El organismo que preside Javier Tebas permitirá a la entidad barcelonista inscribir a los jugadores renovados y firmar nuevas incorporaciones este verano
Tebas, el pasado jueves, en Madrid.MARISCALEFE
El Barça ya tiene el visto bueno de LaLiga a su plan de viabilidad económica para las dos próximas temporadas y que estaba sobre la mesa del organismo que preside Javier Tebas desde hace un par de semanas. Con esta resolución, la entidad barcelonista podrá tanto inscribir a los jugadores que ya han llegado a un acuerdo con el club para renovar sus respectivos contratos como llevar a cabo nuevas incorporaciones en el próximo mercado de invierno.
Así, el club podrá finalmente inscribir a Ronald Araujo, Gavi, Marcos Alonso, Iñaki Peña y Sergi Roberto y avanzar en las opciones de mercado que tiene sobre la mesa, entre las que destaca su propuesta a Leo Messi para que regrese a la disciplina azulgrana.
Este mismo lunes el padre y agente del jugador, Jorge Messi, mantuvo una reunión con el presidente del Barça, Joan Laporta, para abrirle definitivamente la puerta a esta opción. Tras la reunión, el padre del futbolista habló muy brevemente con los medios de comunicación y aseguró que la gran prioridad de su hijo es volver a un club del que salió de forma traumática hace prácticamente dos años, después de que su delicadísima situación económica frustrara la posibilidad de renovarlo y le llevara a recalar en un PSG del que ya ha anunciado su próxima desvinculación.
Para presentarle una oferta formal, la entidad barcelonista necesitaba el OK de LaLiga a su plan de viabilidad, un trámite que estaban convencidos de que se lograría, pero que no se ha hecho oficial hasta este mismo martes.
La propuesta del Barça, en este caso, tendrá que competir con la multimillonaria oferta que le ha puesto sobre la mesa al argentino el Al-Hilal de Arabia Saudí, con alrededor de 400 millones de euros por temporada, y la del Inter de Miami, de la Major League Soccer estadounidense, cuyo uno de sus máximos accionistas es el ex madridista David Beckham.
El posible retorno de Leo Messi, por otro lado, podría venir acompañado por una serie de incorporaciones entre las que destacarían también la de Íñigo Martínez, que ya estuvo en la agenda azulgrana el año pasado y que termina su contrato con el Athletic el próximo 30 de junio, o la de Ilkay Gundogan, que también finaliza su compromiso con el Manchester City en cuanto termine la presente temporada. El alemán, en estos momentos, no parece estar por la labor de aceptar la propuesta de tres años más de contrato que le está ofreciendo el club inglés, que disputará el próximo fin de semana la final de la Champions con el Inter de Milán en Estambul.
Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.
Javier Pérez Polo intentaba no romper a llorar, pero una cosa son las intenciones y otra la emoción. Explicaba «los despistes» que le acababan de costar una medalla de bronce olímpica, la recompensa a años de dedicación. Pero cuando la voz se le quebró definitivamente fue cuando se acordó no de su derrota reciente con el brasileño Pontes, sino de la de su amigo y compañero de entrenamientos Adrián Vicente el día anterior.
«Los dos con diploma nos hemos quedado. Duele. No he tenido mucho tiempo de hablar con él. Me ha estado ayudando todo el día a calentar. Es que le quiero como un hermano». Tras el miércoles negro del taekwondo amaneció un jueves de esperanza en el Grand Palais, el escenario cubierto más imponente de todos los Juegos. Adriana y Adrián fueron lágrimas inesperadas y Pérez Polo, otro madrileño, no lo pudo arreglar por bien poco. Cayó (-68 kilos), en un parejo duelo (2-1). «Ese final del primer asalto que me da arriba, un despiste. El tercero me como dos acciones abajo, otro despiste», enumeraba.
Le consolaba Miguel Ángel Herranz, su entrenador en el CAR de Madrid, como intentando explicar lo cerca que había estado de una medalla olímpica. Efectivamente, fue cuestión de detalles con el brasileño Netinho, un rival que acudía de la repesca con bastante peor ránking que él. Javier no pudo cumplir con la tradición nacional en la especialidad, siete medallas en la historia olímpica.
Tokio
Era la segunda cita olímpica -en realidad, la tercera, pues en Río, acudió como sparring de Jesús Tortosa- para el de San Fernando de Henares, que en Tokio recibió una de esas lecciones que se graban en la piel. Aunque acudía con el cartel de su subcampeonato del mundo de 2019, a las primeras de cambio el egipcio Abow le arrebató cualquier opción.
En París fue avanzando tras su contundente victoria de primera ronda contra el tailandés Baulung Tubtimdang y luego, silenciando el Grand Palais, ante el local Souleyman Alaphilippe, al que todo el mundo le pregunta por su inexistente parentesco con el ciclista Julian. Ya en semifinales le tocó vérselas con el gran favorito, el campeón olímpico en Tokio. El uzbeco Ulugbek Rashitov, pese a sus problemas en un pie, no le dio demasiadas opciones. Perdió Javier el primer asalto (3-7) y también el segundo, mucho más igualado (3-3).
La presentación en el Grand Palais es asombrosa. Los dos púgiles bajan desde lo alto, por unas imponentes y largas escaleras hasta el lugar donde se lo jugarán todo. Pero ahí, el madrileño, estudiante de criminología y novio de Cecilia Castro -su turno en París es hoy: «La tía es una guerrera. Va a hacer un buen papel seguro. Ojalá se lleve esa medalla que tanto ansía»-, no fue capaz de aprovechar la oportunidad de su vida.
Perdió el primer asalto por una técnica de golpeo de Netinho que dio en su cabeza y que el árbitro sólo vio en la revisión. Logró imponerse, no sin apuros, en el segundo. Pero el tercero, de nuevo igualadísimo, se le fue en uno de esos «despistes» y el brasileño supo jugar con las salidas del tapiz para hacerse con el bronce olímpico. «Ahora, obviamente, siento rabia y frustración», concluía.