas que le envían directamente a un cruce infernal contra el Paris Saint-Germain, actual campeón de Europa. Allende y Suárez pusieron tierra de por medio para los de Mascherano, pero los brasileños, en un asedio final en busca de la primera plaza del grupo, lograron su objetivo con tantos de Paulinho y Mauricio para conseguir el liderato. Se medirán al Botafogo en octavos.
El Inter mantuvo su evolución mundialista. Mascherano parece haber encontrado las armas para acompañar a Busquets, Messi y Suárez. Su defensa flaquea, pero entre Redondo y Segovia tienen la capacidad suficiente para acompañar en el dominio del juego y Allende ofrece la potencia y la verticalidad que necesitan Messi y Suárez en ataque. Así fueron mejores los de rosa.
Enfrente, el Palmeiras, cuarto del Brasileirao a dos puntos del Flamengo, cuajó sus peores minutos del torneo en una primera parte desastrosa. No tuvo la posesión y no hizo daño a la débil defensa rival. Ni siquiera Estevao, joven promesa del fútbol brasileño que ya ha firmado con el Chelsea, pudo brillar, demasiado anclado en la banda derecha.
A los 15 minutos, un balón largo lo dejó perfecto con el pecho Luis Suárez para la carrera de Allende, imponente al espacio. El argentino aprovechó el hueco creado por el uruguayo y atacó la espalda de los defensas para romper al Palmeiras y definir ante Weverton mientras Murilo, zaguero visitante, se rompía en la carrera.
El gol empujó la idea del Inter, que no es otra que pausar el juego al ritmo de sus veteranos y buscar las roturas al espacio de sus futbolistas más jóvenes. Entre Busquets y Redondo le dieron sentido a las posesiones, con Messi bajando a recibir y haciendo que el duelo se jugara a su velocidad. Lento cuando él quería, rápido cuando observaba algún defecto enfrente.
Pero el Inter no es el Barça de Guardiola y comete errores. Algunos de ellos casi los aprovecha Palmeiras, más cómodo en velocidad, a la contra. Torres estuvo a punto de empatar en el 32, pero no estuvo acertado y el tramo final de la primera parte murió en la pausa de Miami.
Tras el intermedio, se mantuvo el guion, aunque el Inter comenzaba a dar peligrosos pasos atrás y el Palmeiras le empezaba a hundir en su propia área, con Estevao ganando protagonismo.
El fútbol, eso sí, es caprichoso. Luis Suárez lleva unas semanas entre críticas por su nivel, y en el duelo más importante apareció para dar una asistencia y colocar el 2-0 en el marcador. Recibió en tres cuartos de campo rival, se giró, se escapó de un par de rivales y dentro del área superó a Weverton con la potencia de años anteriores. Besos a sus dedos y respuesta a aquellos que no creen en él.
El gol del uruguayo parecía sentenciar el grupo, con Inter primero y Palmeiras segundo mientras el Porto no podía con el Al Ahly. No había peligro para ambos. Pero nadie quería al PSG y el Palmeiras terminó apretando.
Los cambios ayudaron a los brasileños, más frescos de piernas, y Paulinho recortó distancias en el minuto 80. Un cuarto de hora de sufrimiento local que acabó en drama. En el 87, Mauricio aprovechó un mal despeje de la zaga del Inter ante un centro del Palmeiras y batió a Ustari con potencia.
Empate, alegría brasileña y drama para el Inter Miami, que ha pasado de unos octavos en los que podía competir a otros en los debe bailar con la más fea: el campeón de Europa. Messi contra su ex equipo y Luis Enrique contra la base de futbolistas a los que dirigió en el Barcelona.
