El torneo que bendijo al ‘lasismo’ en 2011, la Copa que inauguró una era, la que al Real Madrid se le había resistido más de la cuenta, reconquistada donde la alzó la última vez, en ese Martín Carpena mágico para el blanco. Cuatro de años después, vuelve a ser el rey tras una final de poderío ante el Barça, de igualdad absoluta hasta la hora de la verdad, cuando aceleró el MVP Campazzo y le siguieron el resto sin mirar atrás. [Narración y estadísticas (96-85)]
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Es la primera Copa de Chus Mateo, su segundo título (sin contar Supercopas) en dos años tras relevar a Pablo Laso en el banquillo. Porque el técnico campeón de Europa tenía una cuenta pendiente, aquel borrón de Badalona. Es el trofeo que confirma también el estupendo amanecer de curso del Madrid, que había ganado en tres de los cuatro precedentes al Barça de Roger Grimau y que lo volvió a hacer para sumar la Copa 29 de su historia y seguir en lo más alto.
No hubo héroes en el Carpena, ni el Pau Gasol de 2001 ni el Sergio Llull de 2014. Tampoco polémicas ni finales de infarto. Tuvo mucho que ver en la victoria del Madrid la experiencia, la capacidad física y mental, la resistencia y sabiduría de un Chus Mateo que apenas movió su rotación en toda la segunda parte, que dio el zarpazo en el momento oportuno, con dos palmeos de Vincent Poirier que fueron oro, seis rebotes ofensivos para el francés, mucho mejor que Tavares todo el fin de semana, tendencia general para un Barça que moría por ahí, incapaces Willy Hernangómez, Vesely y compañía de frenar esa sangría en la pintura.
Y bien que parecía saberlo Grimau en el arranque, con un quinteto en las alturas. Y la primera mitad no pudo resultar ya más igualada, un ejercicio de equilibrismo entre dos equipos que medían sus virtudes pero también sus miedos. Que intentaban mantener la consistencia, pero que sucumbían a sus errores puntuales. Apenas un par de rasguños en el amanecer. Un 9-0 con el que el Real Madrid contestó la canasta inicial de Jabari Parker, el mejor azulgrana toda la tarde. Y un 2-10 del Barça más tarde, cuando Mateo tardó de más en mover su banquillo (el quinteto inicial disputó el primer cuarto entero) y pagó el cansancio. Cada vez que uno de los dos intentaba alzar la voz, pronto obtenía respuesta, el triple de Campazzo sobre la bocina con dos seguidos de Laprovittola y siempre así.
Más todavía en el segundo acto, canasta a canasta, un toma y daca. Llamó la atención la irrupción de Hezonja, poderosísima, adueñándose del escenario el mismo tipo genial que unas horas antes renegaba en el banquillo tras su mala actuación en semifinales. Apareció con 12 puntos, pero también robos, rebotes y una gran asistencia a Poirier, otro que se dejó notar. En el Barça respondían todos, hasta tal punto que, con un triple sobre la bocina de Kalinic, los de Grimau se fueron al descanso con ventaja.
El intercambio de golpes siguió a la vuelta, como si fuera la única forma de avanzar de ambos. Más ataque que defensa, Musa por un lado, Jabari por el otro, viva el talento. Pasaban los minutos y subía inevitablemente la temperatura, tensión también de ida y vuelta. La primera canasta de Tavares y una contra del enrabietado Deck tuvieron contestación por Jabari, desplegando toda su promesa ya. Los puntos en la zona de Poirier, por el triple de Brizuela o las canastas de Willy… Siempre había alguien dispuesto a secar el intento de fuga.
Pero el Real Madrid divisó la meta y se anticipó, como los buenos velocistas. Justo al comienzo del acto final, tres triples (dos de Yabusele y otro de Deck) para abrir una pequeña brecha (77-68), un hueco que ya no iba a ser capaz de cerrar el Barça, un despiste mortal después de una final en la que había remado tanto y tanto.
Fue una apuesta arriesgada la de Chus Mateo, que obvió sus habituales rotaciones y se la jugó con apenas siete hombres en toda la segunda mitad. Hasta el minuto 37, sólo Poirier había sustituido a Tavares. Entonces apareció Hezonja, estupendo en el rato del segundo acto. Pero su equipo ya estaba enfilado a la victoria, con el ansia de la reconquista. Fue una labor coral, pero si hay un nombre propio es fue el de Vincent Poirier, el antihéroe con sus tapones, sus rebotes y su intensidad.