El argentino alabó el estilo de Ancelotti, sostenido por un contragolpe que siempre fue su arma favorita, pese a las críticas. El Atlético carece de un ariete y una plantilla que vuelva a sostener esa idea
No hay ninguna duda de que el contragolpe es todo un arte. Un recurso letal para alcanzar el único propósito del fútbol: el gol y la victoria. Sin embargo, su esplendor, su belleza, suele variar según el autor intelectual y el artífice. Tras perder su decimosexto derbi (10 victorias y 11 empates) y a ocho puntos de la cabeza, a Diego Pablo Simeone le vinieron muchas cosas a la cabeza. Un puñado de nostalgia y viejos recuerdos sobre ese pasado en el que su Atlético, como prometió a su llegada, en aquella rueda de prensa en el difunto Vicente Calderón, el 27 de diciembre de 2011, se las gastaba de otra manera. Mucho más, cuando se encontró, casi fortuitamente, con aquel Diego Costa que dio sentido a todo.
“Quiero un equipo agresivo, fuerte, aguerrido, contragolpeador y veloz. Eso que nos enamoró siempre a los atléticos. Vamos en busca de lo que fue nuestra historia”, fue su primer sermón antes de zarpar, con el influjo evidente de Luis Aragonés. Tras 11 años entre éxitos y alguna que otra tormenta, el viento le ha obligado a cambiar. A tratar de descubrir otras maneras de alcanzar la orilla entre sonrisas. Y lo hizo. La mejor prueba es la Liga 20/21, agarrado a esa metamorfosis que acabó siendo la clave del éxito en Valladolid.
El caso es que anoche, desde el atril del Cívitas Metropolitano, Simeone echó la vista atrás porque el Real Madrid de Carlo Ancelotti le había resultado familiar. Ocurrió lo mismo no hace ni un año, durante el derbi del Santiago Bernabéu. Aquella noche, Benzema y Asensio zanjaron el asunto en dos contraataques. Esta vez, a pesar del amago de rebelión, ya en el ocaso, fueron Rodrygo y Valverde quienes calcaron el guion.
“La contundencia es maravillosa y ver a un equipo que defiende en bloque bajo y sale así a la contra… Me recuerda al equipo que teníamos con [Diego] Costa, cuando nos decían que jugábamos defensivamente”. La reflexión de Simeone, aparte de un puntiagudo dardo a aquella visión crítica de la época hacia su equipo, donde la eficacia y veneno a balón parado era definido como un recurso vulgar, y el contragolpe era visto más como una tara que como una virtud. “Si Simeone dice que hemos defendido bien en bloque bajo, le digo que gracias, porque creo que es un cumplido”, replicaba Ancelotti, consciente de la doble trayectoria de la bala.
La contra perfecta de Griezmann en Múnich
Pero, ¿puede este Atlético recuperar aquella esencia? ¿Hay algo que le impida volver a echar mano de ese estilo?
Para empezar, no hay nadie en esta plantilla con esa aura indestructible que transmitió Diego Costa en su punto álgido de la temporada 2013/14, donde marcó 36 goles a embestida limpia. Zancada, velocidad y, sobre todo, gol al servicio de una idea. Tenía 25 años. Lo más parecido es Matheus Cunha, apadrinado por el propio Costa, pero, a sus 23 años, carece de esa pegada y determinación que convirtió a su compatriota en el delantero del momento. En el tipo por el que más ha insistido Simeone, hasta ese segundo advenimiento de Griezmann. Ni siquiera con Radamel Falcao, que suspiró por una segunda oportunidad antes de la llegada de Morata, en 2019.
El francés fue el autor del contragolpe más icónico en la etapa del Cholo. Sí, aquel que logró sofocar el asedio de Múnich, rumbo a la final de la Champions 2016. Pero Antoine, como el propio Atlético, ha cambiado. Ahora, a sus 31 años, tiene otra manera de ver las cosas sobre el campo. Lejos quedan los 32 tantos de aquella mágica temporada. Morata no tiene ese don con el que contaron aquellos y Joao Félix, excelso con el balón (y desaparecido en el derbi), carece de la munición necesaria.
Tampoco la medular tiene ese músculo de aquellos días del pasado. Todo se articulaba en torno a Gabi y Tiago. A veces Mario Suárez o Augusto Fernández. Esa metamorfosis del juego rojiblanco, en busca de otra idea ajena a aquel pasado, ha dibujado una plantilla con gustos y virtudes diferentes. Más allá del pulmón de Kondogbia, que no es fijo, o de la precisión de Witsel, ahora central.
Tras el derbi, Simeone meditaba sobre todo lo que había pasado delante de sus ojos. Sobre ese arte del contragolpe que su Atlético bordó hace años, y que siempre estuvo bajo sospecha. Es evidente que los tiempos han cambiado.