Luka Modric es una leyenda, el fútbol un juego extraordinario y el destino caprichoso e impredecible. El veterano centrocampista, quién sabe si en su último gran torneo con Croacia, falló un penalti pero marcó en la siguiente jugada para mantener vivo a su país en la Eurocopa hasta el minuto 98, cuando Zaccagni, héroe italiano, anotó el empate que dio el pase a los transalpinos y eliminó a los balcánicos. Fue un duelo agónico, de pura supervivencia. [Narración y estadísticas (1-1)]
Dalic decidió jugarse la vida con su centro del campo de siempre, ese que ha llevado a su país a una final y un tercer puesto en dos Mundiales consecutivos: Brozovic, Kovacic y Modric. La generación dorada merecía protagonizar su último baile de la mano. Y lo hicieron.
Después de un arranque prometedor en el que dominaron la posesión y tuvieron algunos acercamientos en las botas de Sucic y Kramaric, los italianos vieron que no tenían por qué tener miedo, que el empate les podía valer pero que su fútbol daba para más. Barella y Jorginho, capos del Inter y el Arsenal, asumieron su papel y domaron la pelota y a su rival.
Los balcánicos, agónicos y precipitados, tuvieron el balón por momentos, pero estuvieron nerviosos y sin ideas. El conjunto de Spalletti, sin embargo, dejó muy en lo alto el valor del papel que ha hecho España en este grupo. Los italianos son un gran equipo al que sólo le falta un gran nueve, lo que históricamente siempre ha tenido.
Dominar, pero no correr
Retegui, atacante del Genoa, tuvo las mejores ocasiones del primer tiempo. No llegó a un par de centros de Di Lorenzo y en el 20 dirigió un cabezazo que rozó el palo izquierdo de Livakovic, avisando a una grada croata que no dejaba de cantar. Un minuto más tarde, Brozovic apareció milagroso para desviar su volea. Sufría mucho Croacia. En el 26, Livakovic sacó ante Bastoni la ocasión más clara del choque. Un cabezazo a un metro al que el guardameta respondió con agilidad.
Croacia superó el arreón y, consciente de sus limitaciones, volvió a bajar las pulsaciones del duelo. Con ese centro del campo no puede correr, necesita dominar. Y si no domina, puede caer.
La entrada de los jóvenes Sucic y Pasalic no le dio a Dalic lo que quería. Deseó sangre, pero tuvo apatía. No aparecieron entre líneas y Kramaric no tenía el cuerpo suficiente para pelear con los centrales transalpinos. El choque empezaba a pedir a Budimir o Petkovic, gigantes croatas. Todo mientras Livakovic volvía a evitar el primero, esta vez desde los pies de Pellegrini.
El disparo de Zaccagni que valió el 1-1 en Leipzig.EFE
El descanso confirmó los presagios de Dalic, que dio entrada a Budimir en lugar de Pasalic. El del Osasuna se situó como referente para dar una opción en largo y Kramaric volvió a la banda izquierda, su lugar natural. Ahí creció el cuadro balcánico y ahí nació el 1-0, fruto de un golpe del destino que sólo puede ofrecer el fútbol.
Gigante en cada pelea
En el 51, Kramaric, dentro del área, disparó a puerta y la mano de Frattesi desvió el balón. No lo vio Makkelie, pero sí el VAR. Un penalti clarísimo que Modric, en su batalla contra su propio final, quiso lanzar, asumiento la responsabilidad de toda su generación. Quién iba a ser. El croata buscó el lado izquierdo de Donnarumma, pero éste adivinó su idea y rechazó el lanzamiento. Locura italiana para seguir mirando a octavos de final. Pero el fútbol es increíble, imprevisible, y Modric, que podría estar hundido por la situación, se redimió para anotar el primer tanto del duelo en la siguiente jugada. Sucic puso un centro templado, Budimir remató, Donnarumma lo detuvo y el rechace lo envió a gol el centrocampista del Madrid.
El fútbol dio la vuelta en un segundo. De repente, Italia se quejaba y temblaba con balón y Croacia cantaba que seguía viva. Modric, MVP, se hizo grande, gigante en cada pelea por el balón, Brozovic ocupó espacios como si fuera 2018 y el equipo mordió, elevado por una afición que convirtió Leipzig en Zagreb.
