Real Madrid 127 – Dallas Mavericks 123
“No puedo dejar que la gente no me vea”, dijo el esloveno, que jugó cinco minutos pese a estar lesionado y se dio un baño de masas (127-123).
Los alrededores del WiZink eran un hervidero de Doncicmanía, una invasión de camisetas del equipo visitante, una marea azul con el 77 a la espalda. Habían pasado cinco años de la última vez de Luka Doncic en el Palacio y la distancia sólo había aumentado el sentimiento mutuo de añoranza. El orgullo del Real Madrid de ver a ese niño rubio que llegó a su cantera con 12 años dominar la NBA. El amor del esloveno mostrado no sólo a base de tuits y guiños: él, con el apoyo de su presidente Mark Cuban, fue el que hizo posible la visita de los Mavericks a Madrid.
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«No sé qué decir, es un día especial. Muchas gracias a todos», pronunció Doncic en mitad de la pista. Siempre fue más de expresarse en la cancha que con las palabras, pero sus ojos vidriosos mostraban la emoción del momento. En esos instantes previos al partido, él mismo ya sabía que la fiesta no iba a ser completa. Una distensión en su gemelo izquierdo -así lo atestiguaba un aparatoso vendaje- le iba a impedir jugar con normalidad. «No más de cinco minutos», aseguraban los Mavericks. Cualquier otra noche ni lo hubiera intentado. «He insistido para jugar. No puedo dejar que la gente no me vea esta noche», admitió en televisión.
Florentino Pérez, recuperado del covid, le hizo entrega de la insignia de oro y brillantes del club. Al acabar el primer cuarto, Felipe Reyes le agasajó con una réplica de la Euroliga, inolvidable aquella Final Four de Belgrado de la que Doncic fue MVP. No es para menos, pocos embajadores como Luka tendrá el Madrid jamás. Por la mañana había prometido que, si algún día volvería a Europa, sería al «100%» al Real Madrid. Y por la noche, medio cojo, titular, dejó unos minutillos de magia a base de triples, bailando y sonriendo con su amigo Sergio Llull, que le dio la bienvenida con tres seguidos. Después también formó pareja con Rudy Fernández, nada dejado al azar, sus dos maestros enfrente, instantáneas para siempre con la crème de la crème en primera fila: Bodiroga, Antonio Martín, Jorge Garbajosa, Toni Kross, Courtois…
Era la novena ocasión en que el Real Madrid se enfrentaba a un equipo NBA, 35 años después de aquella visita iniciática de los Celtics de Larry Bird. Hace siete, la última vez, los Thunder fueron derrotados en la prórroga, como en 2007 los Raptors, deslumbrados por los primeros trucos de magia de un tal Llull, él mismo que años después iba a osar en rechazar su oferta. Evidentemente, más allá del show, la competitividad no iba a ser extrema. Los blancos viajan hoy a Estambul, donde el jueves se las verán con el Efes en la segunda jornada de la Euroliga. Los de Jason Kidd, con Kyrie Irving vestido de calle en el banquillo, vienen directos de Abu Dhabi, donde ya jugaron dos duelos de exhibición. Su pretemporada aún está en pañales y tampoco se desvivieron por evitar la avalancha final de su rival.
La primera mitad, que amaneció con un concurso de triples, fue pareja. Pero en las rotaciones se hizo fuerte el equipo de Texas, que se fue al descanso por delante, con 18 puntos de Tim Hardaway mientras ya Doncic observaba sentado al lado de Jason Kidd, con su sudadera puesta y sin parar de bromear con sus ex compañeros.
En el Madrid regresó Tavares y volvieron a tener minutos sus ilusionantes canteranos Ndiaye, Diagne y Hugo González. Pero los que se lo tomaron como algo personal fueron Llull y, sobre todo, Poirier (19 puntos). Aún así, el ritmo NBA no le dejó meterse en la batalla hasta el final. Antes de acabar el tercer cuarto ya rozaban los 100 puntos los Mavericks. El último arreón de Campazzo, con los suplentes de los suplentes en los visitantes, propició un final emocionante y una remontada marca de la casa: el Madrid no dejó escapar la muesca de otro triunfo ante un equipo NBA (127-123).