Jamás en la historia del Panathinaikos, siete veces campeón de Europa, ningún jugador propio había firmado una noche estadísticamente tan descomunal como la de Juancho Hernangómez contra en Anadolu Efes en el primer partido de cuartos de final (87-83). Y, sin embargo, cuando el protagonista fue entrevistado nada más terminar su festival, se desprendió de todo mérito: “Nuestro MVP es Kendrick [Nunn], lo seguimos. Hizo un gran trabajo encontrando los pases extra”.
El madrileño se refería al recién nombrado MVP de la temporada regular en el Euroliga, que en la jugada clave encontró liberado a Jerami Grant para que el actual campeón sellara su remontada contra el Efes. Pero, por mucho que desviara la atención, lo de Juancho pasará a la historia. Un actuación tan redonda que agota sólo relatarla: 20 puntos (7 de 7 en tiros de dos), 16 rebotes, tres asistencias, tres robos, dos tapones…
Ergin Ataman, su inefable entrenador, sólo se atrevió a sentar al mediano de los Hernangómez 56 segundos. Tal es la dependencia que el Panathinaikos tiene del internacional español. Un relación de amor que nació de la forma más improbable, en la final de la pasada Euroliga en Berlín, donde Juacho brilló contra el Madrid tras un curso, su primero de vuelta de la NBA, de vaivenes.
Nada que ver con el presente. Ídolo ya de las gradas del OAKA, el ex de Estudiantes, que nunca es primera opción ofensiva en un equipo repleto de talentos, se ha convertido en indispensable. Hace sólo unos días fue elegido en el segundo mejor quinteto de la competición, con promedios de 10,1 puntos y siete rebotes. Entrega, defensa, inteligencia competitiva… Un jugador en su cénit.
“Nunca nos rendimos, este equipo es muy peligroso, juega muy bien en los contraataques. Siendo sinceros, no jugamos bien. Veamos el vídeo y volvamos al segundo partido”, añadió Juancho en la breve entrevista, haciendo hincapié en un partido que al campeón le costó sacar. Al comienzo del último cuarto todavía perdía por 10 ante un Efes en el que brilló Poirier (17 puntos, ocho rebotes, cinco tapones). Un parcial final de 23-11 evitó que los griegos perdieran el factor cancha.
Tanto los 16 rebotes como los 40 créditos de valoración del español son historia del club heleno, superando las marcas de Stéphane Lasme (12) y Dimitris Diamantidis (34).
Red Auerbach dijo una vez que los Celtics no eran un equipo de baloncesto sino un "modo de vida". Ahora que la leyenda verde vuelve a recuperar el trono, a ganar el anillo 16 años después y a situarse (de nuevo) por encima de los Lakers en esa eterna batalla por la hegemonía (18 títulos a 17) en la NBA, retumban las enseñanzas del entrenador y dirigente fallecido en 2006, las volutas de humo de los puros con los que festejaba los triunfos en el viejo Garden, la forja de un destino emparentado con la competitividad, con el baloncesto al 100%, con los mitos también en la cancha. Ese halo de energía flotaba en la peculiar ciudad de Boston, en una noche como las de antaño.
Todo empezó con el pionero Red y siguió con Bill Russell. Y este anillo logrado ante los Mavericks de Luka Doncic casi por la vía rápida, perdiendo apenas tres partidos en todos los playoffs (y 18 en temporada regular), es en honor al gigante fallecido hace dos años. Estos Celtics de los 'Jays' (Tatum y el MVP Jaylen Brown) que perdieron las Finales de 2022 contra los Warriors y se llevaron un buen sofocón el curso pasado en la final del Oeste contra los Heat, han vuelto a desempolvar el añejo espíritu guerrero de la franquicia creada por Walter Brown en 1946, la primera en elegir a un jugador negro en el draft, la primera en colocar a cinco jugadores afroamericanos juntos en la pista (1963), la primera en tener un entrenador de color (1966). Todo por obra de Auerbach, el verdadero creador del mito celtic, autor de sentencias igual de inolvidables. "Yo siempre buscaba chicos con buen carácter y procedentes de un buen programa. Para mí, como si llevaba falda escocesa", reivindicó tras elegir a Chuck Cooper en 1950, dos meses después de llegar al cargo.
