Lo conocí en el palco del Camp Nou. Era vicepresidente de aquel Barça de 2000 que esperaba, perdido entre cambios continuos de entrenador, a que un chico argentino de Rosario de 13 años se hiciera mayor. Era ya una eminencia: había dirigido varios hospitales públicos de Barcelona, pertenecido a los consejos de administración de los grupos hospitalarios privados más importantes de España y fundado el Grupo USP Hospitales, del que era presidente. Y tuvo mucho que ver con el fichaje de ese crío.
Por aquellos años yo era presentadora de un programa de entrevistas en TV3 y estaba deslumbrada con aquel directivo brillante y carismático. Cuando reuní valor para pedirle para mi padre una visita a la Lotja, su gran ilusión al cumplir ochenta, simplemente se desvivió. Ese era Gabriel Masfurroll, el que después se convertiría en nuestro “arcángel” san Gabriel, el amigo al que recurrir cuando alguno de los nuestros requería ayuda.
Fue pionero en la gestión médica privada y, tras convertirse en un referente en la modernización de este sector, Masfurroll siempre persiguió la excelencia y el rigor. Pero su obsesión era tratar a las personas como personas: “curar y cuidar”, decía. Desdeñaba a los lumbreras que diagnosticaban sin tacto, porque en su manual de instrucciones la humanidad era una prioridad.
El deporte -fue miembro de la selección española de natación y presidente de la fundación Laureus- forjó su capacidad incansable para derrochar esfuerzos y proteger al equipo, pero la pérdida de su pequeño Álex lo convirtió en un luchador por el bienestar y las oportunidades de los niños y niñas con cualquier discapacidad: impulsó la Fundación Catalana del Síndrome de Down y la Fundación Álex.
Con este legado sólo le quedaba una cosa por conseguir, su particular cuadratura del círculo: juntar al Barça con su causa. Y así alumbró la Liga Genuine Santander, la competición de fútbol nacional para personas con discapacidad intelectual que ya cuenta con más de cincuenta equipos y el respaldo de la Fundación LaLiga.
Desde el pasado sábado nos seguirá cuidando desde el cielo junto a Álex, sobre todo a Cris, a sus hijos Gaby y Paola y a sus adorados nietos. Pero su obra, la de una vida entera, sus fundaciones, se encargarán de cuidar a los más vulnerables, de modo que ya nunca necesiten un arcángel.





