La felicidad o por qué Alcaraz dominó el tenis este año

La felicidad o por qué Alcaraz dominó el tenis este año

Estaba en un hotel de puro lujo en una isla paradisiaca de Turcas y Caicos, tenía una playa privada frente a su habitación y un barco a su disposición para navegar hasta Miami, pero lo que recordará Carlos Alcaraz de sus semanas de vacaciones recién finalizadas serán las partidas de mus o de League of Legends junto a su hermano Álvaro y sus amigos de siempre, el Joserra, el Pedro, el Fran, el Álex.

2025 fue el mejor año de la carrera de Alcaraz: remontó la final de todas las finales en Roland Garros ante Jannik Sinner, volvió a derrotar a su máximo rival en el US Open y acabó la temporada como número uno. Pero sobre todo 2025 fue el año en el que encontró el equilibrio.

Hay muchos motivos técnicos y muchos motivos tácticos y muchos motivos técnico-tácticos, pero si el español domina el tenis de la manera en la que lo hace, hasta sumar seis Grand Slam con apenas 22 años, es porque ha entendido una cosa: las victorias no dan la felicidad, la felicidad puede llevar a las victorias.

Otras temporadas acabó cayendo en la desesperación, el llamado burn-out: en 2025 ya no. Alcaraz ha comprendido que lo primero es su bienestar. Para vencer necesita alegría y su alegría se basa en la compañía, en sentirse querido, en estar con los suyos el máximo tiempo posible. Más que trofeos, le llenan las comidas con su familia, los ratillos con los amigos.

Bajo esa máxima también se puede entender el divorcio con su entrenador, Juan Carlos Ferrero: por encima de todo, su espacio. Bajo esa máxima incluso se puede entender su ventaja respecto al resto de tenistas.

El antiejemplo, Zverev

Este 2025, cuando el español o Sinner no estaban en pista, se observaban cuadros de ansiedad, montones de hombres padeciendo el privilegio de vivir holgadamente de un juego. Hay un debate encendido sobre qué posición ocuparían Alcaraz o Sinner si hubieran nacido 15 o 20 años antes, pero no hay duda sobre qué pasaría con el resto de jugadores del Top 10 actual. Nada bueno.

El caso paradigmático es Alexander Zverev. De otros, como Alex de Miñaur o Lorenzo Musetti, se puede decir que su tenis no les alcanzó para discutir a los dos mejores del mundo. Pero con el alemán es distinto: tiene el juego, siempre lo ha tenido, pero le falta precisamente eso, la alegría.

Zverev vive en una constante lucha contra sí mismo que le lleva a sabotarse cuando menos debe. Cuatro veces se enfrentó al italiano durante la temporada y cuatro veces se empequeñeció hasta desaparecer. Su estabilidad parece depender de ganar, incluso de ganar mucho, de celebrar por fin su primer Grand Slam, y así será difícil que lo consiga.

En un deporte individual, más en uno tan cruel como el tenis, esa inquietud es letal. Y al mismo tiempo quizá sea inevitable. Quienes llegan a lo más alto de la ATP lo hacen cargados de un entorno armado de halagos y exigencias -normalmente personificado en el padre- y es imposible hollar la cima con tanto peso.

Muchos de su generación ya han caído por lo mismo: Daniil Medvedev, Stefanos Tsitsipas, Andrei Rublev. Y muchos otros lo harán. La revelación del final de temporada fue Felix Auger-Aliassime, aunque en sus ojos se sigue leyendo la tristeza.

Sinner aprende a disfrutar

También les pesa la diferencia con Alcaraz, siempre disfrutón, y con un Sinner que este 2025 ha emprendido su mismo camino. La rivalidad con el español sería un nido de frustración para muchos, ya no digamos perder como perdió en París, pero el número dos del mundo analizó lo ocurrido y extrajo la mejor conclusión posible: su rival le derrotó porque al final se lo gozó más. El balance, Sinner también ha hallado el balance.

En el último de seis duelos Alcaraz-Sinner del curso recién terminado, la final de las ATP Finals, pasó algo extraordinario. Durante el segundo set, Sinner engañó con una dejada de revés a Alcaraz y este, que no llegó a devolverla, sonrió. Sonrió de verdad. Sonrió con todos los dientes.

Si hubiera sido un partidillo en el club, sin trofeos ni cámaras, lo hubiera parado y le hubiera dicho a su amigo: «Lo ves, ahí me has pillado». Son muy distintos, pero Sinner devolvió el detalle a Alcaraz con una miradita cómplice. Dentro de todo, los dos estaban echando un buen rato.

Poco después, en Turín, las cámaras ya estaban apagadas, pero al acabar la ceremonia de trofeos, Sinner saltó a la pista con su equipo, unos familiares, su nueva pareja y su perrete. Ahí se podía ver que el tipo es mucho más alegre de lo que parece.

Le lanzó un «Sit!» al animal, el animal le hizo caso y entonces Sinner soltó una carcajada. ¡Una carcajada! Como Alcaraz, parece que también se siente en paz, que duerme bien, que tararea al pasear por la calle. Este 2025 fue el año de la felicidad en el tenis; la felicidad de Alcaraz y Sinner que no se sustenta en victorias.

kpd