Con el paso de los minutos, Italia se recompuso y fue consciente de su situación. Creció otra vez con el balón y asedió la portería de Livakovic en un tramo final catatónico. En Croacia, ya sin estrellas, sólo quedaron secundarios con oxígeno achicando balones. Parecían aguantar, pero una arrancada de un imperial Calafiori asistió a Zaccagni para que el de la Lazio anotara un golazo por la escuadra. Italia vivió, Croacia murió y depende ahora de una carambola milagrosa.
"Boca, mi buen amigo, esta campaña volveremos a estar contigo..." y el "Dale, dale, dale, dale, Bo..." sonaron sin parar en el Hard Rock Stadium, renombrado a 'La Bombonera de Miami', donde miles de aficionados de Boca Juniors hicieron suyas las gradas como si el partido contra Benfica se celebrara en Buenos Aires. Los argentinos se pusieron 2-0 por delante, pero lo dejaron escapar a pesar de jugar gran parte del segundo tiempo con un jugador más. Otamendi, confeso seguidor de River, les silenció en el tramo final.
El primer partido de Miguel Ángel Russo al mando del equipo xeneize después de la serie de fracasos que terminaron con el despido de Fernando Gago dejó paso a una de las primeras sorpresas de este Mundial de clubes. Un Boca imponente, físico y vertical que pasó por encima del Benfica en los primeros 45 minutos. No lo vio Ander Herrera, lesionado a los 19 minutos.
Merentiel, en el 21, y Battaglia, en el 27, provocaron el delirio en el fondo argentino del Hard Rock, incrédulo ante lo que tenía delante. El primero lo hizo el delantero tras una gran jugada de Lautaro Blanco por la banda izquierda, caño incluido, y una buena definición al primer toque del atacante.
El segundo, con el ímpetu encendido de Boca, lo cabeceó a la red Battaglia tras una segunda jugada aprovechando un córner. Y así Boca, en un grupo que completan Bayern Múnich y Auckland City, daba un paso de gigante para estar en octavos de final.
Mientras, el Benfica trataba de asentar el golpe. El cuadro portugués, subcampeón de la liga portuguesa y eliminado por el Barça en octavos de Champions, hace crecer su equipo sobre Renato Sanches, Di María y los goles de Pavlidis, pero ninguno aparecía y las contras de Boca hacían daño. Tampoco Álvaro Carreras, pretendido por el Madrid.
Con el paso de los minutos, los lusos reaccionaron. Di María y el rápido Bruma comenzaron a entrar más en juego y Benfica empujó hacia la portería de Marchesin. Las distancias se recortaron rozando el descanso y con un penalti claro de Carlos Palacios a Otamendi en la salida de un córner. El VAR avisó al colegiado, el mexicano Cesar Arturo Ramos, y éste decretó el castigo al ver la imagen por la pantalla. Desde los once metros, Di María puso el 2-1 camino de vestuarios.
La segunda parte fue una trinchera tras otra. Una guerra convertida en final por el segundo puesto del grupo, asumiendo que el Bayern está un escalón por encima de ambos. Boca jugó con los tiempos y las sensaciones, entrando en la picaresca de tirarse en el suelo, provocar y alargar todo lo posible las pausas.
Benfica se desesperó por momentos y cayó en la trampa con la tarjeta roja a Belotti por juego peligroso, pero volvió a reaccionar con uno menos, olvidando las peleas con el rival y centrándose en el juego. Desde el banquillo, Bruno Lage ayudó con los cambios. Kokcu y Prestiniani acompañaron la posesión y Carreras empezó a ganar terreno por el carril izquierdo, llegando hasta línea de fondo y provocando córners
Uno de ellos, terminó en un formidable cabezazo de Otamendi, fan de River, para mandar callar al fondo xeneize. A Boca se le escapó una victoria en superioridad numérica y terminó sufriendo tras la expulsión de Figal por una temeraria entrada sobre Florentino en un tramo final de patadas y tanganas.
La tuvo el Benfica en el descuento, pero este Grupo C, si ambos ganan contra el Auckland City y caen contra el Bayern, va camino de decidirse por la diferencia de goles. Espectáculo asegurado.