Bill Russell y Auerbach, en una foto de archivo.AP
Con Red y Bill juntos se creó una de las mayores dinastías del deporte en EEUU, con 11 títulos de 1957 a 1959. "Auerbach, como Santiago Bernabéu en el Madrid, fue el eje de todo. Él tiene una idiosincrasia muy particular: veía lo que otros no. Tenía un concepto y un ojo para jugadores muy marcado. Y luego iba renovando. Cuando se retira Bob Cousy, vienen Sam y KC Jones. Nunca perdía calidad en el equipo. Y el gran mérito es que sólo había 12 equipos, todo agrupado, con jugadorazos en todas las plantillas. Jerry West, Oscar Robertson, Will Chamberlain... Quedar tantas veces campeón así es una proeza", reflexiona el periodista Antonio Rodríguez, autor del libro 'La leyenda verde', todo un experto en la mitología Celtic.
Que incluye nombres propios que pueblan el cielo del actual TD Garden, que sigue conservando partes del parquet de madera de roble procedente de los bosques de Tennessee del original, reutilizadas tras haber sido barracones de la segunda guerra mundial. Bob Cousy, John Havlicek, Tom Heinsohn, KC Jones, Dave Cowens y después Larry Bird, Kevin McHale, Robert Parish y la rivalidad con los Lakers elevada hacia cimas que relanzarían (junto a un tal Jordan a continuación) la NBA hasta lo que es hoy en día... También episodios malditos, como las trágicas muertes de Len Bias (por sobredosis, horas después de que los verdes lo eligieran como número uno del draft) y Reggie Lewis (un paro cardíaco súbito en un entrenamiento) y la travesía en el desierto de 22 años hasta volver a ser campeones con Garnett, Allen o Paul Pierce.
"Los 80 fue otra época dorada. Larry Bird fue elegido en el draft un año antes de que pudiera jugar en la NBA. Auerbach sabía que iba a ser icónico. Y le rodeó con tipos que quizá nunca hubieran sido estrellas. McHale, Danny Ainge, que estaba entre el béisbol y el baloncesto, Parish... Un equipazo. Las muertes de Len Bias y Reggie Lewis impidieron que hubieran conseguido mucho más en los 90", admite Rodríguez.
Las cosas siguen igual en Boston, una ciudad donde "la religión era el hockey hielo, con los Bruins", donde las tradiciones se respetan como en ningún otro sitio. El mismo escudo con el Shamrock irlandés, la misma camiseta, el mismo logotipo con el Leprechaun, ese duende de la mitología gaélica que diseñó Zangfeld, el hermano de Auerbach. Pero desde aquel 2008 hasta ahora han pasado un buen puñado de años y de expectativas. Hasta dos anillos de los Lakers, incluido el de las Finales de 2010. Y la enésima reinvención y de decisiones de las que marcan el porvenir. Esta vez, con dos pilares elegidos consecutivamente en el tercer puesto de los draft de 2016 y 2017. Y de los refuerzos que han hecho insuperables a los del religioso Joe Mazzulla (su nombre ya junto a los de Auerbach, Russell, Heinhson y Doc Rivers), especialmente el de Jrue Holiday (Porzingis se perdió demasiados partidos por lesión) llegado desde el que parecía su principal rival en el Este, los Bucks. Todo por obra en los despachos de Brad Stevens, otro que pasó del banquillo a la gerencia con decisiones trascendentales.
