Herida, enrabietada, reivindicativa, aún dolida por su derrota en los 400, Katie Ledecky salió en los 1.500 a un ritmo brutal. Salvaje. Lani Pallister, la fondista australiana, optimista hasta lo utópico, trató de aguantarla. Pero era como intentar seguir a Pogacar. Un imposible. Un suicidio. Ambas volaban por debajo del récord del mundo. Las demás no aparecían en el plano, en la pantalla. Pero Pallister no aguantó y, finalmente, su excesivo esfuerzo, fruto sin fruto de su aplaudible ambición, le costó la plata ante Simona Quadarella.
Hasta los 1.300 mantuvo Ledecky el pulso consigo misma, con su récord del mundo de 2018 (15:20.48). Lo perdió (15:26.44). Pero su comportamiento contribuyó a una prueba de altísimo nivel en la que Quadarella batía el récord de Europa (15:31.79).
Y hablando de nivel, nunca hubo en los 100 espalda masculinos unos números mejores en un podio. Los tres primeros bajaron de los 52 segundos: el sudafricano Pieter Coetze (51.85, tercera mejor marca de todos los tiempos), el italiano Thomas Ceccon (51.90), plusmarquista mundial con 51.60, y el francés Yohann Ndoye-Brouard (51.92, récord nacional). Kliment Kolesnikov lideró la prueba hasta los últimos 20 metros. Iba demasiado aprisa y se hundió hasta el quinto puesto.
Regan Smith (USA) y Kaylee McKeown (Australia) se han estado arrebatando la una a la otra en los últimos años, desde 2019, el récord mundial de los 100 espalda, que ahora ostenta Smith con 57.13. Pero, en las máximas competiciones, la australiana le tiene comida la moral a la estadounidense. Y casi, esta vez, además, le vuelve a quitar la plusmarca.
Ganó con 57.16. Smith se quedó en 57.35 y mantuvo la plata ante la otra americana Katharine Berkoff. En ese equipo americano afectado por la intoxicación alimentaria, las mujeres están solventando la papeleta mejor que los hombres. O estaban menos afectadas en virulencia o en número, o se han recuperado más rápidamente.
David Popovici, el favorito, se impuso en los 200 libre. El rumano repartió muy bien los esfuerzos y remontó en el último largo. Fue muy fuerte y muy inteligente. Tocó la pared en 1:43.53, por delante del estadounidense Luke Hobson (1:43.84) y el japonés Tatuya Murasa (1:44.54). El récord del mundo de Paul Biedermann (1:42.00) se mantiene bastante tranquilo desde 2009, cuando la Era del Poliuretano. Es uno de los pocos topes que sobreviven desde entonces. Pero si alguien puede romperlo, ese es Popovici. Lleva unos años en la cumbre. Pero sólo tiene 20.
La última final de la jornada, los 100 braza femeninos, fue también la de la gran sorpresa hasta ahora de la competición. Para empezar, se habían quedado a las puertas la plusmarquista mundial, Lilly King, y la doble campeona del mundo, Ruta Meilutyte. La ocasión la aprovechó la inesperada alemana Anna Elendt, plata en Budapest 22, es cierto, pero no una estrella en el conjunto de la disciplina.
Ganó, por añadidura, nadando por la calle 1. Una rareza. La piscina estaba entre embelesada y excitada contemplando la pugna por las calles centrales de Kate Douglass y Qianting Tang. Y, de pronto, se dio cuenta de que la vencedora estaba fuera de su foco visual. Elendt, una joven de 23 años, de tez morena y rasgos meridionales, realizó 1:05.19. Douglass, 1:05.27. Y Tang, 1:05.64.
Fracaso español
Ningún español pasó a las semifinales de sus pruebas. Al menos, aunque flojas, Emma Carrasco (200 estilos) y Carmen Weiler (100 espalda) nadaron las de las suyas. Pero esta vez ni Nil Cadaval, en los 50 braza, ni Arbidel González, en los 200 mariposa, se acercaron a la frontera que separa las series de las “semis”. Cadaval (27.90) no se aproximó a su récord nacional (27.50). La empresa, por otra parte, estaba difícil: el corte se hizo en 27.20. Arbidel marcó 1:56.48, bastante lejos de su tope nacional (1:54.99). De haberlo repetido, o de haberse acercado, habría entrado sin problemas en esas semifinales. El corte se produjo en 1:56.35.
En la tradicional, eterna lucha entre Estados Unidos y Australia que sigue dando lustre a la natación, manda hasta ahora Australia. Acopia seis medallas por 10 de Estados Unidos. Pero una más de oro (tres por dos). El oro… Esa fiebre, esa quimera.