Jaylen Brown, tras conquistar el anillo y el MVP.ELSAGetty Images via AFP
Ahora, el heredero del Celtic Pride es Tatum, cinco veces All Star, oro olímpico en Tokio (también estará en París). Un chico de 26 años formado en Duke, profundamente admirador de Kobe Bryant y que no se ha perdido ninguno de los 130 partidos que los Celtics han disputado en playoffs desde la temporada 2016-2017. Y la pareja que forma con Brown, el escudero perfecto que ha logrado un merecido MVP tras unos playoffs pletóricos.
Europa, la razón de ser del Real Madrid, su destino obligado, no supuso reacción. Este nuevo Madrid en busca de rumbo y crecimiento sumó su tercera derrota seguida del curso, otro borrón, otro palo en la rueda para su despegue, ante un Bayern agresivo y mordaz, liderado por la clase de Shabazz Napier, uno de esos NBA que alegran la Euroliga. [97-89: Narración y estadísticas]
Las alarmas ya están encendidas, pese a que no van ni dos semanas de competición. Fue un mercado de riesgo, una renovación más profunda de lo habitual, y Chus Mateo sabe que no puede permitirse un equipo sin alma. Intentó ponerse serio tras un mal arranque, firmó unos alegres minutos después del descanso, pero acabó tan desquiciado como Campazzo en la última jugada, en la que fue expulsado por protestar de mala manera una falta que no pitaron cuando buscada a la desesperada la prórroga.
Todo en el estreno del espectacular SAP Garden, donde flotaba en el ambiente el navajazo en Coruña y la final de la Supercopa perdida. Y el Bayern, también reinventado con Gordon Herbert y hasta cinco caras nuevas, pronto supo agrandar la herida con su baloncesto de cara.
Sin Hezonja, Mateo varió su quinteto con la introducción de Eli Ndiaye (repitiendo el guion de las dos últimas Final Four) y sin el señalado Rathan-Mayes (que dejó fogonazos de calidad, aunque falló cuatro tiros libres imperdonables). Pero pronto se comprobó que el arranque de la Euroliga en Múnich no iba a servir para reencontrarse con la fluidez. Dos derrotas seguidas nublan la confianza, más cuando el remozado Madrid necesita cimientos desde los que crecer. Pero este Bayern post Laso encontró facilidades que quizá no esperaba.
Defensa
Los blancos olvidaron la lección número uno, la de defender. Pérdidas, faltas de concentración y el Bayern acribillando desde el perímetro, especialmente mortal Napier. Sólo Musa, como queriendo arreglar el desaguisado que costó la derrota en Coruña el domingo, contestaba. Mateo hizo debutar en la temporada al olvidado Hugo González y fue la segunda unidad la que propició la primera reacción, con un triple desde el medio del campo sobre la bocina de Rathan-Mayes.
Pero el inicio del segundo acto fue volver a las andadas, a la desidia defensiva, con Carsen Edwards como un demonio y Voigtmann descolocando a todos con sus lanzamientos y sus rebotes ofensivos. La ventaja llegó a ser de 11 tras una canasta de Booker y ahí, de nuevo, el toque a rebato. Otro golpe de orgullo comandado por Campazzo y Tavares para cerrar la herida antes del descanso (52-51).
Fue otro Madrid a la vuelta, como no podía ser de otra forma. Y pronto se notó en el marcador su salto defensivo. Un parcial de 0-13 para cambiar la dinámica. Campazzo se adueñó completamente del escenario, una lección magistral de dominio, baloncesto diversión con puntos y asistencias y su clásica conexión con Tavares. Sólo cuando se tomó un descanso -el contraste con Feliz es abismal todavía- pudo el Bayern respirar.
Pero cuando la corriente parecía a favor, emergió un Bayern tremendo en el comienzo del acto definitivo. Un 24-4 (cinco triples y la electricidad de Carsen Edwards y Napier) para encender todas las alarmas, para tirar todo el trabajo por tierra, pues ni el desesperado arreón final pudo evitar el peor de los augurios, una derrota para empezar la Euroliga, tan fastidiosa como para sacar de sus casillas a Campazzo, el líder que comprueba como su excelencia no le sirve a su equipo.